Navegación del Foro
Necesitas iniciar sesión para crear mensajes y temas.

Capítulo 13 - Corazón Encadenado

Con el corazón pesado y los hombros caídos, Alejandro hizo su camino hacia la puerta de su casa. Cada paso resonaba en el aire tenso de la entrada. Al cruzar el umbral, fue recibido por la mirada severa de su padre.

—¿Dónde estabas? —su padre gruñó con un tono cargado de ira—. ¿No te das cuenta de la hora que es?

Alejandro bajó la mirada, sintiendo el peso del rechazo y la frustración. Sabía que cualquier respuesta que diera sería inútil.

—Lo siento, papá —murmuró Alejandro, tratando de mantener la compostura mientras enfrentaba la tormenta de la desaprobación—. Voy a limpiar todo ahora mismo.

Con un gesto brusco, su padre señaló hacia la sala, donde el caos reinaba. Alejandro asintió en silencio y se dirigió hacia el desorden, sabiendo que esta tarea sería solo el comienzo de una noche larga y agotadora.

Con el corazón hundido en el pecho y una sensación de impotencia abrumándolo, Alejandro apenas pudo contener las lágrimas al escuchar las palabras de su madre.

—¡Apúrate y limpia este desastre! Y si no lo haces correctamente, te aseguro que lo limpiarás con la lengua.

El corazón de Alejandro se hundió aún más ante la crueldad de sus palabras. Con la mandíbula apretada y los ojos ardiendo de impotencia.

—Sí, mamá —respondió Alejandro con resignación.

Mientras el eco de las palabras hirientes de sus padres resonaba en su mente, Alejandro continuaba con las tareas domésticas, moviéndose con una mezcla de resignación y dolor. Cada insulto era como un peso que se sumaba a sus hombros, pero se obligaba a seguir adelante, intentando bloquear el dolor que le provocaba el desprecio de quienes deberían haberlo amado incondicionalmente.

Los platos se estrellaban en el fregadero mientras sus manos temblaban ligeramente. Cada golpe parecía un eco de la ira de su padre, cada movimiento era una respuesta a la crueldad de su madre. Sin embargo, Alejandro se obligaba a sí mismo a mantener la compostura, a no devolver las palabras afiladas con las que lo martirizaban.

—¡Más rápido, inútil! ¡No tengo toda la noche para esperarte! —rugió su padre, cuya voz resonaba por toda la casa como un trueno.

Alejandro asintió en silencio, tragando el nudo en su garganta mientras luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con escapar.

La mirada de su madre lo atravesó como una lanza, llena de desdén y decepción.

—Eres un desastre, Alejandro. No sé cómo alguien podría amarte alguna vez si ni siquiera puedes hacer una tarea simple correctamente —sus palabras eran como cuchillas afiladas, cortando cualquier atisbo de esperanza que quedara en el corazón de Alejandro.

Apretando los dientes con determinación, siguió adelante, esperando que algún día, encontraría la fuerza para liberarse del ciclo interminable de crueldad y desprecio.

Después de terminar de limpiar, Alejandro esperaba que su madre fuera un poco más compasiva, pero se equivocaba. En cambio, ella lo mandó a su habitación y cerró la puerta con llave. La cena, al igual que la tranquilidad, se convirtió en un lujo inalcanzable para él.

El clic de la llave girando en la cerradura resonó en la habitación, seguido por la voz despectiva de su madre desde el pasillo.

—Quédate ahí y reflexiona sobre lo inútil que eres—le ordenó con frialdad—. No mereces unirte a nosotros en la cena.
Solo en su cuarto, Alejandro contemplaba su entorno con tristeza. Las paredes parecían estrecharse a su alrededor, como si fueran barrotes de una jaula invisible, mientras el silencio se hacía cada vez más ensordecedor, solo roto por el sonido de su propia respiración agitada.

