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Capítulo 16 - La Fotografía Perfecta

La sala de estar estaba sumida en un ambiente acogedor y lleno de alegría, mientras la película proyectaba sus escenas en la pantalla. Alejandro se encontraba en el medio del sofá, sosteniendo un gran recipiente humeante de palomitas con mantequilla. Por un lado, Sofía reclinada y por el otro Laura, se encontraban con una sonrisa de oreja a oreja, cada una metiendo la mano en el delicioso recipiente y disfrutando del aperitivo mientras se sumergían en la trama de la película.

En el sillón contiguo, los padres se sentaban cómodamente, medio recostados y abrazados. También estaban atentos a la pantalla, aunque de vez en cuando desviaban la mirada hacia Sofía y Alejandro, quienes tenían sus brazos amorosamente entrelazados entre ellos. Los padres observaban con una sonrisa tierna por la esencia que se formaba entre los dos jóvenes.

El sonido de las risas y el crujir de las palomitas llenaba la sala, mientras la película continuaba proyectándose en la pantalla. La iluminación proporcionaba un tono cálido, creando un ambiente ideal para disfrutar de la velada.

La tranquilidad parecía envolver la sala a medida que la película llegaba a su fin. Alejandro, quien había experimentado un día agotador lleno de emociones diferentes, empezó a ceder ante el cansancio. Su cabeza, pesada por el agotamiento, se inclinaba hacia abajo y luego hacia arriba en un suave vaivén, mientras su cuerpo se deslizaba lentamente hacia un lado en el sofá.

Sofía, observaba con atención el cansancio reflejado en su rostro, y en un gesto amoroso, deslizó su brazo alrededor de sus hombros, ofreciéndole un apoyo reconfortante. Con suavidad, lo atrajo hacia su regazo, permitiendo que su cabeza descansara sobre su pecho y asegurándose de que esté cómodo.

Con ternura, Sofía envolvió a Alejandro en un abrazo cálido, asegurándose de que se sintiera protegido y en paz. Su mano acariciaba suavemente su cabello, transmitiendo una sensación de calma y tranquilidad. Con gestos delicados, lo acompañó en su viaje hacia el mundo de los sueños, siendo su refugio en la serenidad de la noche.

Laura, observando con ojos brillantes y conmovida por la escena que se desarrollaba frente a ella, no pudo resistirse a capturar ese instante tan especial. Con manos rápidas, sacó su celular de su bolsillo y, sin hacer ningún ruido para no perturbar el momento, activó la cámara y se esforzó por encuadrar la imagen perfecta.

Como una inexperta fotógrafa, esperó pacientemente el momento oportuno para hacer una toma. Fue entonces cuando notó que Sofía había cerrado los ojos en señal de paz interior y plena felicidad.

Laura presionó suavemente el botón del celular, y la cámara capturó el momento con una belleza conmovedora, los rostros serenos de los dos jóvenes, la suavidad y calidez del abrazo que los envolvía y la expresión de ternura en cara de Sofía. Era una imagen que hablaba por sí sola.

La fotografía, una vez tomada, llenó de alegría y emoción a Laura. Sabía que ese momento había sido mágico, y que había logrado capturarlo de una manera sutil y elegante, sin romper la serenidad que lo rodeaba.

Mientras el padre de Sofía observaba de reojo la escena con ojos molestos y un ligero fruncimiento en las cejas. Ver a su hija abrazando a Alejandro lo incomodaba, y no sabía cómo abordar la situación sin parecer excesivamente severo. Pero antes de que pudiera expresar sus emociones, la madre intervino con un gesto rápido pero efectivo. Ésta, con un ligero pellizco en el brazo y una mirada apacible pero firme, lo llevó a relajarse y dejar de lado su descontento.

Después de que la película concluyera y todos se levantaran para dar por terminada la velada, la madre observó a Sofía abrazando a Alejandro con cariño. Con una sonrisa suave, se dirigió hacia ellos tranquilamente, con la intención de prepararlo todo para que el joven pudiera descansar bien esa noche.

—Sofía, espera aquí un momento —susurró la madre en tono suave, sin querer despertar al pacífico Alejandro.

Con pasos suaves, se encamino hacia el armario para buscar una buena cobija y una suave almohada, dispuesta a asegurarse de que Alejandro pasara la noche cómodamente en el sofá.

Por otro lado, Laura se levantó del sofá y se despidió con un dulce murmullo de “buenas noches” antes de retirarse a su propia habitación. Dejó que la calma de la noche la envolviera en un dulce sueño.

El padre, con un gesto serio pero cargado de cuidado paternal, se dirigió a su habitación, lanzando una advertencia amable pero significativa a Sofía.

