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Capítulo 20 - La Sombra de la Duda

En medio del caos, Sofía rodeó a Alejandro con un abrazo cálido y consolador, pero su tono de voz cambió, adoptando una melodía suave que ocultaba su verdadera intención.

—Sabes Alex —comenzó con una voz dulce y armoniosa—. Siempre estaré aquí para ti. No estás solo, nunca lo estarás. Juntos podemos enfrentar cualquier desafío que se nos presente.

Atrapado en una marea de dolor y desesperación, Alejandro se aferró a las palabras de Sofía como si fueran un ancla en medio de la tormenta.

—Pero... ¿Cómo puedo seguir adelante sin ellos? —murmuró entre sollozos, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Con un gesto de ternura, Sofía acarició el cabello de Alejandro, sus ojos brillaban con una compasión que emanaba de lo más profundo de su corazón.
—No necesitas a nadie más que a mí —susurró con una convicción aparentemente sincera—. Juntos podemos escribir nuestra propia historia, llena de amor y felicidad. Mientras estemos juntos, todo estará bien.

Las palabras de Sofía se deslizaban suavemente en la mente de Alejandro, creando una ilusión de calma que momentáneamente lo alejaba de su dolor y sufrimiento. A pesar de la neblina de confusión que envolvía sus pensamientos, la presencia reconfortante de Sofía parecía ofrecerle un instante de paz en medio de la tormenta emocional.

Cada frase resonaba en los oídos de Alejandro, inyectándole una ilusoria esperanza y una falsa sensación de seguridad. Sin embargo, detrás de esa máscara de compasión, las verdaderas intenciones de Sofía permanecían ocultas, aguardando el momento oportuno para manifestarse.

Por otro lado, en la calidez de la casa de Sofía, la hora de la cena solía ser un momento de tranquilidad y unión familiar. Los miembros de la familia se reunían alrededor de la mesa del comedor, compartiendo risas y momentos especiales del día. El sonido del noticiero de fondo era una constante, aunque generalmente se diluía entre las conversaciones animadas.

Sin embargo, esa noche, todo cambió de repente.

Mientras la familia disfrutaba de su rutina habitual durante la cena, la atención de todos se desvió de repente hacia la pantalla del televisor. El sonido del noticiero cobró intensidad, anunciando una noticia urgente en directo. La familia se quedó inmóvil, sus rostros mostraban sorpresa, ansiedad y preocupación mientras observaban las imágenes que se desplegaban ante ellos.

En el centro de la escena, estaban Sofía y Alejandro abrazados, sus rostros reflejaban una profunda inquietud. Los ojos de Alejandro brillaban con lágrimas, su semblante angustiado revelando el dolor que sentía al presenciar los acontecimientos que se desarrollaban frente a él. Sofía lo envolvía con sus brazos, tratando de calmarlo con palabras de aliento, aunque su propia preocupación se manifestaba en su mirada.
En ese instante, el reportero se posicionó frente a la cámara, con su rostro serio y su voz cargada de tensión, preparándose para dar la noticia urgente.

—Buena noche, apreciados espectadores —inició el reportero, su tono era solemne capturando de inmediato la atención de la audiencia.

—Interrumpimos su programación habitual para brindarles un reporte de última hora desde la calle Robles, donde se está desarrollando una situación de suma
gravedad —comunicó con seriedad.

La cámara se desplazó detrás del reportero, revelando una escena caótica que se desplegaba ante ellos, una casa envuelta en llamas devoradoras, que danzaban en un espectáculo mortífero de fuego y humo oscuro ascendiendo hacia el cielo nocturno.

—Aquí, detrás de mí, pueden observar la vivienda de una familia, consumida por un feroz incendio. Las llamas arden con una fuerza impresionante, mientras los valientes bomberos luchan sin descanso para contener el fuego —informó el reportero, su tono serio y solemne resonando a través de la pantalla.

El reportero se volvió ligeramente hacia la casa en llamas, su expresión grave reflejando la seriedad del evento que narraba con meticulosidad.

