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Capítulo 19 - Lazos Que Queman

Alejandro se sintió como si el tiempo se detuviera al ver a Sofía de pie en la entrada de su casa. Una oleada de preguntas lo inundó, dejándolo aturdido y sin aliento. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? ¿Cómo había descubierto dónde vivía? El miedo lo paralizó, como si un velo oscuro se cerrara a su alrededor, impidiéndole articular palabra y haciendo que su corazón latiera con fuerza descontrolada.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando, como impulsado por una fuerza invisible, giró lentamente la cabeza y se encontró con la mirada sorprendida de su padre. La expresión de asombro en el rostro paterno solo profundizó su confusión. ¿Qué estaba pasando? Las palabras que había escuchado apenas unos segundos antes resonaban en su mente, aumentando su desconcierto.

La madre de Alejandro se volvió hacia él con una sonrisa que desprendía un dejo de sarcasmo, cortante como un cuchillo en el aire pesado de la sala.

—Vaya, parece que nuestro hijo se divierte en la escuela —dijo con un tono de desprecio que helaba el ambiente.

Un nudo se formó en el estómago de Alejandro al escuchar las palabras de su madre y ver su expresión. La incertidumbre se apoderó de él mientras su mente se llenaba de temores sobre lo que vendría después de ese comentario.

La madre de Alejandro dirigió su atención hacia Sofía, quien aún permanecía en la puerta, sin apartar la mirada de ella.

—Oh, querida, lamento mi descortesía. Por favor, pasa —dijo con una sonrisa que parecía más una mueca forzada, apenas logrando ocultar su incomodidad.

Sofía, manteniendo su compostura, respondió con cortesía.

—Gracias, señora. Se nota que es muy amable —sus palabras resonaron en la habitación, dejando un rastro de amargura en el aire que se palpaba.

La madre de Alejandro notó las bolsas que Sofía sostenía en sus manos, y su expresión se tornó dubitativa.

—Veo que llevas algo en las manos, ¿Podrías decirme qué es? —preguntó, dejando entrever su curiosidad.

Sofía mostró las bolsas con una sonrisa radiante, irradiando amabilidad y sinceridad en su explicación.

—Compré esto de camino. Quería conocer a la familia de mi novio, así que lo
traje —explicó con gentileza, mostrando las bolsas como un gesto de hospitalidad.

El padre de Alejandro se sumó a la conversación, con un leve nerviosismo perceptible en su tono.

—Vaya, qué diligente eres —comentó, intentando ocultar su sorpresa ante la visita inesperada.

Sofía respondió al padre con calma y cortesía.

—Sí, quería conocerlos y qué mejor manera que con una cena para la ocasión —dijo, acompañando sus palabras con una sonrisa amable.

—¡Alejandro, muévete! —ordenó el padre con autoridad, señalando las bolsas que Sofía sostenía.

—Ayúdala con las bolsas —añadió, transmitiendo su orden con claridad, mientras esperaba la cooperación de su hijo.

Alejandro se sacudió de sus pensamientos y se apresuró hacia Sofía para tomar las bolsas, deseando desviar la atención de la tensión que sentía en la sala. Cuando las tomó, Sofía le devolvió el gesto con una mirada, transmitiendo un mensaje silencioso de apoyo.

—Eres muy caballeroso, Alejandro. Eso es algo que me encanta de ti —expresó, mirándolo directo a los ojos, buscando aliviar la tensión con un gesto de admiración.

Sintiéndose un tanto abrumado por el cambio repentino en el ambiente, Alejandro se encaminó a la cocina y comenzó a organizar todo con diligencia, tratando de mantener la compostura frente a la mirada expectante de sus padres. Mientras tanto, estos últimos quedaron boquiabiertos por las palabras de Sofía, incapaces de ocultar su sorpresa ante la situación.

Sofía lo siguió hasta la cocina, donde lo encontró visiblemente abrumado y perdido en sus pensamientos. Decidió abrazarlo suavemente por detrás, tratando de infundirle algo de calma en medio del caos.

—No te preocupes, estamos juntos —le susurró con ternura, buscando reconfortarlo en medio de la confusión, ofreciéndole su apoyo como un refugio seguro en medio de la tormenta.

