Había una vez un Sol brillante y una Luna resplandeciente que vivían en el cielo. El Sol iluminaba el día con su luz cálida, mientras que la Luna iluminaba la noche con su luz suave y plateada.
El Sol siempre estaba ocupado durante el día, calentando la Tierra y haciendo que las flores florecieran. A menudo, se sentía solo y triste cuando se escondía detrás de las montañas al atardecer.
La Luna, por otro lado, solo aparecía por la noche, y siempre estaba rodeada de estrellas que brillaban como diamantes en el cielo. Aunque a veces se sentía sola en su camino por la noche, nunca se quejaba.
Un día, el Sol y la Luna se encontraron en el cielo y comenzaron a hablar. El Sol le dijo a la Luna: “Siempre me siento solo cuando me escondo detrás de las montañas. Tengo muchas responsabilidades durante el día y apenas tengo tiempo para hacer amigos”.
La Luna respondió: “Yo también me siento sola a veces, pero he aprendido a disfrutar de mi tiempo en la noche. Tengo la compañía de las estrellas y puedo ver el mundo desde un lugar diferente”.
El Sol pensó en lo que dijo la Luna y decidió hacer algo al respecto. Desde ese día, el Sol comenzó a pasar más tiempo observando la Tierra y haciendo nuevos amigos entre las plantas y los animales. Descubrió que el mundo era un lugar hermoso incluso cuando no estaba brillando directamente sobre él.
La Luna continuó iluminando la noche con su luz suave y se dio cuenta de que también tenía un papel importante en el mundo. Aprendió a disfrutar de su tiempo en el cielo nocturno y a apreciar la belleza de las estrellas.
Desde entonces, el Sol y la Luna dejaron de sentirse solos y encontraron la felicidad en su papel en el mundo. Y cada vez que se encontraban en el cielo, compartían historias sobre las maravillas que habían descubierto en la Tierra y en el cielo nocturno.
Y así, el Sol y la Luna vivieron felices para siempre, iluminando el mundo de día y de noche.