—Según los primeros informes que hemos recibido, en este momento, hay dos personas atrapadas dentro de la vivienda. Los equipos de rescate están en una carrera contra el tiempo para llegar a ellos —comunicó el reportero, su voz impregnada de urgencia.

—Las personas atrapadas son un matrimonio —agregó, subrayando la crítica situación con cada palabra.

La cámara enfocó a los valientes bomberos luchando contra las llamas, sus siluetas apenas visibles a través del espeso humo que envolvía la escena.

—Aunque aún no se ha determinado la causa del incendio, lo que sí sabemos es que estamos ante una situación extremadamente grave —explicó el reportero, su tono denotando seriedad y preocupación—. Cada instante es crucial mientras las autoridades trabajan incansablemente para preservar las vidas.

El reportero hizo una breve pausa, permitiendo que la gravedad de la situación calara en la mente de los televidentes, quienes observaban con angustia las imágenes proyectadas ante ellos.

—Continuaremos monitoreando de cerca esta situación y les proporcionaremos actualizaciones tan pronto como estén disponibles —prometió el reportero con solemnidad—. Por ahora, les pedimos que mantengan a los atrapados en este desafortunado evento en sus pensamientos y oraciones. Desde el canal 24 Horas, les mantendremos informados. De vuelta al estudio.

En la sala de la casa, la madre se encuentra absorta en las noticias que emiten en la pantalla del televisor. Cuando identifica a su hija Sofía en medio del caos, su corazón se desboca y se pone de pie con rapidez, tomando su teléfono celular con manos temblorosas.

Con el corazón en un puño, marca el número de Sofía, anhelando desesperadamente una respuesta. Después de unos largos segundos de tensa espera, la voz de Sofía finalmente resuena al otro lado de la línea, trayendo consigo un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.

—Sofí, ¿Qué está pasando? Acabo de verte en la televisión —le preguntó con voz entrecortada, la preocupación era evidente en cada palabra que pronunciaba.

Sofía toma una profunda bocanada de aire, luchando por mantener a raya la oleada de emociones que amenaza con abrumarla.

—Mamá, es la casa de Alejandro. Se está incendiando. Sus padres están atrapados adentro —sus palabras brotaron con urgencia, su voz temblorosa reflejaba la angustia que la consume en ese momento.
Un escalofrío recorrió la espalda de su madre al recibir la noticia. Por un instante, se quedó petrificada, su mente luchando por comprender la gravedad de la situación. Después de un momento de desconcierto, sacudió la cabeza para enfocarse y trató de mantener la calma en medio del caos que se estaba desatando.

—Tranquila, Sofí, no te preocupes. Estoy en camino. Mándame la ubicación lo antes posible —respondió la madre, intentando transmitir serenidad a su hija mientras sentía que su corazón latía desbocado en su pecho.

Sin más preámbulos, la madre finalizó la llamada y esperó con nerviosismo a que el mensaje con la ubicación de Sofía llegara a su teléfono. Unos segundos después, el dispositivo vibró, indicando la llegada del esperado mensaje. Con manos temblorosas, la madre abrió el mensaje y visualizó la ubicación precisa de donde se encontraba Sofía.

Con una decisión ardiente en sus ojos y el palpitar del miedo latente en su corazón, la madre se apresuró a tomar las llaves de su auto, sintiendo la urgencia resonar en cada fibra de su ser. No había tiempo que perder en medio de la urgencia que envolvía la situación.

Entre el humo espeso y el calor asfixiante que abrazaban a Sofía y Alejandro, las llamas devoraban con ferocidad la casa, envolviendo todo en una danza infernal. En medio de la desesperación reinante, un bombero emergió del caos.

—¡Es peligroso quedarse aquí, deben retirarse! —advirtió el bombero, su voz luchaba por hacerse oír sobre el estruendo ensordecedor del incendio y los gritos de los equipos de rescate.

Sofía asintió al escuchar las palabras del bombero, consciente del peligro que acechaba en cada rincón de aquel lugar devastado por las llamas. Sin embargo, al intentar mover a Alejandro, se enfrentó a la dolorosa realidad de que su cuerpo se había paralizado por el shock y el miedo, como si estuviera enraizado al suelo por fuerzas invisibles.

