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Capítulo 18 - La Visita Sorpresa

Después de una interesante clase de química, Sofía emergió del salón con una renovada actitud, sorprendiendo a todos sus compañeros. Una sonrisa radiante adornaba su rostro, iluminando el salón con su energía positiva. Era como si hubiera despertado de un letargo tedioso para abrazar un nuevo día lleno de energía vibrante y optimismo contagioso. Para muchos, era un cambio impactante verla tan feliz y despreocupada.

A medida que avanzaban las clases, esa sonrisa persistía en el rostro de Sofía. Se involucraba más en las discusiones en clase, participaba activamente en los debates y mostraba un interés en las materias. Ella absorbía las palabras de sus profesores, haciendo preguntas interesantes que sumergían a todos en un diálogo enriquecedor.

Esta actitud sorprendió a sus compañeros. Algunos notaron que la chispa y el brillo en sus ojos era nuevo y creían que quizás sí, su nueva relación podría estar teniendo un efecto positivo en ella, mientras que otros solo aceptaban el cambio con felicidad, como si su compañía alegre y positiva hubiera sido una bendición inesperada en su vida escolar monótona.

Cuando sonó el timbre indicando el tiempo de receso, la mayoría de los estudiantes se apresuraron hacia la cafetería en busca de su comida. Pero para Sofía, el receso significaba un tiempo para estar con su amado Alejandro. Con las mariposas en el estómago, se apresuró a su lado, sonriendo con anticipación por el emocionante almuerzo que le esperaba.

Cuando llegó al salón de clases de Alejandro, encontró algo que no esperaba. Allí estaba él, sentado en su pupitre, junto a la ventana empapado por los rayos dorados del sol que se filtraban a través del cristal del edificio. La luz resaltaba los rasgos definidos de su rostro y su aura parecía casi mágica. Era como si el tiempo se hubiera detenido brevemente en ese lugar y solo hubiera espacio para el amor que sentía por él.

La imagen dejó a Sofía sin aliento, dejándola maravillada e incapaz de apartar la mirada. La escena justo frente a ella parecía sacada de su propia imaginación, como si hubiera sido arrancada de las páginas de sus libros favoritos. Sus ojos se abrieron como platos, tratando de absorber cada detalle, desde la paleta de colores del cielo hasta los ruidosos sonidos de los pájaros. Durante un momento, permaneció inmóvil, simplemente contemplándolo en silencio, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.

Finalmente, reaccionó ante la emoción arrebatadora que cursaba por sus venas y se acercó a él con paso ligero, llevando una sonrisa que iluminaba su rostro de forma radiante.

—Alejandro, vamos a almorzar —dijo con entusiasmo, rompiendo la quietud del momento. La felicidad que sentía en el momento era incontenible, y nada más le importaba que compartir ese momento con él.

Al escuchar su voz, Alejandro volteó hacia ella, y una sonrisa genuina se extendió por su rostro. Cada vez que la veía, sentía una calidez reconfortante que disipaba cualquier duda o preocupación que pudiera albergar en su corazón. Él sostenía en su rostro la sonrisa más sincera cuando miraba a Sofía. Era como si hubiera encontrado el tesoro más grande de toda su vida, era su brillo en su rostro y la emoción que lo mantenían enérgico y vivo. "¿Acaso esto es la felicidad?", se preguntó para sí mismo, sumergido en el brillo de sus ojos y la calidez de su voz.

Con una sonrisa cálida y curiosa, Sofía se acercó a Alejandro, observando a su alrededor antes de dirigirse a él. Le pareció extraño que no hubiera rastro de sus amigos y decidió preguntar.

—¿Dónde están tus amigos? ¿No almorzaremos juntos? —enunciando su pregunta en un tono lleno de interés.

—Bueno, ellos pensaban que vendrías, así que se fueron a almorzar y me
dejaron aquí —Alejandro se ruborizó ligeramente al responder.

Sofía asintió comprensiva, pero no dejó que la situación les desanimara.

—¡Oh, vaya! Marta sí que es asertiva. Bueno, entonces, ¿Almorcemos aquí? ¿Te parece? —sugirió ella entusiasmada, acariciando su hombro.

Alejandro asintió con una sonrisa, levantándose de su asiento y acercando el pupitre que utilizaba Daniel para unirlo con el suyo.

—La mesa ya está lista —exclamó con alegría.

Sofía abrió su mochila con emoción y extrajo las loncheras, mostrándolas con orgullo.

—¡Mira, mi mamá hizo una para ti también! —anunció con una gran sonrisa.