—Nada de tonterías Sofía —susurró en voz baja, asegurándose de que su hija entendiera la importancia de actuar con prudencia y de seguir su buen juicio.

Sofía asintió a su padre y permaneció junto a Alejandro, observando su rostro tranquilo mientras dormía. Con sus manos delicadas, acarició su cabello y apreció su tranquilidad, sintiendo un cariño profundo.

—No permitiré que vuelva a suceder —susurró con determinación, como si hiciera una promesa tanto a él como a sí misma.

—Estaremos juntos por siempre —añadió con una voz apenas audible, con la certeza de que cuidaría de él y lo protegería contra todo y cualquier cosa.

Con la llegada de su madre, Sofía recibió la cobija en silencio para no interrumpir el plácido sueño de Alejandro. Con cuidado, movió su cuerpo para acomodarlo mejor en el sofá, poniéndose ajea a sus movimientos. Sofía se aseguró de que Alejandro estuviera cómodo antes de poner la almohada bajo su cabeza.

La madre lo observaba mientras Sofía lo arropaba con la cobija, su corazón apretándose al pensar en el trato injusto que Alejandro había sufrido.

—Pobre muchacho —murmuró, sus ojos reflejando la tristeza y la indignación por lo que Alejandro había tenido que soportar.

Se movió un poco más cerca de su hija y acarició suavemente su brazo, sintiéndose agradecida por la suerte de su familia al tener tanto amor y afecto entre ellos.

Sofía, mirando a su madre con una mezcla de tristeza y frustración, asintió en silencio.

—Es increíble cómo lo tratan en su casa —compartió en un tono sombrío, con la emoción negativa tomando posesión de su cuerpo.

A pesar de que intentaba con todas sus fuerzas mantener la compostura, era evidente el dolor que sentía al pensar en todas las dificultades y el sufrimiento al que su amado estaba sometido.

Mientras afuera la tormenta rugía con furia y el frío se insinuaba a través de las ventanas, dentro de la acogedora sala de estar reinaba una atmósfera de calma y tranquilidad. Alejandro, envuelto en la suave cobija que Sofía le había proporcionado, descansaba en el sofá, su respiración serena y rítmica señalaba que estaba sumido en un sueño profundo.

La luz tenue de la lámpara de la sala iluminaba su rostro tranquilo, destacando los rasgos relajados de su expresión. Sofía no podía dejar de admirar su hermoso perfil, que parecía reflejar tanto dolor como una profunda tranquilidad. Su cuerpo descansaba en una posición cómoda y apacible, liberado de las tensiones y preocupaciones que lo acosaban en su vida diaria. Era evidente que estaba necesitando ese momento de paz, y Sofía junto con su madre lo comprendían muy bien.

La madre se acercó con pasos sigilosos hacia el sofá donde descansaba Alejandro. Con gestos delicados y silenciosos, indicó a Sofía que lo dejara navegar en sus sueños, reconociendo la importancia de ese momento de tranquilidad para él.

Él estaba necesitando su reposo, y teniendo en cuenta todo lo que había pasado, tenía que aprovechar lo máximo posible ese sueño profundo y sanador, sin interrupciones ni preocupaciones. Sofía y su madre se quedaron en la sala de estar, observando a Alejandro dormir y sintiéndose agradecidas por su bienestar momentáneo, aunque comprendían que la lucha para protegerlo a él y a su felicidad aún continuaba y deberían tomar acción para traer alivio a ésta difícil situación.

Sofía, con una ternura infinita, se aproximó al lado de Alejandro y se inclinó suavemente sobre él. Con un beso delicado en la frente, le deseó una buena noche en un tono suave y reconfortante. Sus labios apenas rozaron su piel, transmitiendo una sensación de cariño y protección.

El beso fue un gesto de afecto genuino, cargado de las emociones que Sofía guardaba en su corazón. Era como una promesa silenciosa de estar ahí para él, de cuidarlo y protegerlo en medio de la oscuridad. Mientras tanto, el rostro de Alejandro permanecía sereno, ajeno al mundo exterior, sumergido en un sueño tranquilo.

Después de un día lleno de emociones, Sofía sintió la necesidad de tener un momento de reflexión a solas. Subió a su habitación agarró su ropa de dormir y se dirigió al baño para una relajante ducha, dejando que el agua caliente calentara su cuerpo tenso y su mente agitada. El vapor llenó el cuarto de baño, y ella en medio del agua cálida, sentía como la tensión desapareciera lentamente.

Mientras el ruido del agua de la regadera y el eco de sus pensamientos resonaban, una determinación crecía en el corazón de Sofía.