Se quedó en silencio, sintiendo un vacío en el estómago mientras la soledad y la oscuridad de su cuarto lo envolvían como un manto de desesperanza. Era una noche más en su ciclo interminable de angustia y desdicha.

Las lágrimas brotaban sin control de los ojos de Alejandro, una expresión de su sufrimiento interior mientras se cuestionaba el destino que parecía haberle sido asignado. En su habitación, las paredes parecían estrecharse a su alrededor, como si quisieran aprisionarlo aún más en su angustia. La oscuridad reinante reflejaba la profunda desesperación que lo consumía, una sombra que parecía no tener fin.

Anhelaba desesperadamente un respiro, cualquier cosa que pudiera romper las cadenas que lo mantenían atrapado en ese infierno personal.

Mientras sus lágrimas empapaban la almohada, sus pensamientos se sumergían en un rincón oscuro de su mente, donde la esperanza parecía ser un destello distante e inalcanzable.

En la penumbra de su habitación, encontró consuelo momentáneo en la pantalla de su teléfono, su único confidente en medio de la noche. Las palabras en la pantalla se convirtieron en su vía de escape, un canal para expresar el dolor que lo atenazaba, un grito de auxilio en el vasto espacio virtual.

"No entiendo por qué me odian tanto. No sé qué he hecho para merecer este maltrato, esta humillación, estos golpes. No tengo recuerdos de haber cometido algo tan atroz como para merecer esto. Mi hogar, que debería ser un refugio, se ha transformado en mi peor pesadilla. Ya no puedo soportarlo más. No sé cuánto más podré aguantar esta situación", compartió en su publicación.

Cada palabra escrita era un acto de liberación, un intento desesperado por aliviar la carga que le pesaba en el pecho. Mientras tecleaba, sentía cómo las cadenas del silencio se aflojaban, permitiéndole expresar lo que de otro modo permanecería atrapado en el abismo de su dolor.

A medida que su publicación se difundía, las respuestas empezaron a llegar. Mensajes de ánimo, solidaridad y compasión se unieron a su valiente confesión. La pantalla de su teléfono se llenó de muestras de apoyo.

En el hogar de Sofía, la cena era un momento de unión familiar, impregnado por el aroma reconfortante de la comida recién hecha que llenaba cada rincón. Mientras compartían la mesa, Sofía parecía sumida en sus pensamientos, una expresión que no pasó desapercibida para su padre.

—Sofi, querida, ¿qué te sucede? ¿Por qué esa expresión en tu rostro? —preguntó su padre, preocupado.

—Oh, no es nada importante, papi —respondió Sofía con una sonrisa forzada, tratando de restarle importancia al asunto—. Solo quería preguntarte si en la universidad donde trabajas hay becas para estudiantes con buen promedio.

El padre arqueó una ceja, intrigado por la pregunta de su hija —Claro que sí, hija. Tenemos becas desde las académicas hasta las deportivas e incluso por aptitudes. Pero, ¿por qué esa pregunta? —inquirió, curioso por saber más detalles.

Sofía titubeó por un momento antes de responder —Es que tengo un amigo que está pasando por momentos económicos difíciles y tal vez esté pensando en dejar de estudiar —explicó con cautela.

El padre asintió, comprendiendo la preocupación de su hija —Bueno, dile que se informe sobre las becas disponibles y que tramite una. La educación no debería ser un lujo al alcance de unos pocos —respondió con firmeza, reflejando sus valores.

—¡Sí, papi, eso haré! —contestó Sofía, asintiendo ante la sugerencia de su padre.

La madre, al ver la expresión reflexiva en el rostro de su hija, decidió intervenir en la conversación.

—¿Y bien, querida, cuéntanos más sobre ese amigo tuyo? ¿Acaso lo conocemos? —preguntó con curiosidad.

Sofía se sumió en sus pensamientos por un momento, recordando cómo la última vez que había estado emocionada por presentarles a Alejandro a su familia, todo acabó en desastre. Después de reflexionar, levantó la mirada y respondió con cautela.