Alejandro abrió los ojos sorprendidos.

—¿De verdad hizo eso? —preguntó con cautela, su voz revelaba incredulidad y agradecimiento a partes iguales.

Sofía respondió rápidamente.

—¡Por supuesto! Estaba muy contenta mientras preparaba la tuya —dijo con alegría, colocando ambas loncheras sobre los pupitres.

—Además, traje estas loncheras térmicas para mantener la comida caliente —agregó, abriéndolas y dejando que el delicioso aroma inundara el aire.

Ella describió con detalle lo que su madre había preparado.

—Nos hizo unos deliciosos bocoles de queso con lechuga, frijoles de bolita y huevo duro. ¡Están deliciosos! —exclamó con alegría—. Y mira este toque especial, nos incluyó un poquito de salsa. Estoy segura de que te va a encantar.

Los compañeros de clase presentes miraban la escena con sorpresa y envidia hacia Alejandro. Se sentía una atmósfera cargada con emociones, todos anhelando estar en su lugar en ese momento.

La pareja disfrutaba de un almuerzo tranquilo, compartiendo risas y gestos cariñosos. Para Alejandro, todo este vínculo con Sofía había sido un proceso gradual, pero cada vez se sentía más cómodo con la idea de estar a su lado. Se sorprendía de cómo ella siempre estaba ahí cuando más lo necesitaba. Aunque no entendía del todo lo que estaba sucediendo entre ellos, le reconfortaba tener a alguien con quien compartir momentos genuinos y ser auténtico.

En ese momento, Sofía le dirigió una mirada tierna y puso su mano sobre la de Alejandro con suavidad.

—Alex, me encanta estar contigo —dijo con sinceridad y calidez. Sus palabras resonaron en el corazón de Alejandro, llenándolo de afecto y tranquilidad.

—Sabes, he estado pensando en algo —mencionó con un brillo de emoción en sus ojos—. Me encantaría ir a tu casa y conocer a tu familia.

Las palabras de Sofía causaron un nudo en el estómago de Alejandro. Tragó saliva antes de responder, buscando desesperadamente una excusa que sonara creíble.

—Sofía, suena genial, pero... —titubeó, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—Nunca te he hablado mucho de mi familia —continuó rápidamente—. Y ahora mismo no es el mejor momento para visitar mi casa. Mis padres están muy ocupados y las cosas están un poco complicadas.

El ceño fruncido de Sofía reveló su preocupación por la incomodidad de Alejandro.

—¿Estás seguro? No quiero presionarte, pero me encantaría conocerte mejor, y eso incluye a tu familia.

Alejandro sintió una mezcla de ansiedad y miedo. No quería exponer a Sofía al caos y el conflicto que reinaban en su hogar, pero tampoco quería alejarla.

—Sofía, te prometo que te presentaré a mi familia en otro momento —dijo, esforzándose por sonreír—. Solo déjame resolver algunas cosas primero.

Sofía asintió con comprensión, aunque una leve sombra de duda cruzó su rostro.

—Está bien, Alejandro. Te esperaré —respondió con una voz profunda.

Alejandro correspondió con una sonrisa a las palabras de Sofía, pero sus ojos revelaban la tormenta de emociones que lo invadía. Cuando Sofía habló de nuevo, sus palabras apenas susurradas pero cargadas de significado, resonaron en los oídos de Alejandro como un eco distante.

—No te preocupes, no te dejaré solo otra vez —dijo con voz suave pero llena de sentimiento.

Alejandro frunció el ceño ligeramente, como si hubiera captado algo, pero no estuviera seguro.

—¿Dijiste algo? —preguntó, buscando confirmación de lo que creía haber escuchado.

Sofía desvió rápidamente la mirada, ocultando la profundidad de sus emociones detrás de una sonrisa tranquila.

—Ah, nada importante —respondió con evasión—. Solo estaba comentando lo feliz que me hace verte disfrutar del almuerzo.

Aunque las palabras de Sofía fueron simples, la promesa implícita en ellas resonó en el corazón de Alejandro. Aunque no comprendía del todo lo que ella quería decir, saber que estaba allí para él, lista para quedarse a su lado, le brindaba cierto consuelo.

Después de disfrutar de un almuerzo agradable, Alejandro y Sofía siguieron charlando. Una vez más, el tema de compartir el trabajo de Alejandro surgió en la conversación, y Sofía hizo hincapié en la importancia de que el mundo conociera su talento.