El abrazo de Sofía pareció liberarlo de sus preocupaciones. Se concentró en preparar los platos para la cena que Sofía había traído consigo, agradeciendo en silencio su presencia reconfortante. Aunque aún había tensión en el aire, la presencia tranquilizadora de ella le dio fuerzas para seguir adelante y enfrentar la situación.

Sofía dejó sus cosas en un rincón y se unió a él, ayudándolo a sacar los cubiertos necesarios con una sonrisa tranquilizadora.

En la sala, la madre irrumpió en el silencio con una pregunta cargada de ira, sus ojos lanzaban chispas de indignación.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —inquirió, con un tono lleno de frustración.

Su esposo, con gesto despectivo y voz amarga, respondió con un deje de desprecio hacia su propio hijo.

—Ni idea. Nunca imaginé que ese inútil tendría novia —dijo, dejando escapar un suspiro de decepción.

La madre se unió al coro de descontento, su voz resonando con disgusto y resentimiento en cada palabra.

—Espero que esa chiquilla se vaya pronto y luego podremos encargarnos de ese inútil. ¡Mira nada más, lo enviamos a la escuela y regresa con estas
tonterías! —exclamó con desdén, cruzando los brazos con un gesto de desaprobación.

Su esposo asintió con una sonrisa retorcida en su rostro, sus ojos brillaban con la promesa de un castigo severo.

—Es hora de enseñarle una lección por su comportamiento —agregó con una expresión que enviaba escalofríos por la espalda, anticipando el castigo que planeaban imponer.

Mientras tanto, en la cocina, la pareja se movía con cuidado entre los platos y los vasos, compartiendo el espacio con una armonía silenciosa.

—Alex, yo me encargo de las bebidas. Tú pon la comida en los
platos, ¿de acuerdo? —dijo Sofía con amabilidad, su voz resonaba con una calma reconfortante.

Alejandro asintió en silencio.

Con manos que temblaban ligeramente pero que no vacilaban en su tarea, Alejandro dispuso meticulosamente las porciones de pollo y ensalada en cada plato, recordando las preferencias de sus padres como si fuera un rito ancestral. Cada movimiento era deliberado, como si estuviera siguiendo un ritual cuidadosamente ensayado. Una vez que los platos estuvieron listos, los llevó a la mesa con la misma precaución, colocándolos con delicadeza en su lugar habitual, mientras intentaba mantener la calma ante la presión invisible que parecía envolverlo.

Con la cena servida, la mesa cuidadosamente adornada con velas aromáticas y los platos dispuestos con esmero, solo quedaba llamar a los padres de Alejandro para que se unieran a la mesa. Con determinación, Sofía se dirigió hacia la sala donde se encontraban.

—La cena está lista. Por favor, acompáñennos a la mesa —les informó con un tono suave pero firme, transmitiendo una sensación de tranquilidad y confianza.

Los padres, con sus gestos llenos de desprecio, abandonaron el sofá y se dirigieron hacia el comedor con paso firme. Cada movimiento estaba imbuido de una especie de arrogancia que no pasaba desapercibida. Al entrar al comedor, escudriñaron cada detalle de la mesa, asegurándose de que todo estuviera a su satisfacción. Sin embargo, no pudieron evitar notar dos platos adicionales, colocados con la misma meticulosidad pero que claramente no eran para ellos. Sus miradas se volvieron gélidas, mostrando su desaprobación hacia los invitados no deseados.

Al sentarse a la mesa, los padres ocuparon sus lugares designados con expresiones de desprecio claramente marcadas en sus rostros. Sofía también tomó asiento con naturalidad, como si no se viera afectada por la hostilidad que flotaba en el aire. En cambio, Alejandro se quedó de pie, indeciso, luchando con la incertidumbre de si debía unirse a la mesa o no. Las miradas despectivas de sus padres lo mantenían inmóvil en su lugar, sintiendo cada instante como una prueba de fuego.

De repente, la voz de Sofía lo sacó de su ensimismamiento, rompiendo el silencio pesado que se había instalado en la habitación.

—Alejandro, ¿Qué estás haciendo? Siéntate —le instó, señalando la silla vacía a su lado con dulzura, pero firmeza.

Con cautela y lentitud, Alejandro tomó asiento, sintiendo el peso de la incomodidad de aquella situación sobre sus hombros. Era algo completamente nuevo para él, una sensación que lo abrumaba.

