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Capítulo 14 - Desamparo Y Esperanza

Alejandro se sentó en su asiento en el salón, sumergido en sus pensamientos sobre el emotivo encuentro con Sofía. Sin embargo, su ensimismamiento fue interrumpido abruptamente cuando Marta se acercó a él con una sonrisa burlona.

—Vaya, pero si es el galán que sedujo a la princesa de hielo —comentó Marta, riendo con malicia, mientras Daniel se unía a la burla.

—¿Cómo pudiste hacerlo hermano? ¿Cuántos días han pasado desde el inicio de clases y ya tienes pareja? —agregó Daniel, siguiendo el juego de Marta.

Desde otros rincones del salón, algunos murmullos de envidia y sarcasmo se hicieron presentes.

—Qué envidia, maldito —se escuchaba entre risas fingidas.

Alejandro se sintió incómodo con la atención no deseada, pero trató de mantener la compostura, aunque en su interior la emoción del momento con Sofía.

Marta observó la expresión desconcertada de Alejandro y no pudo evitar comentar con su característico sarcasmo.

—¿Qué te pasa? Tienes una cara de tonto en estos momentos —dijo sin rodeos.

Alejandro la miró, antes de responder.

—No lo sé, siento que esto que está pasando es muy rápido, pero por alguna razón se me hace familiar —admitió, tratando de entender sus propios sentimientos.

Daniel, preocupado, intervino con un tono más serio.

—¿Estás seguro de que no te golpeaste o algo? —preguntó, observando a su amigo con atención.

Marta, con una sonrisa picarona, agregó.

—Se nota que a Sofía le gustas mucho, no sé cómo pasó, pero desde la distancia se ve.

Daniel, ahora con un tono más pensativo, aconsejó a su amigo.

—Si no sientes nada, díselo antes de que alguien salga lastimado —expresó con seriedad en sus palabras.

El maestro entró al salón, poniendo fin a la conversación de Alejandro con sus amigos. Todos volvieron a sus asientos y se prepararon para la clase que estaba por comenzar.

Las horas pasaron sin contratiempos, tal como deberían ser, pero con la atención de Alejandro fija en el reloj, esperando pacientemente el momento de la salida.

Cada minuto que pasaba parecía una eternidad mientras la mente de Alejandro divagaba entre pensamientos sobre lo que estaba ocurriendo entre él y Sofía. ¿Era todo esto demasiado rápido? Se preguntaba sin obtener respuesta alguna.

Finalmente, el tan esperado timbre sonó, anunciando el final de las clases. Alejandro se levantó de su asiento, listo para dirigirse a la biblioteca y, tal vez, aclarar un poco su corazón.

Salió del salón, sintiendo las miradas de sus amigos Marta y Daniel siguiéndolo.

—Seguro se irá a ver con Sofía —comentó Marta mientras lo observaba partir.

—Seguro —asintió Daniel, compartiendo la misma idea.

Caminando hacia la biblioteca, Alejandro sentía cómo su corazón latía con fuerza, intranquilo por lo que Sofía quería mostrarle. Al llegar, sus ojos buscaron ansiosamente a Sofía entre las mesas, y ahí estaba ella, sentada, esperándolo.

Cuando sus miradas se encontraron, Sofía alzó la mano en señal de saludo y le habló con un tono bajo pero lleno de alegría.

—Ven, Alex.

Al ver a Sofía, un torrente de emociones inundó el corazón de Alejandro. No podía explicar por qué, pero la simple presencia de ella le causaba una inmensa felicidad. Sin dudarlo, se acercó a ella con una sonrisa dibujada en el rostro, listo para descubrir qué tenía preparado.

—Vaya, siempre llegas primero —bromeó Alejandro, rompiendo el silencio con su característico tono juguetón.

—Bueno, es que me gusta estar contigo —respondió Sofía con una sonrisa tierna que iluminaba su rostro.

Alejandro se sonrojó ligeramente ante el comentario, apartando la mirada por un instante antes de recuperar su compostura.