—De verdad, Alex, deberías considerarlo seriamente —insistió Sofía con determinación en su rostro—. Tienes tanto potencial, y estoy segura de que recibirás críticas constructivas que te ayudarán a crecer.

Alejandro desvió la mirada, mostrando su duda.

—No estoy seguro... Me siento incómodo compartiendo mis escritos con otras personas —admitió con sinceridad.

Sofía, sin rendirse, continuó expresando su punto de vista.

—Pero confía en mí. Creo en ti y en tu talento. No tienes nada que perder al compartirlo, y quién sabe, podría ser el comienzo de algo asombroso —menciono mirándolo directamente a los ojos.

En ese preciso instante, el sonido del timbre llenó el salón, indicando el final del descanso y el regreso a clases. Sofía se levantó, con una mirada decidida dirigida hacia Alejandro.

—Por favor, prométeme que lo considerarás seriamente —le rogó Sofía con gentileza.

Alejandro asintió despacio, sintiendo el peso del compromiso.

—Lo haré. Pensaré en ello con más seriedad —respondió.

Sofía se acercó a Alejandro y le dio un beso en la mejilla.

—Nos vemos pronto para seguir hablando —dijo con una sonrisa antes de salir del salón, dejando a Alejandro perdido en sus pensamientos.

Después de que Sofía se marchara, Alejandro se quedó reflexionando en silencio sobre su conversación. Mientras repasaba en su mente lo que Sofía le había dicho, escuchó los pasos de sus amigos que entraban al salón. Daniel, con su energía característica, se acomodó cerca de Alejandro, mientras Marta se acercaba con una sonrisa en el rostro.

—Parece que tu almuerzo estuvo genial —comentó Marta, notando la expresión tranquila de Alejandro.

Alejandro asintió con una sonrisa.

—Sí, fue agradable —respondió, agradeciendo el cambio de ambiente que había experimentado durante el almuerzo.

Daniel se unió a la conversación con su característico humor.

—Al menos, acomoda mi asiento cuando termines de soñar despierto —bromeó, provocando una risa en Alejandro.

—Lo tendré en cuenta —respondió Alejandro con una sonrisa, agradecido por la ligereza que sus amigos aportaban a su día.

El maestro hizo su entrada en el salón, dando inicio a la clase. Los estudiantes tomaron sus lugares habituales y el murmullo de los libros abriéndose y los lápices escribiendo llenó el ambiente. Sin embargo, para Alejandro, el tiempo parecía arrastrarse lentamente. Cada minuto que pasaba lo acercaba más al momento temido, regresar a casa.

Conforme avanzaban las clases, el ánimo de Alejandro cambiaba gradualmente. La preocupación se reflejaba en sus ojos, y su mente se preparaba para enfrentar cualquier situación al llegar a casa. Cada vez que miraba el reloj, el tic-tac resonaba como un recordatorio constante de la incertidumbre que le aguardaba más tarde.

Alejandro luchaba contra la marejada de pensamientos que lo invadían. Sentado en su pupitre, apenas podía prestar atención a la clase. Cada palabra del maestro se desvanecía en la bruma de preocupación que envolvía su mente. El solo pensamiento de que Sofía pudiera encontrarse con su familia lo llenaba de un temor paralizante.

Cerró los ojos un instante, buscando desesperadamente una excusa para evitar que Sofía conociera a su familia. Pero cada idea que surgía parecía desvanecerse al momento. ¿Cómo podría explicarle la verdad sobre su hogar? La vergüenza y el miedo lo abrumaban por completo.

Una fina capa de sudor perlaba su frente mientras la ansiedad lo dominaba, retorciéndose en su asiento en busca de una solución. El pánico lo envolvía, y cada minuto en el aula solo aumentaba su temor ante lo que le esperaba al llegar a casa.

Cuando las clases terminaron Alejandro caminaba solo. El pasillo se estiraba interminablemente mientras él se encaminaba hacia la salida de la escuela. Cada paso lo alejaba más de Sofía, pero algo en su interior le decía que debía resolver las cosas en casa antes de avanzar en su relación. Enfrentar la realidad de su hogar le provocaba ansiedad, pero sabía que no podía posponerlo más.

De repente, sintió una suave presión en su mano. Al mirar a su lado, encontró a Sofía caminando a su lado, con una expresión tranquila pero decidida. No necesitaban palabras para entenderse, el simple gesto de tomar su mano transmitía un apoyo incondicional.

Al llegar a la salida, Alejandro se detuvo y con voz titubeante se dirigió a Sofía.

—Tengo que ir a casa, tengo algunas cosas que hacer —dijo, con la mirada baja y el corazón apretado por la preocupación.