—No, mami, no lo conocen, pero es un chico increíble. Espero que pronto puedan conocerlo —dijo con un atisbo de esperanza en su voz.

Laura, su hermana, no pudo contener su entusiasmo.

—¡Oh, Sofi, hablas de él con tanta alegría! Deberías invitarlo a venir para que lo conozcamos —sugirió con una sonrisa.

—Sí, Lau, deberías conocerlo. Se llama Alejandro, y es muy conocido en la escuela —agregó Sofía, compartiendo más detalles.

—¿Alejandro? ¡Oh, sí! ¡El chico de la biblioteca! Todos en la escuela lo conocen. Siempre está ahí, estudiando. Dicen que es muy inteligente —comentó Laura, recordando algunas conversaciones sobre él.

La madre asintió con interés.

—Vaya, vaya. Entonces, sería estupendo conocer a este joven —concluyó la madre con una sonrisa, anticipando un posible encuentro con el misterioso amigo de su hija.

La atmósfera en la mesa se volvió más tensa cuando el padre decidió intervenir en la conversación familiar. Con un tono serio, dirigió sus palabras a Sofía.
—Sofi, querida, aún eres muy joven para estar pensando en chicos —expresó con firmeza.

Sofía frunció el ceño, sintiéndose frustrada por la afirmación de su padre.

—¡Papá! —respondió, alzando un poco la voz—. ¡Ya no soy una niña! Además, Alejandro es un chico muy educado y atento. Estoy segura de que, si lo conoces, cambiarías totalmente de opinión.

La madre, con una mirada curiosa y comprensiva, decidió unirse a la conversación. Dirigió su atención a Sofía con una pregunta.

—Querida, sobre la beca que preguntaste, ¿ese joven realmente está pasando por problemas? —indagó con suavidad.

Sofía tomó un momento para reflexionar antes de responder. Suspiró antes de hablar, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Hemos hablado un poco sobre el tema, mamá. Parece estar atravesando momentos difíciles con su familia —confesó con sinceridad.

La madre asintió con comprensión, con una mirada pensativa.

—Esperemos que todo mejore para él —dijo con un tono tranquilizador, mostrando su apoyo.

Sofía respondió con una sonrisa esperanzadora.

—Estoy segura de que así será, mamá. Ya verás —dijo con optimismo.

Después de unos segundos de silencio, el suave sonido de una notificación rompió el ambiente en la habitación de Sofía. Ella tomó su teléfono y al revisar la pantalla, descubrió que la notificación provenía de una publicación de Alejandro en las redes sociales. Sin perder tiempo, decidió enviarle un mensaje.

—Hola, Alejandro. Espero que ya estés descansando en casa. Hoy la pasé increíble contigo platicando en la cafetería. Por cierto, no te olvides de comer lo que te di ♡ —escribió Sofía, añadiendo un corazón como emoticón al final.

Mientras tanto, Alejandro estaba inmerso en los comentarios de su publicación cuando el mensaje de Sofía llegó a su teléfono. Una gran sonrisa iluminó su rostro al leer las palabras de Sofía. Sin perder tiempo, volvió su mirada hacia su mochila y corrió hacia ella. Al abrirla, descubrió el almuerzo que Sofía le había dado. Estaba tan inmerso en su dolor que no recordaba ese regalo. En ese momento, las lágrimas comenzaron a brotar libremente por sus mejillas.

"Muchas gracias, Sofía", murmuró con voz entrecortada mientras empezaba a comer.

Cada bocado era un regalo, un gesto de amabilidad que lo llenaba de gratitud. Con el corazón rebosante de emoción, continuó comiendo mientras sus lágrimas de alegría y alivio seguían fluyendo.

Después de una cena tranquila en familia, Sofía y Laura se quedaron en la sala, sumergidas en un silencio cómodo que solo se rompía por el suave murmullo de la televisión de fondo. Sin embargo, la curiosidad de Laura no tardó en aflorar, y finalmente decidió romper el silencio con una pregunta que había estado rondando en su mente.