Luego, como si hubiera estado esperando el momento adecuado, Alejandro planteó la pregunta que estaba en el aire desde que llegaron a la biblioteca.

—Y bien... ¿qué es lo que querías mostrarme? —inquirió con curiosidad.

Sofía, con una expresión serena, tomó un momento para responder.

—Bueno, Alex, más que mostrarte algo específico, solo quería pasar un tiempo contigo aquí en la biblioteca —confesó con sinceridad.

El ambiente se llenó de una sensación de calma y tranquilidad.

Alejandro, sintiendo el peso de las palabras que había reprimido, decidió abrirse.

—Para ser sinceros, a mí también me gusta pasar tiempo contigo —admitió con una tonalidad de pena, como si confesara un secreto guardado durante mucho tiempo.

Sofía le dedicó una mirada fija, sus ojos brillando con una mezcla de afecto y curiosidad.

—Vamos, Alex, no tienes por qué sentir vergüenza de decir las cosas —le dijo con una sonrisa ligera que buscaba disipar cualquier incomodidad.

Alejandro se sintió reconfortado por la comprensión de Sofía, pero aún le costaba expresarse completamente.

—Quiero escuchar tus palabras sinceras, ¿o prefieres ocultarme cosas?” —preguntó Sofía, con una honestidad que resonaba en cada sílaba.

Alejandro se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Sofía.

—Bueno, Alex, espero que desde ahora seas más sincero conmigo —le dijo Sofía, guiñándole un ojo.

—Claro que soy sincero —respondió apresuradamente Alejandro, sintiendo el peso de sus anteriores palabras.

—Entonces, pasemos un buen momento juntos —propuso Sofía, concluyendo con una sonrisa cálida.

Alejandro asintió, dejando atrás cualquier reserva.

Los dos pasaron un buen momento en la biblioteca, Sofía compartía entusiasmada cuáles eran sus historias favoritas y por qué le apasionaban, mientras Alejandro la escuchaba atentamente, sus ojos fijos en los labios de Sofía, absorbido por cada palabra que salía de ellos. El tiempo parecía volar, y cuando finalmente levantaron la vista del libro, se dieron cuenta de que el sol ya se había ocultado y las luces de la biblioteca brillaban en la penumbra.

Sofía, sorprendida por lo rápido que había pasado el tiempo, mencionó que era hora de irse.

Alejandro, con una expresión caballerosa, se puso de pie de inmediato y le ofreció acompañarla hasta el transporte, asegurándose de que llegara a su destino de manera segura.

Sofía asintió con una sonrisa agradecida, sintiéndose reconfortada por el gesto amable de Alejandro. Juntos, salieron de la biblioteca, compartiendo miradas y sonrisas mientras caminaban hacia la parada del transporte público.

El atardecer se deslizaba sobre la ciudad, cubriendo los edificios con su manto oscuro mientras las luces de la calle comenzaban a brillar una a una. Alejandro, parado en la parada del autobús, observaba cómo las últimas luces del día se desvanecían lentamente en el horizonte, dejando paso a la quietud de la noche.

A lo lejos, el sonido de un motor anunciaba la llegada del autobús. Alejandro ajustó la correa de su mochila nerviosamente mientras esperaba, repasando en su mente los momentos que acababa de vivir junto a Sofía. Cada instante había sido como una ráfaga de luz en medio de la rutina diaria, y ahora, mientras esperaba a su lado, su corazón latía con la emoción de esa conexión especial.

El autobús se detuvo frente a él con un sonido de frenos, y las puertas se abrieron lentamente.

—Gracias por venir conmigo, Alejandro. Ha sido una tarde muy bonita —dijo Sofía, con esa dulzura que lo cautivaba cada vez más.

—No hay de qué. Me ha encantado estar contigo. Cuídate mucho, ¿de acuerdo? —respondió, mirándola con una ternura que apenas podía contener.

—Claro, lo haré. Nos vemos —le dijo mientras iba subiendo al autobús—. Si necesitas algo, cualquier cosa, sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

Alejandro asintió con gratitud.