Sofía respondió con ternura, asegurándole que todo estaría bien.

—Está bien, no te preocupes Alex. Cuando termines, envíame un mensaje —dijo, con una voz suave y tranquilizadora.

Alejandro asintió, agradecido por su comprensión, y se acercó a ella para darle un ligero beso en la mejilla. Sofía lo miró con una mezcla de sorpresa y alegría, notando por primera vez que Alejandro tomaba la iniciativa en su relación. Con el corazón lleno de esperanza, lo observó alejarse hacia su casa, deseando que todo saliera bien para él.

El viento acariciaba suavemente el rostro de Sofía mientras lo observaba alejarse. Una determinación silenciosa la impulsaba a seguirlo. Con decisión, sacó su teléfono y envió un mensaje rápido a su madre, "Llegaré un poco tarde".

Después de enviar el mensaje, se concentró en seguir a Alejandro, manteniendo una distancia prudente para no levantar sospechas.

Con el corazón latiendo con fuerza, siguió sus pasos, dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para apoyarlo en los momentos difíciles.

Caminaron en silencio durante varios minutos, y el corazón de Sofía latía con fuerza con cada paso. Observaba a Alejandro detenerse ocasionalmente para mirar al cielo y suspirar, preguntándose qué pensamientos podrían estar rondando su mente en ese momento. Sabía que él estaba lidiando con mucho, tratando de esconder sus problemas y su dolor.

Finalmente llegaron. La vista era desoladora, la casa estaba deteriorada y descuidada, con muchas imperfecciones que clamaban por ser arregladas. Pero lo más inquietante era la atmósfera que se respiraba, una sensación de tensión y oscuridad que parecía emanar de las sombras.

Sofía apretó los puños con determinación. Sabía que las personas que aguardaban allí no serían nada parecido a una familia amorosa. Con una mirada fija, se preparó para hacer lo que fuera necesario para proteger a Alejandro, sin importar las consecuencias.

Después de verlo adentrarse en la casa, Sofía tomó una decisión. Conocía lo que él enfrentaría dentro de esas paredes, pero también comprendía que debía prepararse para cambiar su vida. Dio media vuelta y se apresuró a conseguir lo necesario.

Mientras tanto, al cruzar la puerta de su casa, Alejandro fue recibido por gritos y desprecio por parte de sus padres. El ambiente estaba cargado de tensión y negatividad, y el corazón de Alejandro se hundía aún más con cada palabra acusadora y cada mirada de desprecio. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, sentía cómo la tristeza y la frustración lo envolvían, haciendo que cada paso dentro de esa casa fuera más pesado que el anterior.

La mirada gélida de su madre lo atravesó con desdén, mientras su padre lo observaba con una sonrisa irónica, como si disfrutara del sufrimiento de su hijo.

—Espero que hayas reflexionado sobre tu comportamiento, Alejandro —le espetó su madre, con un tono frío en su voz.

El joven tragó saliva, consciente de que una respuesta inapropiada solo empeoraría las cosas.

—¿O quizás necesitas otra lección sobre cómo es la vida real para que
lo entiendas? —añadió su padre con sarcasmo.

Alejandro bajó la mirada, intentando contener su rabia en presencia de sus padres. Sabía que cualquier atisbo de rebeldía solo acarrearía más problemas, y no estaba dispuesto a arriesgar su bienestar.

Asintió en silencio mientras sus padres seguían reprendiéndolo por lo que consideraban desorden en la casa. Alejandro se sentía atrapado en un torbellino de abuso emocional, sin saber cómo escapar de ese ciclo doloroso.

—Y no pierdas el tiempo, limpia todo el desastre que has dejado pendiente. No queremos vivir en tu suciedad —ordenó su madre con severidad, dejando salir su furia.

Alejandro contuvo las lágrimas, sintiendo el peso de la crueldad de sus padres sobre sus hombros. Cada palabra era como un puñal en su corazón, como si lo estuvieran despedazando.

Se movió resignado, encaminándose a cumplir con las tareas asignadas. Intentó desesperadamente encontrar una salida de esa espiral de abuso, pero no había manera. La sensación de impotencia lo invadió, abrumándolo con el deseo de desaparecer.

¿Cuándo cambiarían las cosas? ¿Cuándo encontraría un poco de paz y respeto en su hogar? Las preguntas seguían sin respuesta, dejando a Alejandro con la mente agitada y el corazón desgarrado.