—Entonces, Sofi, ¿ese Alejandro te gusta? —preguntó Laura con una expresión de pura curiosidad en su rostro.

Sofía sintió cómo el rubor teñía sus mejillas, pero no titubeó en responder con sinceridad.

—Más que gustarme, Lau. Él me entiende cuando hablo con él, no se aburre de escuchar lo que tengo que decir y es muy atento. Así que, respondiendo a tu pregunta, sí, me gusta —confesó con una sonrisa tímida pero llena de honestidad.

Laura quedó completamente sorprendida por la respuesta de su hermana. No podía creer que la Sofía introvertida y reservada de siempre estuviera enamorada. Por un momento, se quedó sin palabras, procesando la revelación.

Mientras tanto, su madre, que estaba lavando los platos en la cocina, había estado escuchando la conversación con una sonrisa comprensiva. Sabía que este era un paso importante para Sofía, y se alegraba de verla abrirse y compartir sus sentimientos con su hermana.

La mañana se abría ante Alejandro como un lienzo en blanco, lleno de posibilidades y promesas de un día mejor. Con paso seguro y el corazón un poco más ligero, salió de su casa antes de que el sol comenzara a teñir el cielo. La brisa fresca de la mañana acariciaba su rostro, llevándose consigo parte de la pesadez que solía cargar a diario.

Al llegar a la escuela, fue recibido por el ruido familiar de los pasillos, llenos de estudiantes que charlaban animadamente y maestros que saludaban con amabilidad. Inspirando el aire lleno de energía, decidió dejar atrás las preocupaciones y concentrarse en el presente.

Fue entonces cuando sus ojos se encontraron con los de Sofía, quien parecía estar esperándolo. Su presencia fue como un faro de luz en medio de la multitud, y una sonrisa sincera se dibujó en su rostro al verlo.

—¡Hola, Alejandro! ¿Cómo estás? —saludó Sofía con entusiasmo, sus ojos brillando con una chispa de alegría.

—Hola, Sofía. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? —respondió Alejandro con una sonrisa igualmente radiante, sintiendo cómo el simple hecho de ver a Sofía iluminaba su día de manera instantánea.

Sofía, con una sonrisa juguetona en los labios, preguntó sobre la cena de la noche anterior.

—¿Y bien?, ¿qué tal tu cena anoche? —inquirió Sofía.

Alejandro, con una sonrisa un tanto tímida pero sincera, respondió.

—Oh, estuvo muy bien, gracias por eso. Tenía mucha hambre en la noche.

Sofía asintió con satisfacción, contenta de que Alejandro hubiera disfrutado la comida que le había entregado. Con una propuesta juguetona en mente, sugirió.

—Qué bueno que te gustó. ¿Qué te parece si nos juntamos otra vez en la hora del almuerzo?

Alejandro no pudo evitar sentir una oleada de alegría ante la idea.

—¡Claro, me encantaría! —respondió con entusiasmo.

Justo en ese momento, el sonido del timbre de la escuela resonó en el aire, anunciando el inicio de las clases y poniendo fin a su conversación por el momento.

Las horas escolares se deslizaban como hojas en el viento, pero en aquel día particular, una nueva energía parecía impregnar el ambiente. Alejandro, por alguna razón, estaba notablemente entusiasmado. Participaba activamente en clase, levantando la mano con frecuencia y compartiendo sus ideas con los maestros. Su actitud proactiva sorprendió a los profesores, quienes no podían evitar sonreír ante su entusiasmo contagioso.

Los compañeros de clase también percibieron el cambio en Alejandro. Su positividad se irradiaba por todo el salón, llenando incluso los rincones más oscuros con una sensación de optimismo. Las clases que antes parecían tediosas se volvieron más llevaderas, y las materias que solían ser una tortura se tornaron sorprendentemente interesantes bajo la influencia de la energía positiva de Alejandro.