—Vamos, Alex, necesitamos alejarnos de aquí —instó Sofía, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, tratando de arrastrar a su amado lejos del peligro que los rodeaba.

Pero el cuerpo de Alejandro parecía resistirse, su mirada perdida en el infierno que consumía todo a su alrededor, como si estuviera atrapado en un abismo de desesperación y desolación.

En un momento crucial, un oficial de policía se acercó corriendo, sus ojos enfocados en el problema que se desenvolvía ante él. Sin vacilar, se unió a Sofía en su intento por llevar a Alejandro a un lugar seguro. Trabajaron juntos para levantarlo y lo llevaron fuera del área peligrosa, alejándolo del calor sofocante y el humo asfixiante que amenazaban con peligro.

Sofía dejó escapar un suspiro de alivio cuando finalmente lograron escapar del alcance de las llamas y el humo. Con una mirada agradecida, expresó su gratitud al oficial por su ayuda, reconociendo plenamente que su intervención había sido crucial para evitar un desastre aún mayor.

Sin embargo, incluso fuera del alcance directo del fuego, Alejandro se encontraba sumido en un estado de shock paralizante. Sus labios murmuraban palabras apenas audibles, ahogadas por el rugido de las llamas que se extendían detrás de ellos.

—¿Qué haré sin ellos? ¿Cómo seguir adelante? —susurró con voz temblorosa, su angustia resonando en cada palabra.

En su mente se imaginaba a sus padres atrapados en el interior de la casa en llamas, esa imagen mental se repetía una y otra vez, cada vez más nítidas y dolorosas.

En el torbellino de su mente angustiada, los pensamientos de Alejandro se enredaban en un vendaval oscuro y desgarrador, una voz implacable que repetía incansablemente las mismas palabras devastadoras.

—Si hubiera sido un mejor hijo... —murmuraba para sí mismo, su voz sofocada por el dolor y la culpa que lo inundaban como un mar embravecido.

Cada palabra era un eco ensordecedor de su propia condena.

—Todo es mi culpa —susurraba, sintiendo el peso abrumador de la responsabilidad aplastándolo.

Se reprochaba por no haber estado allí para ayudar a su familia, por no haber sido el hijo que querían.

Cada pensamiento golpeaba como un martillo en lo más profundo de su ser, alimentando el fuego voraz de la autocondena que ardía sin piedad en su interior. Se sentía atrapado en un remolino de angustia y desesperación, donde las sombras de la culpa lo envolvían, obscureciendo cualquier destello de luz y esperanza.

En ese momento, la culpa se transformó en su prisión, encerrándolo en un oscuro abismo de autodesprecio y remordimiento. Y mientras las llamas consumían su hogar y su familia, también devoraban su espíritu, dejando solo cenizas y desolación, un vacío profundo que amenazaba con tragárselo entero.

El lamento silencioso de Alejandro fue interrumpido por un grito lleno de rabia, un grito que parecía cortar el espeso aire con una fuerza indomable. Sorprendido, levantó la mirada para encontrarse con los ojos penetrantes y decididos de Sofía, cuya voz resonaba con una fuerza que lo sacudió de su trance.

—¡No, no puedes decir eso! —exclamó Sofía, con un tono cargado de ira y convicción, como un rugido desafiante en medio de la tormenta—. ¡No es tu culpa! Eres una persona buena, Alejandro. Ellos son los culpables, por eso sucedió esto.

Las palabras de Sofía resonaron en los oídos de Alejandro como un sonido distante de verdad en medio de la abrumadora oscuridad. Se quedó mirándola, sorprendido por la intensidad de sus emociones y la firmeza de sus convicciones.

—Sof... —intentó decir, pero ella no lo dejó continuar.

—¡Ahora estás conmigo! —continuó Sofía, su voz ahora más calmada pero llena de determinación, como un río que fluye tranquilo, pero con una fuerza
subyacente—. Todo lo que necesitas, yo lo tengo. No necesitas a nadie más. Estoy aquí para ti. Siempre. Siempre estaré a tu lado.

