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Capítulo 23 - Sueños Y Pesadillas

Tiempo después, los padres de Sofía finalmente llegaron a casa. Abrieron la puerta con movimientos lentos y pesados, como si cada paso fuera una lucha contra un dolor invisible. La luz del vestíbulo se encendió automáticamente, iluminando sus rostros cansados y marcados por la angustia.

Al entrar en la sala, encontraron a sus dos hijas acurrucadas en el sofá. Sofía y Laura estaban envueltas en una manta, buscando consuelo en la cercanía mutua. El suave resplandor de una lámpara de mesa arrojaba una luz suave en la habitación, creando un ambiente de calma.

Sofía fue la primera en levantar la vista. Al ver las expresiones abatidas de sus padres, un nudo de miedo y ansiedad se formó en su estómago. Laura, al notar la rigidez en el cuerpo de su hermana, también levantó la mirada, su rostro reflejaba un sentimiento de miedo y ansiedad.

—¿Cómo esta Alejandro, está bien? —preguntó Sofía con un hilo de voz, su corazón estaba latiendo con fuerza.

Su madre dio un paso adelante, su rostro era una máscara de dolor y cansancio. Parecía haber envejecido años en solo unas pocas horas. Su esposo se mantuvo a su lado, su rostro igualmente marcado por la fatiga y la tristeza.

—Alejandro... —empezó la madre, pero su voz se quebró y tuvo que detenerse para recomponerse.

El padre tomó la palabra, tratando de mantener la calma por el bien de Sofía.

—Alejandro está en coma —dijo con voz firme pero cargada de emoción—. El doctor nos explicó que su estado es crítico debido a la falta prolongada de oxígeno, pero aún hay esperanza. Los médicos están haciendo todo lo posible.

El silencio que siguió fue abrumador. Sofía sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras apretaba con más fuerza la mano de Laura. Su hermana, aunque tratando de mantenerse fuerte, no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas.

—¿Podremos verlo? —preguntó Laura con voz temblorosa, rompiendo el silencio.

La madre asintió lentamente.

—Sí, podemos verlo. El doctor dijo que podemos hablarle, que nuestra voz puede ayudarlo a luchar —dijo, tratando de mantener un tono esperanzador a pesar de todo.

Los padres se sentaron junto a sus hijas en el sofá, todos unidos en un abrazo. La sala estaba llena de una tristeza casi tangible, pero también de un silencio profundo. Sabían que el camino por delante sería largo y difícil.

Después de unos momentos de plática entre la familia, la madre miró a sus hijas con ternura y preocupación.

—Tienen que descansar —les dijo con voz suave—. Mañana iremos a verlo, por eso tienen que estar bien.

Las dos hijas asintieron con aceptación, aunque sus ojos reflejaban el dolor que sentían. Con movimientos lentos, ambas se pusieron de pie y se dirigieron a sus habitaciones. Laura le dio un último apretón a la mano de Sofía antes de separarse.

La madre se quedó unos instantes en la sala, escuchando el sonido de los pasos de sus hijas alejándose. Luego, con un suspiro profundo, tomó camino al baño. El ruido de la regadera llenó la casa, sonando como una lluvia que limpiaba todo a su paso. El agua caliente golpeaba su piel, llevándose consigo un poco de la tensión acumulada, aunque no todo el dolor.

Al terminar y dirigirse a su habitación, encontró a su esposo esperándola. La abrazó fuertemente, y en ese abrazo ella sintió consuelo y fortaleza.

—Sé que hiciste todo lo que pudiste, no te sientas mal —le dijo él, con unas palabras llenas de cariño y comprensión.

Al escuchar eso, las lágrimas que había guardado durante todo el día comenzaron a fluir libremente. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, pero no se apartó del abrazo de su esposo.

—El verlo colgado y ver a nuestra hija desesperada… —dijo ella con voz triste—. No puedo estar débil por el bien de Sofía. Tengo que estar bien por ella.

—Y lo estarás —respondió él, acariciando su espalda suavemente—. Eres fuerte y vamos a superar esto juntos, como siempre lo hemos hecho.

Ella asintió, sintiendo un pequeño rayo de esperanza entre la oscuridad de su tristeza. Se recostaron juntos en la cama, con los brazos entrelazados, y por un momento, encontraron algo de paz en la cercanía del otro. El cansancio finalmente se apoderó de ellos, y poco a poco se fueron quedando dormidos.

En la habitación de Laura, el silencio solo era interrumpido por el suave zumbido del ventilador de techo. Ella estaba recostada en su cama, mirando su teléfono celular, los ojos fijos en una foto que había tomado en la sala hace no mucho tiempo. En la imagen, Sofía abrazaba a Alejandro, quien estaba profundamente dormido, su expresión era tranquila y despreocupada.