Mientras se acomodaba, su padre lo observaba fijamente por encima de su vaso, cada sorbo parecía cargar con una crítica silenciosa. La madre, sin rodeos, desvió su atención de manera abrupta hacia Sofía, lanzándole una pregunta que resonaba con desdén en la habitación.

—Dime, niña, ¿Qué es lo que le viste a este? —preguntó con una mirada seria.

Sofía mantuvo la calma, sosteniendo la mirada desafiante de la madre con firmeza en sus ojos.

—Lo que veo en Alejandro es algo que, quizás, ustedes no han podido
apreciar aún —respondió con voz serena pero directa—. Veo a alguien con una sensibilidad profunda, cariñoso y con un corazón generoso. Veo a alguien que lucha por superarse cada día, a pesar de las dificultades que enfrenta.

La madre, con el ceño fruncido y una expresión dura en el rostro, replicó con brusquedad.

—¿Y qué sabrás tú de nuestras circunstancias? No tienes ni idea de lo que implica llevar adelante esta familia. Tu opinión sobre mi hijo no me interesa en absoluto.

Sin inmutarse, Sofía continuó con seriedad.

—Quizás no conozco todos los detalles de su vida familiar, pero sé lo suficiente como para reconocer el valor y la bondad en una persona. Alejandro es mucho más de lo que ustedes imaginan. Tiene talento, tiene sueños y, sobre todo, tiene el coraje para enfrentar los desafíos de la vida día a día.

—¡Basta de tonterías! —exclamó la madre, elevando el tono de voz con indignación—. No necesitamos lecciones de una mocosa como tú. Alejandro es un inútil, un fracasado que no ha logrado nada en la vida. Y si tanto te gusta, llévatelo. ¡No necesitamos más problemas aquí!

A pesar del desprecio evidente en las palabras de la madre, Sofía mantuvo la compostura, con una mirada tranquila en su rostro.

—Lamento si mi presencia les incomoda, pero no puedo permitir que lo insulten de esa manera. Él merece respeto, al igual que cualquier otra persona. Si no pueden verlo así, es su asunto, no el suyo —declaró con firmeza, sin titubear en su voz.

La madre frunció aún más el ceño, observando a Sofía con una irritación y sorpresa ante su respuesta.

—Tienes un carácter bastante fuerte para ser una extraña en esta casa —comentó sarcásticamente—. Pero no cambiarás mi opinión sobre Alejandro. Él es un fracaso, y eso es todo lo que importa.

Sofía permaneció imperturbable, respondiendo con seguridad.

—No pretendo cambiar su opinión, solo le pido que considere una perspectiva diferente. Alejandro ha enfrentado numerosos obstáculos en su vida, pero eso no lo define como un fracaso. A pesar de todo, conserva su bondad y su determinación.

—Bondad y determinación, palabras bonitas, pero eso no cambia la realidad. Alejandro ha demostrado ser débil, incapaz de destacar en nada. Solo es una carga para nosotros —replicó la madre con una risa sarcástica.

Sofía respondió con compasión, sus palabras resonaron con sinceridad.

—Me entristece que vea a su hijo de esa manera. Yo veo su potencial. Alejandro es valiente, inteligente y tiene un corazón generoso. Si no pueden verlo así, es lamentable, pero eso no cambiará quién es él —expresó con suavidad, sus ojos reflejaban una profunda admiración.

La madre, molesta por la actitud desafiante de Sofía, dejó escapar un suspiro exasperado.

—No permitiré que arrastres a mi hijo en tus fantasías. Alejandro es un fracasado, y no permitiré que alguien como tú lo engañe —dijo con una evidente irritación en su voz.

—No pretendo engañarlo, solo quiero ayudarlo a levantarse. Pero si no pueden ver el valor de su propio hijo, entonces no puedo hacer mucho más aquí —respondió directamente, manteniendo la calma.

El comentario de Sofía dejó a los padres de Alejandro en un incómodo silencio, incapaces de encontrar una respuesta adecuada.

La madre, enrojecida de ira, apretó los puños con furia.

—¡Cómo te atreves a hablarme así en mi propia casa! ¡Fuera de aquí, ahora
mismo! —exclamó con vehemencia, con su voz cargada de ira.

A pesar del arrebato de la madre, Sofía se mantuvo firme.

—Lo siento, señora, pero no me iré sin Alejandro. Si no pueden aceptarlo, lo lamento por ustedes —dijo, mostrando una resolución inquebrantable.