Las palabras de Sofía calmaron el alma herida de Alejandro, como un bálsamo en medio de la oscuridad. Sintió un nudo en la garganta, más lágrimas brotaron de sus ojos, mezclándose con el sudor en su rostro, como las primeras gotas de lluvia después de una larga sequía.

La madre de Sofía agarraba con fuerza el volante mientras su auto se movía por las calles hacia el lugar del accidente. Su mente era un mar de emociones, sus latidos resonaban fuertes en el silencio del vehículo. Marcó el número de Sofía en su teléfono celular, sus dedos temblaban con ansiedad mientras esperaba que su hija respondiera.

—¿Dónde están, mi amor? —preguntó la madre con voz temblorosa, su preocupación se filtraba en cada sílaba de su voz.

Al otro lado de la línea, Sofía exhaló un suspiro de alivio al escuchar la voz tranquilizadora de su madre.

—Estamos cerca del lugar del accidente, mamá. Nos veremos en unos
minutos —respondió con calma, tratando de transmitir serenidad a la preocupada madre.

La madre llegó al lugar indicado y avistó a Sofía y Alejandro esperándola a lo lejos. Con un suspiro de alivio, detuvo el auto y se apresuró a salir corriendo hacia ellos con los brazos abiertos.

—¿Están bien los dos? ¿No tienen heridas? —preguntó con preocupación mientras los abrazaba con fuerza, buscando signos de lesiones en sus cuerpos.

Sofía asintió con una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes, mamá. Estamos bien, solo sorprendidos por lo que ha
sucedido —respondió con calma, intentando tranquilizar el corazón acelerado de su madre con palabras reconfortantes.

La madre los envolvió en un cálido abrazo, sus ojos vidriosos reflejaban el alivio y la gratitud que sentía en ese momento.

—Estoy tan contenta de ver que están bien —dijo con voz entrecortada por la emoción que la embargaba.

—Es mejor que nos vayamos a casa, este lugar no es seguro —añadió, transmitiendo calma y seguridad.

—Nos aseguraron que nos contactarán una vez que la situación esté más
calmada —le mencionó Sofía a su madre.

La mirada compasiva de la madre se posó en Alejandro, quien parecía envuelto en un mar de dolor y desesperación. Con voz suave y cálida, se dirigió a él, buscando aliviar el peso en su corazón herido.

—Alejandro, ven con nosotras —dijo la madre, su tono rebosaba de afecto y comprensión.

—Dejemos que los profesionales hagan su trabajo. Todo se resolverá, ya lo
verás —expresó, intentando infundirle un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que lo envolvía.

Alejandro parecía distante, con la mirada perdida en el vacío. Sus ojos no reflejaban ninguna emoción, como si estuviera desconectado de la realidad que lo rodeaba. Era como una marioneta sin vida, moviéndose mecánicamente pero vacío por dentro.

Con gentileza, la madre y Sofía lo ayudaron a subir al automóvil, cubriéndolo con una manta de amor y cuidado. Cada movimiento era precavido, como si estuvieran tratando con algo extremadamente frágil.

El viaje de regreso a casa transcurrió en silencio, solo interrumpido por el suave sonido del motor y los suspiros de preocupación de la madre. Esta última miraba de reojo a Alejandro, esperando ver algún signo de vida en su rostro pálido, pero solo encontraba vacío.

Al llegar a casa, lo llevaron al interior y lo acomodaron con suavidad en el sofá. La madre suspiró con tristeza al contemplar al joven, preguntándose cómo podrían sanar las profundas heridas en su corazón.

Pero en ese momento, lo más importante era asegurar su bienestar y brindarle amor incondicional. Sofía se sentó a su lado, tomándole la mano con firmeza, como si quisiera transmitirle todo su amor y apoyo a través de ese contacto tangible.
La madre observó con cariño la escena, una sutil sonrisa se dibujada en sus labios al ver el gesto amoroso de su hija hacia Alejandro. Con voz suave pero directa, decidió abordar la situación.