Una suave sonrisa se dibujó en su rostro al recordar aquel momento. En ese instante, todo parecía perfecto, como si nada malo pudiera pasar. Pero ahora, las cosas eran diferentes, y la nostalgia la invadía. Laura anhelaba que todo fuera como antes, cuando la vida era más simple y las preocupaciones eran pocas.

—No puedo creer que todo sucediera tan rápido —dijo con voz suave, sus palabras llenaban el vacío de la habitación.

Pasó sus dedos suavemente sobre la pantalla, como si intentara tocar la foto y revivir esos recuerdos felices.

—Nunca imaginé que tu vida fuera tan difícil —susurró, sus ojos estaban llenándose de lágrimas mientras continuaba mirando la imagen.

Laura dejó escapar un suspiro profundo, lleno de tristeza y esperanza. Apoyó su teléfono en la mesita de noche y se recostó completamente en la cama, mirando al techo. Su mente se llenó de recuerdos de su familia con Alejandro, de sus risas y de los momentos en los que él había sido una fuente de alegría para todos.

Cerró los ojos y trató de recordar la voz de Alejandro, la forma en que siempre encontraba algo positivo que decir, la plática que tuvieron en la cena. Recordar esos momentos le daba una pequeña chispa de esperanza, una razón para creer que, a pesar de todo, había una posibilidad de que las cosas mejoraran.

Se acurrucó bajo las sábanas, buscando consuelo en el calor de la cama. Aunque la preocupación por Alejandro seguía presente, trató de convencerse de que el día siguiente traería buenas noticias. Se dijo a sí misma que necesitaba ser fuerte, no solo por Alejandro, sino también por Sofía.

—Todo estará bien —murmuró, como un mantra, mientras se preparaba para dormir.

Finalmente, el cansancio la venció, y Laura se dejó llevar por el sueño, con la esperanza de que, al despertar, el mundo fuera un poco más brillante y que Alejandro estuviera un paso más cerca de recuperarse. Las sombras de la noche envolvieron la habitación, pero en su corazón, una pequeña luz de esperanza seguía brillando.

En la habitación de Sofía, la oscuridad se sentía densa y opresiva. Ella estaba postrada en la cama, con una mano tapando sus ojos, tratando de bloquear el mundo exterior. Sin embargo, las lágrimas seguían fluyendo como ríos incontrolables, humedeciendo la almohada bajo su cabeza.

—Esto debe de ser un sueño, una ilusión —se decía a sí misma, con voz rota y temblorosa. No quería aceptar la cruel realidad que la envolvía.

El dolor en su pecho era casi insoportable, como si una mano invisible le estuviera apretando el corazón. Se giró hacia un lado, encogiéndose, intentando encontrar algún consuelo en la soledad de la noche.

—Seguramente cuando despierte todo será diferente otra vez —susurró, con la esperanza de que sus palabras pudieran de alguna manera transformar la realidad.

Recordó los días felices, los momentos en los que Alejandro estaba sano y lleno de vida. Pensó en sus risas, en los paseos en el parque, en las conversaciones profundas que tenían entre libros. Todo parecía tan lejano ahora, como un sueño del que no quería despertar.

Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas y mirando al vacío. Los sollozos sacudían su cuerpo, y cada lágrima que caía parecía llevarse consigo un pedazo de su esperanza.

—Alejandro, por favor, vuelve a mi —susurró al viento, como si él pudiera escucharla desde donde estaba. La desesperación en su voz era tangible, llenando su habitación con una tristeza profunda y resonante.

Se levantó lentamente de la cama y caminó hacia la ventana, apoyando la frente en el vidrio frío. El contacto con la superficie helada la hizo estremecerse, pero también la ayudó a aclarar un poco su mente.

La luna llena se asomaba por la ventana, proyectando un tenue resplandor plateado en la habitación. Sofía miró hacia el cielo, buscando algún signo, alguna señal de que todo estaría bien. Pero el cielo permanecía silencioso, y la noche continuaba su curso implacable.

—Tengo que ser fuerte —murmuró para sí misma, aunque la voz sonaba más a un ruego que a una declaración. Sabía que Alejandro la necesitaría, y que no podía permitir que la desesperación la consumiera por completo.

Después de un rato, regresó a la cama, agotada tanto física como emocionalmente. Se acurrucó bajo las sábanas, sintiendo cómo el cansancio empezaba a vencerla. Cerró los ojos, rezando para que el sueño la llevara a un lugar donde el dolor no existiera, aunque fuera solo por unas horas.