—No será igual esta vez —se dijo a sí misma con firmeza—. Quiero estar con él, compartir cada instante, vivir nuevas experiencias juntos, y ser felices.

Visualizaba un futuro distinto, lleno de momentos felices, de cariño y amor. Quería que su historia de amor con Alejandro sea una aventura como la de los libros que tanto quería.

Mientras se lavaba el cabello, la certeza de sus sentimientos se afianzaba.

—Quiero ser parte de su vida, escribir nuestra propia historia juntos, y hacer que cada día valga, no importa lo difícil que sea —pensaba para sí misma.

Los sentimientos de Sofía se fortalecían, y en ese momento, bajo la cálida lluvia de la ducha, ella sintió que estaba lista para enfrentar cualquier desafío que el destino les deparara, siempre junto a Alejandro, luchando juntos y compartiendo un amor verdadero.

Sofía salió del baño envuelta en su suave pijama que la hacía sentir como una Reina de la noche. Su piel aún estaba húmeda por el baño, y su cabello caía de manera despreocupada sobre sus hombros. Al caminar, dejaba tras de sí un tenue aroma a lavanda de los aceites esenciales que había utilizado en la ducha. Una vez en su habitación, caminaba hacia el cesto de ropa sucia para dejar su ropa, cuando llegó divisó aun lado, la caja que contenía los restos del espejo roto.

Sofía tomó la caja y, lentamente, comenzó a recoger los fragmentos del espejo. Cada vez que tomaba un pedazo en su mano, sentía una punzada en su pecho, el miedo de volver a perderlo de esa forma tan cruda. A medida que recogía los pedazos, pensaba en cómo ella y su amado habían llegado a este punto.

Finalmente, dejó caer los restos de vidrio de nuevo en la caja y los llevó a la basura.

Después, se dirigió a la sala y suspiró al ver a Alejandro dormido plácidamente en el sofá. Con pasos silenciosos, se acercó a él y se arrodilló para estar a su altura. La luz tenue de la sala iluminaba su rostro, y Sofía lo contemplaba con una mirada intensa y decidida. Emocionada, extendió su mano para acariciar la mejilla de Alejandro, sintiendo su calidez bajo sus dedos.

Un escalofrío recorrió su espalda mientras las palabras salían de sus labios con un tono suave pero cargado de doble sentido.

—No dejaré que te aparten de mí.

Sus palabras estaban cargadas de una fuerza interior que reflejaba su determinación. Era como si las palabras hubieran salido de lo más profundo de su alma, impulsadas por el amor que sentía por Alejandro.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Sofía mientras depositaba un suave beso en los labios de su amado.

Sus siguientes palabras resonaron en la sala, cargadas de una extraña calma.

—No te preocupes, ya sé qué hacer. Todo saldrá bien —expresó con seguridad mientras se alejaba lentamente de él.

La mirada de Sofía, iluminada por una luz débil, parecía contener secretos y planes desconocidos.

Horas más tarde, el cálido sol de la mañana se filtraba por las cortinas de sala iluminando cada rincón con su resplandor. La casa, poco a poco, cobraba vida por la energía matutina de la madre de Sofía. Con su habitual diligencia, bajó las escaleras para empezar su rutina diaria, preparando el desayuno y el almuerzo para la familia.

Mientras tanto, en el sofá, Alejandro comenzaba a despertar con suavidad. Con su mirada aún adormecida, se ajustó a la luz matutina que se colaba por la ventana, dejando escapar un profundo suspiro.

La madre de Sofía, al notar su movimiento, dejó escapar unas palabras llenas de disculpa.

—Oh, disculpa, ¿te desperté? —dijo con una voz suave y apenada, reflejando su preocupación por haber interrumpido el sueño de Alejandro.

Alejandro, todavía aturdido por el sueño, se reincorporó lentamente, asimilando su entorno. Con una expresión de desconcierto, respondió con pena.

—No, no se preocupe, al parecer me quedé dormido, por favor perdóneme —admitió, sintiéndose un tanto avergonzado por haberse dormido en el sofá.

La madre, comprensiva y sabiendo su situación, le ofreció consuelo con unas palabras reconfortantes.

—No te preocupes Alejandro. Además, ya era muy tarde anoche como para que te fueras solo a casa —mencionó con amabilidad, tratando de disipar cualquier incomodidad que Alejandro pudiera sentir.

El joven, agradecido por la acogida y comprensión de la madre de Sofía, respondió con un sincero “gracias”.

La calidez y amabilidad de la madre lo hicieron sentir como en un sueño, y se sintió agradecido por la hospitalidad que había recibido. Estaba a gusto allí, rodeado por el ambiente familiar que emanaba la casa. Este nuevo amanecer había traído consigo una nueva sensación de calma y tranquilidad que envolvía su corazón, luchando contra la tormenta emocional que estaba afrontando en su interior.