—¡No tienes derecho a decidir quién se queda o quién se va de esta casa! —gritó la madre, señalando amenazadoramente hacia la puerta—. ¡Lárgate de una vez y no vuelvas nunca más!

Con un suspiro que parecía llevar consigo el peso de un mundo entero, Sofía se puso de pie, su semblante reflejaba decepción y frustración.

—Está bien, si eso es lo que quieren, me iré —murmuró con la voz entrecortada, luchando por mantener a raya las lágrimas que amenazaban con brotar en cualquier momento.

Con pasos lentos y pesados, se encaminó hacia la cocina en busca de sus pertenencias, sintiendo cada paso como un peso adicional sobre sus hombros.

Alejandro permanecía inmóvil, como si la tensión del momento hubiera petrificado su cuerpo. Su mirada perdida seguía a Sofía mientras se alejaba, su corazón lleno de un profundo pesar y remordimiento. Sabía que su madre había cruzado una línea, y ahora, el precio de sus acciones era la pérdida de la única persona que había traído algo de luz a su vida turbulenta.

Sofía regresó al comedor, con sus pertenencias en mano, su rostro ahora mostraba una mirada fría y decidida. Un silencio denso llenaba la habitación, todos esperaban con ansias sus próximas palabras.

—Alex, vámonos —declaró con firmeza, su tono indicaba que no toleraría más el ambiente tóxico que reinaba en esa casa.

La madre reaccionó de inmediato, su voz resonaba con un tono cargado de odio y desprecio.

—¿Quién te crees que eres para dar órdenes en esta casa? —escupió las palabras con veneno, sus ojos lanzando dagas de furia hacia Sofía.

Sofía, sin inmutarse, sostuvo la mirada desafiante de la madre.

—Usted dijo que, si me gustaba tanto, me lo podría llevar. Y así lo haré —respondió con calma y seriedad.

Mientras tanto, una sonrisa de malicia se formó en el rostro del padre, mostrando un deleite perverso ante la situación.

—¿No la escuchaste, Alejandro? Vete con esa mocosa —dijo con burla y desprecio en su tono, disfrutando del conflicto que se desarrollaba frente a él.

La madre, desconcertada por las palabras de su esposo, lo miró con incredulidad.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó, confundida por el repentino cambio de actitud de su esposo y el rumbo inesperado que estaban tomando los acontecimientos.

El padre se inclinó hacia ella, susurrando en su oído con un tono bajo, cargado de malicia.

—No te preocupes, querida. Con ese inútil fuera de la casa, podremos disfrutar de la cena sin interrupciones. Luego, él regresará como perro —sus palabras resonaron con un deje de satisfacción, seguido de una risa que transmitía una crueldad apenas disimulada.

Contagiada por la maldad de su esposo, ella comenzó a reír, complacida con la idea de disfrutar la cena sin la presencia de su hijo.

Sofía, atenta a cada movimiento y palabra, captó la esencia de la conversación. Actuó con rapidez, tomando la mano de Alejandro con firmeza y llevándolo fuera de la casa. Alejandro, en un estado de shock aparente, la siguió sin decir una palabra. Su mente parecía nublada, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía escapar.

A medida que se alejaban varios minutos de la casa, Alejandro comenzó a recobrar la cordura. Se detuvo de repente, sintiendo cómo la realidad volvía a apoderarse de su conciencia. Miró a Sofía, sintiendo su mano cálida y reconfortante agarrada a la suya. Intentó hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta, ahogadas por la culpa y la angustia que sentía.

Sofía lo miró con compasión y entendimiento mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Las emociones se entrelazaban en el aire cargado de tensión entre ellos.

—Sofía, en serio... lo siento mucho... nunca quise que esto ocurriera —logró decir entre lágrimas, su voz temblorosa por la emoción.

Sofía permaneció en silencio por un momento, dejando que las palabras de Alejandro se asentaran en el aire entre ellos. Respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Luego, se acercó y le dio un beso suave en los labios, transmitiendo con ese gesto todo el apoyo y la comprensión que sentía en su corazón.

—Recuerda lo que te dije, siempre estaré contigo —le dijo con voz suave y cálida, sus palabras resonando con una promesa de amor inquebrantable.

Alejandro tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta mientras se armaba de valor para expresar lo que llevaba dentro. Miró a Sofía con ojos llenos de emoción y sinceridad, deseando transmitirle lo importante que era para él.