—Alejandro —comenzó, dirigiéndose al joven con compasión—. Te quedarás aquí unos días hasta que las cosas se calmen —expresó con delicadeza, ofreciendo un refugio seguro en medio de la turbulencia.

Sin embargo, la expresión del padre de Sofía mostró cierta incomodidad ante la idea. Sus cejas se fruncieron ligeramente, sus ojos reflejaron confusión y preocupación. Optó por abordar el tema en privado con su esposa.

—Cariño, necesitamos hablar —dijo con seriedad, su tono llevaba consigo un peso que la madre comprendió de inmediato.

Su esposa asintió en silencio y se levantó del sofá, siguiendo a su esposo hacia la habitación para una conversación privada.

Una vez a solas, el padre soltó un suspiro, buscando la mirada de su esposa en busca de respuestas.

—No estoy completamente seguro de que sea lo más prudente que Alejandro se quede aquí —admitió con franqueza, su tono impregnado de preocupación por el bienestar de la familia.

Su esposa asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que debían encontrar una solución que beneficiara a todos, reconociendo el fuerte deseo de su hija de apoyar a su pareja en este difícil momento.

Ella le sostuvo la mirada, buscando en sus ojos el entendimiento necesario para abordar tan delicada situación.

—Comprendo tus razones —respondió—. Lamento no haber hablado contigo antes de tomar esta decisión, pero siento que no podemos darle la espalda
ahora —confesó con seriedad, sintiendo la carga de responsabilidad sobre ella.

Su esposo asintió, reconociendo la sinceridad en las palabras de su esposa.

—Entiendo tu deseo de ayudar —continuó él, con su voz llena de
preocupación—. Pero debemos establecer límites claros y no permitir que esta situación se prolongue demasiado. Apenas lo conocemos, a pesar de ser pareja de nuestra hija —compartió, expresando sus reservas sobre la permanencia prolongada de Alejandro en su hogar.

La esposa tomó una respiración profunda antes de hablar.

—Se que estas preocupado por nuestra familia —respondió, con un tono transmitiendo calma, pero firmeza—. Pero siento que no podemos darle la espalda en este momento. Alejandro acaba de perder todo lo que conocía —explicó, su voz temblorosa reflejando la emoción que sentía.

—Aunque las noticias aún hablen de búsqueda, es difícil ignorar la trágica realidad, sus padres ya no están —agregó, recordando la devastadora pérdida que Alejandro enfrentaba—. Él ahora está solo en este mundo.

Su esposo comprendió lentamente, captando la validez de las palabras de su esposa. Aunque enfrentaba sus propias dudas y temores, comprendía que no podían dar la espalda a alguien atravesando un momento tan difícil.

—De acuerdo —concedió finalmente, su tono estaba suavizándose—. Pero debemos establecer límites claros. No podemos permitir que esta situación se prolongue indefinidamente. Es esencial asegurar que Alejandro reciba el apoyo necesario para seguir adelante —agregó, buscando un equilibrio entre la compasión y la prudencia.

Su esposa asintió con gratitud, reconociendo que habían tomado la decisión correcta al ofrecer su ayuda hacia Alejandro en un momento tan difícil.

Después de su platica bajaron las escaleras con paso firme, ingresando a la sala donde Sofía se aferraba de Alejandro con fuerza. El padre, con calma, pero con determinación, llamó la atención de su hija.

—Sofí, necesito que me acompañes un momento —anunció, con un tono indicando la seriedad de la conversación que se avecinaba.

Sofía, consciente de la tensión en el aire, apretó la mano de Alejandro con más fuerza, como si temiera que dejarlo resultara en un desastre. Decidida, negó con la cabeza, rechazando la idea de separarse de él.

Ante la resistencia de Sofía, la madre intervino con una voz más seria.

—Sofí, cariño, es crucial que hablemos ahora mismo —insistió, esperando que su tono convincente disipara la reticencia de su hija.