—Lo sé, gracias. —Sus palabras estaban cargadas de emoción mientras se despedía.

Sofía se detiene en las escaleras del transporte, se da la vuelta y rápidamente va donde estaba Alejandro, sin mencionar nada deposita un suave beso en su mejilla.

Alejandro se quedó mudo e inmóvil por el gesto tan repentino, mientras Sofía regresaba al transporte.

Alejandro observó cómo el vehículo se alejaba lentamente, sintiendo un nudo en el estómago al ver partir a Sofía. Se quedó en la parada del autobús por un momento más, pensando en el momento del beso.

Con un suspiro, se volteó para emprender el camino de regreso a casa, su mano no paraba de acariciar su mejilla.

—Eso fue… increíble —murmuro con una sonrisa.

La tarde había sido como un sueño para Alejandro. Caminaba por las calles de su vecindario, con el corazón aún lleno de la calidez de los momentos con Sofía. Las risas, las conversaciones, el brillo en los ojos de ella, todo eso lo envolvía en una sensación de alegría y esperanza. Pero al llegar a su casa, la realidad golpeó como un balde de agua fría.

La puerta estaba cerrada con llave, como si fuera un muro que le impedía el acceso a su propio hogar. Alejandro frunció el ceño, ¿Qué está pasando? Decía para sí mismo. Golpeó la puerta con fuerza, esperando que alguien dentro lo dejara entrar.

La voz estridente de su madre rompió la quietud, llenándolo de temor.

—¡Así que te gusta pasar todo el día afuera, ¿verdad? —gritó su madre desde el interior, su tono lleno de ira—. Si tanto te gusta, entonces ahí dormirás.

Las palabras de su madre fueron como un golpe en el pecho para Alejandro. No podía creer lo que escuchaba. ¿Realmente lo estaban echando de su propia casa? El desprecio de su padre solo aumentó su sensación de desesperación.

—Espero que estés abrigado, porque dicen que se pondrá muy fría la noche —se burló su padre con un tono sarcástico—. Y lárgate de la puerta, no te quiero cerca de la casa.

Alejandro se sintió como si estuviera en un mal sueño del que no podía despertar. ¿Qué había hecho para merecer este trato? Tragó saliva con dificultad, luchando contra el nudo en su garganta.

Miró la puerta cerrada con impotencia, preguntándose qué haría ahora.

—¡Mamá, por favor, déjame entrar! —rogó Alejandro, golpeando la puerta con desesperación.

—Tienes suerte de que te permitamos volver en algún momento. Deberías aprender a valorar lo que tienes —respondió su madre desde el interior, su voz cargada de desdén.

La humillación y la impotencia se mezclaron en el pecho de Alejandro mientras se apartaba de la puerta.

Aunque deseaba desesperadamente la compañía y el consuelo de sus amigos, un miedo paralizante lo invadió. Temía revelarles la verdad sobre su situación, temía que lo juzgaran o que lo vieran como una carga. Prefería ocultar su dolor y su vergüenza detrás de una máscara de falsa normalidad.

Respiró hondo, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.

Por otro lado, Sofía ayudaba a su madre a preparar la cena mientras el viento azotaba con fuerza contra las ventanas, creando un ruido inquietante en el exterior. Sofía, sin embargo, estaba más concentrada en sus propios pensamientos que en las tareas culinarias. Sus ojos reflejaban una tristeza profunda, como si anticipara algo desagradable que estaba por suceder.

La mirada atenta de su madre no pasó desapercibida. Con delicadeza, su madre rompió el silencio, queriendo comprender lo que afligía a su hija.

—¿Qué te pasa, cariño? —preguntó su madre con ternura, mientras revolvía suavemente la salsa en la olla.

La voz de su madre era un bálsamo reconfortante en medio de la batalla emocional de su hija.

Sofía exhaló un suspiro pesado antes de responder, su expresión visiblemente afectada por los recuerdos que la invadían.

—Mamá, es solo que recordé algo que no me gusta nada —confesó con sinceridad, buscando consuelo.