—Todos estos días a tu lado han sido extraños, pero de alguna manera siempre me haces sentir bien —comenzó Alejandro, su voz temblorosa pero llena
de gratitud—. Siempre estás ahí para mí, apoyándome en cada momento difícil. Realmente, aprecio todo eso —confesó, con las lágrimas asomándose en sus ojos, reflejando la profundidad de sus sentimientos.

Sofía lo miró tiernamente, con una expresión de amor en su rostro. Sus ojos brillaban con una luz cálida y reconfortante, reflejando la profunda conexión que compartían.

—Es un placer estar a tu lado —respondió con dulzura, su voz suave como una caricia reconfortante—. Te lo he dicho y te lo diré siempre, quiero estar a tu lado, en los buenos momentos como en los malos. Juntos podemos enfrentar cualquier desafío.

El corazón de Alejandro latía con fuerza mientras absorbía las palabras de Sofía, sintiendo cómo el coraje se apoderaba de él una vez más. Respiró profundamente, llenándose de valentía, y tomó la mano de Sofía con firmeza, aferrándose a ella como a un ancla de esperanza en medio de la tormenta.

—Ven conmigo —dijo Alejandro, su voz resonaba con una autoridad recién descubierta, pero también con un matiz de vulnerabilidad.

—Hablaré con mis padres. Yo en verdad quiero estar contigo —expresó con decisión.

Sofía, con los ojos brillantes de emoción y alegría, asintió con una sonrisa radiante. Por fin, después de tanto tiempo, había logrado que Alejandro tomara las riendas de su vida.

—¡Claro que sí, Alex! —respondió con entusiasmo, su voz rebosaba de
felicidad—. Pero regresemos despacio, la verdad sigo algo tensa por lo que pasó.

Tras las palabras de Sofía, Alejandro asintió, su rostro reflejaba una disculpa sincera por haberla preocupado.

—Perdóname, no quería que… —comenzó a decir Alejandro, pero Sofía lo detuvo con un gesto suave.

—Tranquilo, ya pasó. Ahora solo tenemos que mirar hacia
adelante juntos —mencionó Sofía con ternura, colocando una mano reconfortante sobre la de Alejandro.

Mientras disfrutaban de su cena, los padres de Alejandro compartían risas y comentarios sarcásticos, complacidos de que la velada se desarrollara sin contratiempos. El ambiente estaba impregnado de una atmósfera de superioridad y satisfacción por la supuesta victoria sobre la partida repentina de Sofía.

—¿Viste cómo la mocosa esa salió corriendo? ¡Nos dejó toda la cena! — comentó la madre con una risa burlona, su voz resonaba con un tono de triunfo—. Dejaron todo preparado incluso con velas aromáticas, parece que quería impresionarnos esa niña estúpida.

El padre, riendo entre dientes, asintió con gusto.

—Sí, qué ingenua —respondió su esposo riendo—. Seguro quería ganarse tu aprobación —añadió con sarcasmo.

—Exactamente —respondió la madre con una risita maliciosa.

—No me sorprende, considerando quién es su novio. Alejandro y ella son perfectos el uno para el otro, igual de estúpidos —dijo el padre entre risas mientras se servía más pollo frito. El ego entre ellos se fortalecía con cada palabra sarcástica, alimentando su sentido de superioridad y satisfacción.

Después de disfrutar el último bocado y dar los últimos sorbos a sus bebidas, los padres de Alejandro se retiraron a la sala para relajarse en el sillón. Satisfechos por la agradable cena, se acomodaron cómodamente, dejando que la satisfacción del buen comer los envolviera.

—Estoy tan lleno que apenas puedo mantener los ojos abiertos —comentó el padre, mientras se frotaba los ojos con suavidad, dejando escapar un suspiro de alivio.

—Sí, la comida estuvo deliciosa, pero ahora me está entrando un sueño que no puedo resistir —asintió su esposa entre bostezos, dejando entrever su satisfacción por la cena bien servida.

Ambos se miraron y sonrieron, compartiendo el sentimiento de plenitud que les dejaba la cena.

—Creo que sería buena idea echarnos una siestecita —sugirió el padre, buscando el cómodo abrazo de Morfeo tras la satisfacción de la buena comida.

—¡Exacto! —estuvo de acuerdo su esposa, acomodándose aún más en el mullido sillón—. Dejemos que Alejandro se encargue de limpiar cuando regrese. Después de todo, esa es su tarea.