Sofía sintió un nudo en la garganta al escuchar la firmeza en la voz de su madre. Sabía que no podía evitar la conversación. Con una disculpa silenciosa dirigida hacia Alejandro, soltó su mano y se puso de pie, lista para seguir a sus padres hacia la habitación.

En la atmósfera tranquila de la habitación, los padres de Sofía y ella se sentaron en el borde de la cama, preparándose para abordar una conversación que se anunciaba importante y seria. Sofía observaba a sus padres con atención, esperando con interés lo que tenían que decir sobre la decisión de acoger a Alejandro en casa por un tiempo.

El padre tomó la delantera, con una expresión seria pero matizada por una comprensión profunda.

—Sofía, querida, necesitamos hablar contigo sobre nuestra decisión de permitir que Alejandro se quede con nosotros por un tiempo —comenzó, su tono sugería la importancia del asunto en cuestión.

Sofía asintió con respeto, lista para escuchar las palabras de sus padres. Reconocía la complejidad de la situación, pero confiaba en que sus padres habían considerado cuidadosamente lo mejor para todos.

—Entendemos tu deseo de apoyarlo en estos momentos tan difíciles, y estamos realmente orgullosos de ti —continuó la madre, con un tono lleno de amor y admiración hacia su hija—. Sin embargo, es importante establecer ciertos límites y asegurarnos de que todos nos sintamos cómodos con esta situación —agregó, buscando equilibrar el apoyo con la responsabilidad.

Sofía asintió, captando la seriedad del diálogo.

—Entiendo —respondió Sofía con calma, pero con una nota de empatía en su
voz—. Solo quiero estar allí para él en estos momentos difíciles.

Los padres se miraron con cariño, comprendiendo el deseo de su hija de mostrar solidaridad y compasión hacia ese joven en apuros.

—Sabemos que lo haces con el corazón, cariño —dijo la madre con una sonrisa tierna—. Solo asegúrate de cuidarte a ti misma en el proceso. Estamos aquí para apoyarte en todo momento.

Después de una larga conversación en la habitación, llegaron a un acuerdo sobre cómo manejar la estadía de Alejandro en su hogar. Reconocieron la importancia de brindarle un ambiente cómodo y estable mientras enfrentaba este momento desafiante.

Decidieron preparar un pequeño cuarto que generalmente se usaba como depósito, para que Alejandro pudiera tener su propio espacio en la casa. Sofía se comprometió en la limpieza y preparación del lugar, mientras que los padres se encargarían de proveer los muebles necesarios para convertirlo en un espacio habitable.

Además, acordaron que Alejandro también debería contribuir en el día a día de la casa, participando en las tareas domésticas y ayudando en lo que fuera necesario para mantener el orden y la armonía en el hogar. Establecieron ciertos horarios para las actividades y convivencia, considerando que estaría compartiendo el techo con dos señoritas. De esta manera, todos podrían disfrutar de una convivencia pacífica y respetuosa.

Al salir de la habitación, la familia regresó a la sala, lista para conversar con Alejandro sobre los términos acordados. Sin embargo, al ingresar al espacio común, notaron su ausencia.

Sofía frunció el ceño, preocupada por su desaparición en medio de un problema tan grave.

—¿Dónde está Alejandro? —preguntó, escudriñando la habitación en busca de alguna pista.

El padre se acercó a la ventana, observando el exterior en busca de algún indicio de Alejandro.

—Quizás salió a tomar aire fresco —sugirió, tratando de mantener la calma.

El pulso de Sofía se disparó de inmediato, una oleada de ansiedad invadió su pecho. Sus ojos se agrandaron con incredulidad mientras escudriñaba cada rincón de la casa en buscándolo.

—Alex ¿Dónde estás? —gritó Sofía, con una voz cargada de temor y ansiedad, resonando por toda la casa.

Los padres de Sofía se unieron a la búsqueda, sus rostros tensos reflejaban la creciente preocupación mientras registraban cada rincón del hogar en busca de algún indicio de Alejandro. Cada minuto sin noticias de él se hacía interminable, la incertidumbre nublaba sus mentes.