La mañana avanzaba y el sonido de los pasos en el comedor señalaba la entrada del padre y de Laura, saludando con un amistoso “buenos días”.

Sin perder un solo segundo, el padre se acercó a Alejandro con una bolsa en mano, con las cosas necesarias para que pudiera darse un baño.

—Ven Alejandro, te mostraré el baño para que puedas ducharte —dijo con amabilidad, transmitiendo una sensación de confianza y seguridad.

Alejandro, agradecido por el gesto, lo siguió en silencio, sintiéndose un poco apenado por la situación en la que se encontraba.

Mientras tanto, Laura expresó su sorpresa.

—¿Quién pensaría que el chico más amistoso de la escuela se quedaría a dormir el primer día que vino? —mencionó con una sonrisa en sus labios, dejando entrever su asombro por la situación.

Pero la madre, con su habitual calma y sabiduría, respondió con una leve risa.

—Bueno, son cosas que pasan querida —dijo con una sonrisa, tratando de restar importancia al asunto para no generar más incomodidad en Alejandro.

—Pero ahora hay más cosas que hacer, así que tienes que apurarte o llegarás tarde —continuó la madre, apretando el paso hacia la cocina para retomar su día.

Con estas palabras, toda la atención quedó concentrada en las tareas cotidianas del día que les esperaban.

El sol iba saliendo cada vez más cuando Sofía abrió sus ojos. Apenas le tomó un instante notar la hora en su celular para saltar de la cama con energía, sintiendo una punzada de ansiedad por el tiempo que había perdido.

—Dios, ¡qué tarde se me hizo! —murmuró para sí misma, mientras se apresuraba a cambiarse de ropa.

Con pasos rápidos, se dirigió al baño.

—Perdón por entrar así Laura, pero se me hizo tarde —se disculpó apresuradamente después de entrar.

Sin embargo, la respuesta que recibió no fue la esperada. Una voz, completamente distinta a la de su hermana, resonó desde el otro lado de la cortina de baño.

—Soy… Alejandro —se escuchó.

Sofía sintió cómo el calor subía rápidamente por su cuerpo, tiñendo sus mejillas de un rubor intenso.

La sorpresa invadió por completo el cuerpo de Sofía, que sintió una ola de calor como nunca antes le había acontecido, haciéndole sentir como si todos los vasos sanguíneos de su cuerpo se hubieran dilatado en cuestión de segundos. Se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar.

—Oh... bueno... —intentó articular Sofía con voz temblorosa, tratando de recuperar la compostura.

—Esto será... normal más adelante —añadió, intentando restarle importancia al incómodo encuentro.

A su alrededor, la vergüenza se arremolinaba, abarcando todos los rincones de su ser como un manto. Las palabras se atropellaban en su mente, incapaces de salir con la coherencia que necesita para no parecer como una loca.

Alejandro, sonrojado y sin saber muy bien cómo reaccionar, se quedó congelado en su sitio, mientras el sonido del agua y las respiraciones agitadas se adueñaban del pequeño baño. El silencio de la situación no hacía más que agravar la incomodidad de la situación, y ambos se sentían más atrapados que nunca.

Sofía, finalmente, reunió el valor suficiente para girarse y encarar la silueta de Alejandro detrás de la cortina de baño. Sus ojos apreciaron cada contorno, cada línea, cada detalle del cuerpo de Alejandro, y, por un instante, su corazón parecía latir con fuerza insaciable en su pecho, una sensación que le era completamente nueva.

Con voz temblorosa, Sofía apenas pudo lanzar unas cuantas palabras.

—Bueno… nos vemos abajo, entonces, ¿sí? —musitó tímidamente, sintiendo un agudo rubor quemándose en su rostro.

Caminó vacilante hacia la puerta del baño, tratando de parecer segura de sí misma, aunque sabía que ella misma se traicionaba. Antes de salir, apretó con fuerza el pomo de la puerta, y giró para enfrentar a Alejandro una vez más.

—¡Ah y buenos días Alex! —exclamó con un tono alegre, intentando suavizar la intensidad de la situación, aunque en su interior el caos reinaba.

Alejandro, estático en su lugar, no sabía que hacer o decir en aquella extraña circunstancia.

Mientras tanto, su corazón latía fuerte en su pecho, y el rubor parecía no abandonar sus mejillas. La situación le superaba de tal manera que se quedó parado ahí, como un tonto, escuchando como su corazón latía con tanta fuerza que podría estallar en cualquier momento.

 

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