Rieron juntos, compartiendo la alegría de los que disfrutan de la comodidad de su hogar mientras delegan las responsabilidades domésticas.

Más tarde, mientras Sofía y Alejandro caminaban lentamente de regreso a casa, con las manos entrelazadas y la determinación palpable en el aire, el tranquilo entorno de la calle se vio repentinamente sacudido por el caos. El estruendo de vehículos de emergencia llenaba el aire, mientras autos de policía, camiones de bomberos y ambulancias se abrían paso con urgencia. Los noticieros se unían al ruido, anunciando el suceso que había interrumpido la paz de la tarde.

—Parece que hubo un accidente —mencionó Sofía, de su rostro emergía una pequeña sonrisa mientras observaba el paso de vehículos de emergencia.

A medida que se acercaban lentamente a su destino, la multitud se volvía más densa, como si el pesar de la tragedia los atrajera como polillas a la luz. Personas que reconocían a Alejandro se abrían paso entre la aglomeración, acercándose rápidamente a él.

"Alejandro, ¡qué alivio verte bien!", "¡Gracias a Dios no te pasó nada!" expresaban al unísono, aliviados por verlo ileso. Alejandro, desconcertado por la repentina atención, recibía sus palabras con incredulidad, hasta que una anciana dueña de una tienda cercana se acercó a él con una mirada llena de temor.

—Tu casa, hijo... tu casa se está incendiando —mencionó con voz temblorosa, transmitiéndole la gravedad de la situación con solo unas pocas palabras.

El corazón de Alejandro dio un vuelco al escuchar esas palabras, el miedo lo invadió como una ola poderosa que amenazaba con arrastrarlo. Sin pensarlo dos veces, soltó la mano de Sofía y corrió hacia su hogar, con el temor y la preocupación palpables en cada paso, como si su propio pulso estuviera marcado por el ritmo acelerado de su carrera.

El área estaba rodeada por una multitud de oficiales, quienes mantenían un perímetro de seguridad con cintas amarillas que destellaban bajo las luces intermitentes. Los bomberos, con sus uniformes oscuros y sus cascos brillantes, luchaban valientemente contra las llamas que devoraban la casa, enviando chorros de agua con desesperación mientras el fuego rugía amenazadoramente, como un dragón hambriento que devoraba todo a su paso.

Alejandro, con el corazón destrozado por la desesperación, se abrió paso entre la multitud, ignorando las advertencias de los oficiales que intentaban detenerlo. Sus ojos buscaban frenéticamente entre el caos, buscando desesperadamente cualquier rastro de su familia. Sus gritos desgarradores resonaban en el aire, llamando a sus padres en medio del caos, cada palabra cargada de angustia y esperanza.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡¿Dónde están?!

Cada llamado era un eco de angustia, una súplica desesperada por encontrar a su familia en medio de la vorágine de fuego y humo.

La voz rota de Alejandro resonaba en el aire, llenando el entorno con una angustia palpable que envolvía a todos los presentes en un manto de horror y desesperación. Cada grito era como un eco de su sufrimiento, un eco que resonaba en los corazones de quienes lo escuchaban, compartiendo su dolor en silencio mientras el nudo en sus gargantas se hacía más apretado con cada palabra.

Desesperado por salvar a sus padres, Alejandro intentó avanzar hacia la casa envuelta en llamas, pero sus intentos fueron detenidos por los firmes brazos de los policías, quienes lo sujetaban con firmeza, conscientes del peligro inminente que enfrentaba.

—¡Déjenme pasar! ¡Tengo que salvarlos! —exclamaba Alejandro, con voz quebrada por la desesperación, luchando contra la fuerza de los oficiales que lo mantenían alejado del peligro.

Los policías, con gestos comprensivos pero decididos, le instaban a retroceder, a mantenerse a salvo, mientras el fuego devoraba el interior del hogar con voracidad, convirtiendo cada rincón en un infierno ardiente donde la vida colgaba de un hilo frágil y tembloroso.

Las lágrimas se mezclaban con el sudor en el rostro de Alejandro, su mente era un torbellino de desesperación y esperanza, un laberinto oscuro donde la única salida parecía estar bloqueada por las llamas. La mano reconfortante del policía que reposaba en su hombro ofrecía un leve alivio en medio de la tragedia, un ancla de conexión con la realidad que se desmoronaba frente a él.