Se arrodilló en el suelo de la sala, rodeado de evidencias del festín nocturno, rastros de alcohol, comida tirada y el penetrante olor a humo de cigarrillo que impregnaba el aire. Con cada movimiento, se esforzaba por borrar cualquier rastro de la noche anterior. Empezó recogiendo los platos sucios uno por uno, asegurándose de no dejar ni una migaja de desorden.

Mientras sumergía sus manos en el agua jabonosa y comenzaba a fregar los trastos sucios, Alejandro se sumió en una especie de trance. Los recuerdos de los momentos con Sofía inundaron su mente, disipando gradualmente las sombras de soledad y melancolía que lo habían envuelto anteriormente.

Cada plato que lavaba se convertía en un portal hacia esos momentos de alegría y conexión que había compartido junto a ella. Recordó la suavidad de su mano en la suya, el brillo en sus ojos durante sus charlas y risas, la calidez reconfortante de sus abrazos. Pero fue el recuerdo del almuerzo con la familia de Sofía lo que realmente iluminó su rostro con una sonrisa radiante.

Recordó con cariño el momento en que compartieron la mesa, rodeados del amor y la calidez de una familia unida. Las risas, las charlas animadas, la sensación reconfortante de pertenecer le llenaron el corazón de una inmensa alegría. La simple evocación de ese recuerdo era suficiente para disipar cualquier rastro de tristeza y soledad que pudiera quedar en su alma.

Con cada plato que limpiaba, la sonrisa en el rostro de Alejandro se ampliaba. Había encontrado un respiro en esos recuerdos, una luz en medio de la oscuridad.

Después de terminar de limpiar, el ambiente en la casa seguía cargado de tensión. Mientras secaba sus manos en un trapo, su madre dejó escapar un suspiro de alivio, aunque no era difícil notar la nota sarcástica en su tono.

—Por fin hiciste algo útil, Alejandro —le lanzó con desdén—. Deberías aprender a hacerlo sin que te lo tengamos que recordar.

El alivio inicial se desvaneció rápidamente, reemplazado por una reprimenda encubierta que era tan familiar para Alejandro como el zumbido constante de los electrodomésticos. No importaba cuánto se esforzara, siempre parecía estar en falta ante los ojos de su madre. Cansado, tanto física como emocionalmente, Alejandro asintió sin decir una palabra, manteniendo la mirada fija en el suelo para evitar el desafío silencioso que suponía el contacto visual.

Antes de que la reprimenda de su madre pudiera continuar, un golpe inesperado en la puerta interrumpió la tensión en la habitación. La madre de Alejandro, con ceño fruncido y manos temblorosas por la incertidumbre, se detuvo en seco, su rostro reflejando curiosidad y un dejo de irritación apenas disimulada.

—¿Quién podría ser ahora? —murmuró, más para sí misma que para Alejandro, con un tono cargado de ansiedad.

Al abrir la puerta, una joven de aspecto encantador aguardaba al otro lado, envuelta en un aura de serenidad y calidez que contrastaba con la atmósfera tensa de la casa.

—Hola, buenas tardes. Soy Sofía, la novia de Alejandro —anunció con una sonrisa resplandeciente que iluminaba la entrada, como un rayo de sol en medio de una tormenta.

Sus ojos, como un pozo sin fondo, capturaron la atención de la madre de Alejandro, quien se quedó boquiabierta ante su presencia. Eran ojos que parecían tener la capacidad de sumergirte en ellos, atrapando tu atención con su intensidad, como si contuvieran el universo entero en su mirada.

Sin embargo, la madre no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad ante la presencia de la novia de su hijo, mezclada con un toque de asombro ante su belleza y su serenidad.

Por un instante, un silencio pesado se instaló en la entrada, mientras la madre y Sofía se miraban fijamente, como si estuvieran evaluando la naturaleza misma del otro.

Sofía le ofreció una sonrisa que, a simple vista, parecía amable y cortés. Sin embargo, los ojos de Sofía destilaban una malicia apenas perceptible, como si escondiera un secreto oscuro detrás de su apariencia encantadora.

Mientras la madre la veía desde la cabeza a los pies, notó que tenía las manos ocupadas con unas bolsas de un conocido restaurante de pollo frito en una mano y unas bebidas en la otra. Mientras la miraba ella continuo con su presentación.

—Un placer conocerla, señora —dijo Sofía con un tono dulce, aunque su sonrisa tenía un matiz sutilmente retorcido.

—Supongo que usted es la madre de Alex —su voz era suave, pero había algo en su tono que podría poner los pelos de punta a cualquiera que la escuchara con atención.

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