El charro negro: la leyenda del jinete que tentaba a los hombres con su oferta infernal

Hace muchos años, en una hacienda de Jalisco, vivía un joven llamado Luis, que era el hijo menor de una familia humilde y trabajadora. Luis era un muchacho ambicioso y vanidoso, que soñaba con tener riquezas y poder. Le gustaba vestir bien y presumir de su belleza, pero no le gustaba trabajar ni estudiar. Siempre buscaba la forma de conseguir dinero fácil, sin importarle los medios ni las consecuencias.

Un día, Luis se enteró de que en una hacienda vecina había llegado un hombre muy rico y poderoso, que tenía una hija hermosa y soltera. Luis pensó que si lograba casarse con ella, podría tener todo lo que deseaba. Así que se puso su mejor traje de charro y se fue a la fiesta que el hacendado había organizado para presentar a su hija.

Al llegar, Luis se acercó a la joven y le habló con galantería y encanto. La muchacha se llamaba María y quedó impresionada por el porte y la elegancia de Luis. Él le dijo que era un charro famoso y rico, que tenía muchas tierras y ganado, y que estaba buscando una esposa para compartir su fortuna. María se enamoró de Luis y aceptó bailar con él.

El padre de María, que era un hombre astuto y desconfiado, observó a Luis con recelo. Le pareció extraño que no lo conociera, siendo él uno de los hombres más influyentes de la región. Así que le preguntó a uno de sus peones sobre el origen y la fama de Luis. El peón le dijo la verdad: que Luis era un mentiroso y un holgazán, que no tenía nada de lo que presumía, y que solo quería casarse con María por interés.

El hacendado se enfureció al saber que Luis había engañado a su hija y a él. Así que lo llamó aparte y le dijo que sabía quién era realmente y que no permitiría que se acercara más a María. Luis se asustó al ver que su mentira había sido descubierta, pero no se dio por vencido. Le dijo al hacendado que lo perdonara, que él amaba a María y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.

El hacendado le dijo entonces que si quería casarse con su hija, tendría que demostrarle su valor y su amor. Le propuso un reto: le daría una bolsa con cien monedas de oro, pero tendría que devolverle el doble al día siguiente. Si lo lograba, le daría la mano de María; si no, tendría que irse para siempre.

Luis aceptó el reto, pensando que sería fácil conseguir el dinero. Tomó la bolsa con el oro y se fue a la cantina más cercana. Allí empezó a apostar y a beber, confiado en su suerte. Pero pronto se dio cuenta de que todo le salía mal: perdía cada juego, cada apuesta, cada moneda. Al final del día, no le quedaba nada.

Luis entró en pánico al ver que había perdido todo el oro del hacendado y que no tenía forma de devolverlo. Sabía que si no cumplía con el reto, perdería a María y su honor. Además, temía las represalias del hacendado, que podría mandarlo a matar o a encarcelar.

En su desesperación, Luis hizo lo impensable: invocó al diablo para pedirle ayuda. No se sabe cómo lo hizo, pero lo cierto es que el diablo se le apareció en forma de un charro negro vestido con un traje elegante y brillante.

El diablo le dijo a Luis que sabía lo que quería y que podía ayudarlo. Le ofreció darle todo el dinero que necesitara para pagar al hacendado y casarse con María. Pero a cambio, le pidió algo muy caro: su alma.

Luis no lo pensó dos veces: aceptó el trato sin dudar. El diablo le dio una bolsa llena de oro y le dijo que podía quedarse con el cambio. Pero le advirtió que solo tendría un año para disfrutar de su riqueza y de su amor, pues al cumplirse el plazo, vendría a buscarlo para llevárselo al infierno.

Luis tomó el oro y se fue corriendo a la hacienda del padre de María. Le pagó el doble de lo que le había prestado y le pidió la mano de su hija. El hacendado, sorprendido por el cumplimiento de Luis, no tuvo más remedio que aceptar. Así que al día siguiente, Luis y María se casaron.

Luis se convirtió en el esposo de María y en el dueño de la hacienda. Empezó a vivir una vida de lujo y placer, sin preocuparse por nada. Se olvidó por completo del pacto que había hecho con el diablo y del tiempo que le quedaba.

María, por su parte, era feliz con Luis. Lo amaba con toda su alma y le daba todo lo que él quería. Pero pronto se dio cuenta de que algo andaba mal con su marido. Luis se volvió cada vez más egoísta y cruel. Maltrataba a los peones, gastaba el dinero en vicios y caprichos, y la engañaba con otras mujeres.

María sufrió mucho por el cambio de Luis, pero nunca dejó de amarlo. Intentó hacerlo entrar en razón, pero él la ignoraba o la insultaba. María rezaba todos los días por él, esperando que algún día volviera a ser el hombre que había conocido.

Pero ese día nunca llegó. Al cumplirse el año del pacto, el diablo se presentó en la hacienda para cobrar su deuda. Luis estaba en su habitación con una de sus amantes, cuando oyó un golpe en la puerta. Al abrir, se encontró con el charro negro, que lo miró con una sonrisa maliciosa.

El diablo le dijo a Luis que había llegado la hora de pagar su precio. Que había disfrutado de su riqueza y de su amor, pero que ahora tenía que entregarle su alma. Luis se horrorizó al recordar el trato que había hecho y quiso escapar, pero era demasiado tarde.

El diablo lo agarró por el cuello y lo arrastró hasta su caballo. Lo montó a la fuerza y lo llevó a galope por los campos, mientras Luis gritaba y se retorcía. Nadie pudo ayudarlo ni detenerlo.

María, que había escuchado los gritos de Luis, salió corriendo a ver qué pasaba. Al llegar al patio, vio al charro negro llevándose a su esposo en su caballo. Reconoció al diablo y comprendió todo. Lloró desconsoladamente por la pérdida de su amado y por la maldición que lo había condenado.

Desde entonces, se dice que el charro negro sigue vagando por los caminos rurales de México, buscando a otros hombres ambiciosos y mentirosos para ofrecerles riquezas a cambio de sus almas. Se le puede ver montado en su caballo negro, con su traje negro y su sombrero negro. Su rostro es pálido y sus ojos son rojos como el fuego.

Se dice también que Luis sigue acompañando al diablo en sus recorridos, como un esclavo eterno. Su rostro es de terror y su voz es de lamento. A veces se le oye gritar el nombre de María, pidiéndole perdón y suplicándole que rece por él.

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