El oficial buscaba las palabras adecuadas, tratando de infundir un atisbo de esperanza en el corazón destrozado de Alejandro. Prometía esfuerzos incansables, recursos desplegados en una carrera contra el tiempo implacable que los acechaba, pero también enfrentaban la dura realidad de que cada segundo perdido aumentaba las probabilidades de una tragedia irreparable, y las posibilidades menguaban con cada chispa que brotaba de la casa en llamas.

El tumulto de la emergencia llenaba la calle con su caos, el crepitar del fuego se entrelazaba con el sonido estridente de las sirenas de los vehículos de emergencia, pero en medio de ese torbellino de sonidos y luces, Sofía emergió como un faro de calma y consuelo. Cada paso resonaba en el pavimento, marcando su avance decidido hacia donde se encontraba Alejandro, arrodillado en el suelo, su rostro marcado por el dolor y las lágrimas que empañaban sus ojos.

Sin titubear ni un instante, Sofía se acercó a él y lo envolvió en un abrazo reconfortante, ofreciéndole su apoyo incondicional en medio de la tempestad emocional que lo embargaba. Podía sentir el temblor de su cuerpo, la lucha interna que libraba por contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse.

—Estoy aquí, mi amor —susurró Sofía con voz suave pero firme, transmitiendo un mensaje de calma y esperanza en medio del desasosiego—. No estás solo.

Alejandro se aferró a ella con fuerza, como si su vida dependiera de aquel abrazo, mientras dejaba escapar sollozos ahogados que resonaban en la quietud de la noche. Sofía acarició su cabello con ternura, compartiendo silenciosamente el peso del dolor que le atravesaba el alma al verlo sufrir de esa manera.

—No puedo... no puedo perderlos —murmuró Alejandro entre lágrimas, su voz quebrada por la angustia que lo ahogaba—. No puedo soportar la idea de... de perderlos.

Sofía apretó el abrazo con más fuerza, sintiendo el latido desbocado del corazón de Alejandro contra el suyo, como si el palpitar de ambos se fusionara en un vínculo irrompible que los sostuviera en medio de la adversidad.

—Lo sé, cariño. Lo sé —respondió Sofía, con la voz entrecortada por la emoción que luchaba por contener—. Pero estamos juntos en esto. Encontraremos la manera de superarlo juntos.

Mientras Sofía envolvía a Alejandro en un abrazo reconfortante, su semblante escondía un secreto siniestro detrás de la fachada de consuelo. Aunque sus palabras sonaban reconfortantes, una sonrisa fría se asomaba en sus labios. Sus ojos, que antes irradiaban compasión, ahora reflejaban una oscuridad que contrastaba con el sufrimiento que los rodeaba.

Mientras Alejandro buscaba refugio en su abrazo, cegado por su propio dolor, Sofía se regocijaba en silencio por el éxito de su plan retorcido. Todo estaba saliendo según lo había planeado. Las llamas consumían la casa, el caos se propagaba por las calles y ella se encontraba en el epicentro, manipulando los hilos de una tragedia que había urdido con astucia.

Una sensación de poder la invadía, alimentando su ego y su sed de control. Era como si bailara en medio de las llamas, sintiéndose invencible.

"Les advertí que me las pagarían", murmuraba para sí misma. "Les dije que pagarían por cada lágrima que derramó."

Con la mirada clavada en el horizonte, donde las llamas rugían devorando la casa, Sofía no podía apartar su mente de un pensamiento despiadado: "Alejandro es mío, solo mío", resonaba en su cabeza con una frialdad inquietante. "Nadie más debería tener el derecho de tocarlo, de amarlo como yo lo hago."

A pesar de que su rostro mostraba una expresión de compasión y apoyo, en lo más profundo de su ser ardía un fuego avivado por la sed de venganza y el deseo de poseer a Alejandro por completo, en cuerpo y alma. Cada chispa que surgía de las llamas avivaba su determinación, alimentando una sensación despiadada que se ocultaba tras su apariencia serena.

Sus manos temblaban ligeramente mientras mantenía su abrazo reconfortante alrededor de Alejandro, pero su mente estaba ocupada por pensamientos oscuros y maquinaciones retorcidas. En su corazón, un odio sordo bullía contra aquellos que habían lastimado a su amado, y una sed de justicia retumbaba en lo más profundo de su ser.

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