Finalmente, llegó el tan esperado momento del almuerzo. Los estudiantes salieron del salón con una sonrisa en el rostro, ansiosos por disfrutar de su merecido descanso y compartir un tiempo de convivencia.
Entre la multitud de estudiantes que se dirigían a la cafetería, Alejandro se destacaba por su prisa y determinación. Con pasos decididos, se dirigió hacia el lugar donde sabía que lo esperaba Sofía.

Y allí estaba ella, sentada en una mesa cerca de la ventana, con una sonrisa radiante en el rostro. Al ver a Alejandro acercarse, se levantó de un salto y lo saludó con entusiasmo, captando la atención de quienes observaban la escena.

—¡Alejandro! —exclamó Sofía con alegría, atrayendo miradas curiosas hacia ellos.

Alejandro se acercó con una sonrisa tímida, sintiéndose un tanto abrumado por la atención repentina. Sin embargo, la calidez en los ojos de Sofía lo hizo sentir bienvenido.

—Hola, Sofía. ¿Qué tienes ahí? —preguntó, curioso, mientras se sentaba frente a ella.

Sofía no perdió el tiempo y abrió la lonchera que había traído consigo, revelando unos deliciosos sándwiches de ensalada de pollo. Su rostro se iluminó aún más al ofrecerle uno a Alejandro.

—¡Mira lo que traje! Son de mis favoritos, seguro te encantarán —dijo Sofía con energía, animando a Alejandro a probarlos.

Los demás estudiantes que observaban la escena intercambiaban miradas intrigadas, preguntándose qué tipo de relación tenían aquellos dos. Era evidente que se llevaban bien, pero ¿se conocían desde antes? Las especulaciones llenaron la atmósfera mientras Alejandro aceptaba el sándwich con gratitud, agradeciendo a Sofía con una sonrisa.

Mientras disfrutaban de los sándwiches, Sofía no podía evitar sentir curiosidad por el sueño de ser escritor que Alejandro le había comentado.

—¿Sabes, Alejandro? Creo firmemente que deberías compartir lo que escribes —insistió Sofía con entusiasmo—. Estoy segura de que tus historias son increíbles y que a mucha gente le encantaría leerlas.

Alejandro, sin embargo, parecía renuente a la idea, su timidez y temor al rechazo se reflejaban en su mirada baja.

—No lo sé, Sofía. Me da un poco de vergüenza que otros lean lo que escribo —confesó Alejandro, sintiendo un nudo en la garganta.

—¡Oh, vamos, no seas tan duro contigo mismo! —exclamó Sofía, adoptando un tono más serio—. Todos tenemos miedo de la crítica, pero es parte del proceso de crecimiento como escritor. Debes tener confianza en tu talento y atreverte a compartirlo.

Sofía buscó animarlo, ofreciéndole una perspectiva más optimista.

—Además, hoy en día hay muchas plataformas en internet donde puedes publicar tus historias y recibir comentarios constructivos. Podrías empezar por ahí y ver cómo reacciona la gente. Estoy segura de que te sorprenderás.

Las palabras alentadoras de Sofía parecían resonar en Alejandro, quien comenzaba a considerar la idea con una chispa de esperanza en sus ojos.

—Tal vez tengas razón, Sofía. Lo pensaré —respondió Alejandro, dejando entrever una pequeña sonrisa ante la posibilidad de compartir su pasión con el mundo.

Sofía se acercó a Alejandro con una sonrisa misteriosa, despertando su curiosidad.

—¿Sabes qué, Alejandro? Después de clases, quiero que vayas a la biblioteca. Tengo algo que quiero mostrarte —sugirió Sofía, con un brillo juguetón en los ojos.

Alejandro, intrigado por la propuesta, asintió con entusiasmo.

—¡Claro! Estaré allí —respondió con de emoción.

Mientras tanto, en los alrededores, los estudiantes estaban completamente inmersos en la creación de sus propias teorías sobre el repentino interés de Sofía y Alejandro el uno en el otro.