La preocupación se reflejó en los ojos de su madre, quien dejó de cocinar momentáneamente para centrarse en su hija.

—Eso suena mal… cariño —respondió, acercándose para colocar una mano reconfortante sobre el hombro de Sofía.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —preguntó con una mezcla de ansiedad y preocupación.

Sofía dudó por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar sus preocupaciones.

—No tanto, mamá —comenzó, luchando por encontrar la manera de explicarse.

—Es solo que hoy es un mal día para Alejandro, y estoy preocupada por él —confesó, revelando la fuente de su angustia.

La madre se quedó en silencio por un instante, procesando la revelación de su hija.

—Un día malo... —murmuró para sí misma, tratando de comprender la magnitud del problema.

—Sofía, ¿a qué te refieres con un día malo? —preguntó la madre directamente, su rostro reflejaba un temor por lo que pudiera estar por venir.

Sofía sostuvo la mirada de su madre con determinación, consciente de la carga que sus palabras llevarían consigo.

—Mamá, lo que te voy a decir no es fácil, pero espero que puedas entenderlo —respondió Sofía con tono serio.

La madre asintió con un gesto, sintiendo un nudo en la garganta ante la seriedad de la situación. Su hija nunca le había hablado de esa manera, lo que significaba que lo que estaba por revelar debía ser algo realmente serio.

—Mamá, la verdad es que Alejandro está siendo maltratado por sus padres —confesó Sofía, sus palabras resonaron en la cocina.

Al escuchar la revelación la madre sintió que su mente daba vueltas. La idea de que unos padres pudieran abusar de su propio hijo la llenaba de horror y consternación. Tragó saliva, luchando por encontrar las palabras adecuadas para expresar su incredulidad.

—Sofía, ¿qué estás diciendo? —preguntó la madre, su voz apenas un susurro cargado de incredulidad.

Sofía respiró hondo antes de continuar, consciente del peso de sus palabras.

—Es verdad, mamá. Los padres de Alejandro lo maltratan de la peor manera. Lo golpean y lo insultan constantemente —explicó Sofía, con un rostro lleno de preocupación.

La madre sintió un escalofrío recorrer su espalda al imaginar el sufrimiento de Alejandro.

—¿Qué más hacen sus padres? —preguntó con voz temblorosa, apenas capaz de articular las palabras.

—Ellos lo dejan sin comer durante días, lo encierran con llave en su habitación como castigo, e incluso lo hacen dormir afuera en la calle cuando se enojan demasiado con él —reveló Sofía, con su voz quebrándose.

Al escuchar estas nuevas revelaciones, la madre se sintió abrumada por la tristeza y la indignación. La idea de un niño siendo sometido a tal abuso y negligencia por parte de sus propios padres era simplemente insoportable.

Después del impactante relato de Sofía, la cocina quedó envuelta en un tenso silencio. La madre, luchando por contener sus emociones, finalmente rompió el silencio con una pregunta cargada de preocupación.

—Lo que estás diciendo es algo muy serio. ¿Estás completamente segura de lo que dices? —preguntó la madre, su tono denotando incredulidad y angustia.

Sofía asintió con determinación, su expresión seria reflejando solemnidad.

—Sí, mamá. Estoy completamente segura —respondió con voz firme, sin titubear en lo más mínimo.

La madre la observó por un momento, sintiendo un nudo en la garganta al darse cuenta de la seriedad de la situación. Sabía que no podía ignorar las palabras de su hija, por más impactantes que fueran.

—Entiendo. Gracias por confiar en mí lo suficiente como para compartir esto —dijo la madre con calma, tratando de mantener la compostura.

—Voy a hacer todo lo que esté en mi alcance para ayudar a Alejandro. Pero primero, necesito saber más detalles. ¿Podrías contarme todo lo que sabes? —solicitó, buscando obtener más información para poder actuar adecuadamente.

—Mamá, no sé todo, pero parece que hoy iban a dejar a Alejandro afuera, en la calle —dijo Sofía, su voz temblorosa reflejando la angustia que sentía.