Los llamados de Sofía rebotaban en las paredes, llenando la casa de una atmósfera cargada de tensión. Sus pasos resonaban en el suelo mientras exploraba cada habitación, sus manos temblorosas buscaban frenéticamente cualquier señal.

El tiempo pasaba inexorablemente, y la angustia de Sofía aumentaba con cada segundo que transcurría sin noticias de Alejandro. Las lágrimas caían de sus ojos, sus súplicas desesperadas colmaban el aire con un dolor palpable.

Sofía se acercó tambaleante a la puerta, al borde del pánico, sus manos temblorosas agarraron el pomo con fuerza. Con el corazón en un puño, giró la manija con determinación, rezando para encontrar a Alejandro a salvo fuera de la casa.

El aire frío de la noche la envolvía cuando salió, pero el único frío que sentía estaba en su pecho, donde el miedo se había apoderado de su corazón. Las lágrimas nublaban su visión mientras exploraba cada rincón de su jardín, buscando desesperadamente en la oscuridad que lo envolvía todo.

—¡No puede estar pasando otra vez! —gritó Sofía con desesperación, sus palabras se dispersaron en el silencio nocturno mientras luchaba por mantener viva la esperanza de que todo fuera solo una pesadilla temporal.

Pero la realidad seguía allí, implacable, y Sofía sabía que no podía quedarse quieta. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr, sus pies golpeando el suelo con prisa mientras se adentraba en la noche oscura, ignorando los llamados angustiados de sus padres que se desvanecían a medida que se alejaba.

La madre de Sofía, con los ojos llenos de preocupación y el corazón latiendo con fuerza en su pecho, decidió seguir su instinto maternal y acompañar a su hija en su búsqueda.

—Quédate en casa por si Alejandro regresa —le dijo a su esposo con voz temblorosa.

El padre asintió con tristeza en la mirada. Segundos después, Laura salió de su habitación y se acercó a su padre con una expresión llena de curiosidad.

—¿Por qué había gritos? ¿Qué ha pasado? —preguntó con la voz llena de inquietud.

El padre la miró a los ojos y respondió con pesar.

—Cariño, la noticia que vimos hace un rato, la casa que se incendió era la de Alejandro. Por eso tu madre salió corriendo hacia allá. Trajo a Alejandro aquí, pero mientras estábamos hablando a solas con Sofía, él desapareció —explicó con la mirada nublada por la preocupación.

Laura, al escuchar las palabras de su padre, se dejó caer en el sofá.

—Pobre Alex, no puedo ni imaginar lo que debe estar pasando —dijo con el corazón apretujado por la devastadora noticia.

El padre la miró y agregó.

—Así es cariño, ese joven está pasando por un momento desastroso —le contestó con pesar—. Aún no te lo hemos dicho, pero es momento de hablar contigo de lo que está pasando —expresó con angustia.

Laura miraba fijamente a su padre, mientras escuchaba la historia de Alejandro y sobre el abuso que vivía diariamente con su familia. Con malestar en su rostro y expresión sombría en su mirada, intentaba comprender como sus propios padres podían hacer algo tan vil y cruel a su propio hijo.

Sofía avanzaba en medio de la noche oscura, su respiración entrecortada se convertía en pequeñas nubes de vapor en el aire frío. Cada paso resonaba en la quietud de la noche, marcando el compás de su preocupación y desasosiego.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas, brillando bajo la luz de la luna entre las nubes. Cada una era como una manifestación silenciosa de la tormenta emocional que la embargaba. Mientras corría, su mente estaba plagada de pensamientos sombríos y temores descontrolados, alimentados por la incertidumbre.

De repente, Sofía se detuvo por el cansancio y el dolor en el pecho por el aire frío. Con el corazón latiendo con fuerza y los ojos llenos de lágrimas, susurró en la oscuridad.

—Por favor, por favor, no dejes que pase de nuevo —sus palabras se perdieron en el silencio de la noche, impregnadas de miedo y esperanza, empezó a caminar de nuevo, aferrándose a la posibilidad de un final feliz.

 

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