—¿Han notado lo cercanos que están Sofía y Alejandro? —susurró una estudiante a su amiga, con un brillo de emoción en los ojos—. ¡Creo que podría estar pasando algo entre ellos!

Otro grupo de estudiantes, sentados en una mesa cercana, también se encontraba intrigado por la repentina cercanía entre los dos.

—¿Has visto cómo se miran? —comentó uno de ellos, con un toque de emoción en su voz—. ¡Estoy seguro de que hay algo más que amistad ahí!

Las teorías seguían multiplicándose entre los estudiantes, cada uno aportando su propia versión de la posible historia de amor entre Sofía y Alejandro.

—¿Ya viste? ¡Incluso Sofía le preparó algo de almuerzo a Alejandro! ¿Quién lo hubiera pensado? Ni siquiera le habla a nadie en la escuela —comentaba una compañera con asombro.

—Tienes razón, es como si de repente se le hubiera pegado a Alejandro. Es realmente extraño —respondía otra, tratando de entender lo que estaba sucediendo.

—Pero es tan fuera de lo común. Alejandro es tan amigable con todos, mientras que Sofía es la solitaria de la escuela—agregaba otra, levantando una ceja con escepticismo—. No creo que una relación así dure mucho, no tienen nada en común.

La opinión fue recibida con un murmullo de desacuerdo entre algunos presentes, pero una voz más suave intervino para contrarrestar la negatividad.

—Oh, cállate, por favor. Mientras ellos se quieran, lo demás no importa —respondió otra chica con un tono de compasión y esperanza, ganándose algunas miradas de aprobación.

Mientras tanto, Sofía, quien estaba captando fragmentos de esas conversaciones susurrantes, sentía cómo su rostro se encendía como un tomate maduro. Levantó la mirada y se encontró con la sonrisa radiante de Alejandro, que le devolvía la mirada con una expresión cálida y sincera. En ese momento, Sofía supo que cualquier obstáculo del pasado no tendría lugar en su presente. Esa sonrisa, quería verla todos los días.

Poco a poco con movimientos hipnóticos sus rostros empezaban a acercarse. E el momento en que sus rostros estaban a punto de rozarse, el sonido del timbre rompió el hechizo del momento, anunciando el final del receso y el inicio de la siguiente clase.

Sofía y Alejandro se separaron rápidamente, un destello de desilusión cruzando sus miradas.

—¡Ah, estaban tan cerca! —exclamaban algunas voces en la cafetería, expresando su decepción. Otros maldijeron al timbre por interrumpir ese preciso momento.

Sofía se puso de pie, con las mejillas ardiendo, y dirigió unas palabras a Alejandro.

—Nos vemos en la salida, en la biblioteca, Alex. No llegues tarde —dijo con una sonrisa radiante.

—Claro, allí estaré —respondió Alejandro, observando cómo Sofía se alejaba con pasos decididos.

Una compañera que había presenciado el breve encuentro no pudo contener su emoción y comentó a sus amigas.

—¿Vieron eso? ¡Una hermosa escena de amor frente a nosotros!

Las demás asintieron con entusiasmo.

—Fue tan romántico —añadieron, compartiendo la emoción del momento presenciado.

Alejandro se puso de pie y empezó a caminar hacia su salón, una genuina sonrisa estaba dibujada en su rostro. A pesar del timbre que había interrumpido el momento, el encuentro con Sofía había llenado su día de una energía renovada.

Cada paso que daba parecía más ligero, y su corazón latía con una emoción que no podía contener.

Mientras se dirigía a su salón, el recuerdo del rostro sonrojado de Sofía y su voz amable resonaban en su mente, alimentando esa sonrisa que no podía borrar de sus labios. Estaba ansioso por la próxima oportunidad de encontrarse con ella, y cada segundo que pasaba lo acercaba más a ese momento.

 

Scroll al inicio