La madre de Sofía, con una expresión de sorpresa y furia, dejó caer el cucharón que sostenía y exclamó.

—¿En la calle? ¡Esos animales! ¿Cómo pueden hacerle eso a su propio hijo?

Sofía asintió con tristeza, compartiendo la indignación de su madre por la situación injusta que enfrentaba Alejandro. Pero antes de que pudieran sumirse más en la furia, su madre sugirió una acción.

—¡Habla con él, Sofía! Dile que venga aquí —exclamó, con una determinación palpable en su voz—. No puedo dejar que esto pase así.

Sofía miró a su madre, sus ojos brillando con gratitud por el apoyo y la compasión. Una sonrisa se asomó en su rostro mientras asentía con decisión.

—Sí, mamá, lo haré de inmediato —dijo Sofía, el peso de su preocupación aliviado por la gentileza de su madre.

Sofía subió las escaleras hacia su habitación con prisa. Rápidamente se puso ropa más abrigada. Después de asegurarse de tener todo lo necesario, bajó de nuevo a la cocina donde estaba su madre.

—Iré por él, sé dónde está, pero no digas nada mamá. No quiero que se le compliquen más las cosas —dijo Sofía con angustia, sus palabras saliendo apresuradamente mientras su corazón latía con fuerza.

La madre de Sofía la miró con cariño y asintió comprensivamente.

—No te preocupes, Sofi. Trataremos esta situación de la mejor forma posible —respondió, colocando una mano reconfortante sobre el hombro de su hija.

Con un gesto de agradecimiento, Sofía se despidió de su madre y salió de casa con urgencia, lista para enfrentarse a la tormentosa noche.

La luna, como un faro en el firmamento, iluminaba las calles solitarias de la ciudad, pintando con su luz plateada un paisaje nocturno desolado.

Alejandro caminaba con pasos cansados, sus manos enterradas en los bolsillos de su abrigo mientras su aliento se convertía en pequeñas nubes de vapor en el gélido aire nocturno.

Los altos edificios lo rodeaban, ofreciendo una presencia imponente pero ninguna protección contra el frío penetrante. El viento cortante se infiltraba en cada rendija de su ropa, envolviéndolo en una capa de tormento helado. Intentaba encontrar algún rincón donde resguardarse, pero la ciudad le negaba cualquier refugio.

Se aferró con fuerza a su chaqueta, tratando en vano de combatir el crudo clima que lo envolvía. Cada ráfaga de viento parecía un recordatorio implacable de su soledad en medio de la noche.

Después de deambular sin rumbo durante un tiempo, Alejandro llegó finalmente a un pequeño parque. El ambiente era sereno, impregnado con el aroma dulce de las flores y el murmullo suave de las fuentes. Árboles majestuosos se alzaban hacia el cielo, ofreciendo refugio.

Entre los senderos serpenteantes, encontró algunas bancas dispersas, invitándolo a descansar. Optó por una de ellas, dejando que su cuerpo se hundiera en el asiento de madera gastada. Observó a su alrededor, dejando que la tranquilidad del lugar lo envolviera.

Con manos temblorosas, sacó su teléfono celular. La pantalla mostraba una señal débil y un indicador de batería casi vacío, pero era su conexión vital con el mundo exterior, su ancla en la soledad de la noche.

Alejandro deslizó su dedo sobre la pantalla de su teléfono, listo para enviar un mensaje que expresara su desasosiego en esa fría noche solitaria. Sin embargo, antes de poder teclear una sola palabra, una voz suave y familiar lo sacó de su trance.

Alzó la mirada y vio a Sofía acercándose hacia él con pasos rápidos pero determinados. Su presencia iluminaba la oscuridad de la noche con una especie de calidez reconfortante.

Cuando estuvo frente a él, Sofía extendió su mano hacia él, invitándolo con gesto amable y acogedor. Su voz resonaba como una melodía suave y hermosa en el silencio de la noche.

—Ven conmigo.

Fueron las palabras que pronunció.

Cargadas de significado y cariño, como si supiera exactamente lo que Alejandro necesitaba en ese momento.

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