Mientras se dejaba llevar por el sueño, una última lágrima se deslizó por su mejilla. En su corazón, Sofía mantenía una pequeña esperanza, creyendo que, de alguna manera, todo mejoraría y que Alejandro volvería a estar a su lado, sonriendo como siempre lo había hecho.

A la mañana siguiente, la madre de Sofía se levantó temprano como siempre. Bajó a la cocina en silencio, dejando que la rutina matutina la envolviera en un intento de normalidad. Encendió la cafetera y empezó a preparar todo para el desayuno, con movimientos mecánicos que mostraban cuán acostumbrada estaba a esa tarea.

Decidió encender la televisión para escuchar las noticias locales mientras cocinaba. El sonido familiar del programa matutino llenó la cocina, proporcionando un trasfondo reconfortante. Pero, de repente, las palabras del presentador captaron toda su atención.

—...un trágico incendio en una casa de dos pisos se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Afortunadamente, no hubo afectaciones a las casas aledañas, pero lamentablemente, los bomberos han encontrado dos cadáveres completamente carbonizados en el interior.

Al escuchar la noticia se llevó las manos a la boca, sintiendo que el aire se le escapaba. Sabía que las probabilidades de que sobrevivieran eran escasas, pero escuchar que había fallecido de esa manera le heló la sangre.

El reportaje continuó, describiendo la escena con detalles fríos y específicos.

—Según las investigaciones preliminares de los bomberos, el incendio parece haber sido causado por las hornillas de gas que quedaron abiertas, también se encontraron recipientes de velas en las cercanías de la cocina y la explosión resultante fue lo que provocó el fuego que consumió la casa.

Las palabras resonaban en su mente, cada una golpeando con la fuerza de un martillo. No podía apartar la mirada de la pantalla.

Finalmente, la madre de Sofía se dejó caer en una silla, sintiendo que las fuerzas la abandonaban. Aunque estaba escuchando noticias desastrosas algo dentro de ella se alegró.

—Ellos no eran padres, eran unos monstruos —pensó para sí misma.

Con las manos temblorosas, apagó la televisión. Necesitaba tiempo para pensar, para asimilar lo que acababa de escuchar. Pero no tenía ese lujo. Sus hijas se despertarían pronto, y necesitaba ser fuerte por ellas.

Respiró hondo, tratando de calmarse. Se levantó lentamente y continuó preparando el desayuno, aunque el nudo en su estómago hacía que cada movimiento fuera un esfuerzo titánico.

Por otro lado, Sofía se encontraba en el hospital, llorando al lado de la cama de Alejandro, mirándolo fijamente. Su cuerpo pálido y frío yacía inmóvil, sin ningún indicio de respiración. La habitación estaba sumida en la oscuridad, las sombras envolviendo cada rincón. De repente, una voz comenzó a resonar en su mente, una voz que le resultaba demasiado familiar, su propia voz.

Giró la cabeza hacia varios lados, buscando el origen de esa voz, pero no encontró a nadie. Sin embargo, las palabras continuaban acechándola.

—No sé por qué lloras, fuiste tú la que causó todo —dijo la voz en la penumbra.

—No sé qué quieres decir —contestó Sofía, asustada—. Yo no hice nada.

—¿Nada? —replicó la voz, con un tono dulce y sarcástico—. ¿Quién puso las velas en la mesa?

Sofía sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—¿Quién les puso pastillas para dormir en la bebida? —insistió la voz, ahora con un tono ligero y casi feliz.

Sofía se llevó las manos a los oídos, tratando de bloquear el sonido de su propia voz.

—Ahora no quieres escuchar, ¿eh? —preguntó la voz, burlona—. Pero dime, ¿Quién dejó abiertas las hornillas de gas antes de salir?

Desesperada, Sofía giró hacia la dirección de donde provenía la voz y se encontró con su propio reflejo. Su otro yo la miraba con una sonrisa cruel.

—Que Alejandro esté así es tu culpa —dijo la imagen, soltando una risa escalofriante.

De repente, todo cambió. Sofía ahora veía a Alejandro columpiándose bajo la luz de la luna, su cuerpo inerte balanceándose suavemente entre las cadenas del columpio que aprisionaban su cuello. Un grito desgarrador salió de su boca y, en un instante, se despertó.

Estaba en su cama, empapada de sudor, con la respiración agitada y las manos aferradas a su cabeza en desesperación. El cuarto a su alrededor se sentía sofocante, y las imágenes del sueño se mezclaban con la realidad, creando una sensación de pánico.

Sofía se sentó en la cama, tratando de calmarse. Su corazón latía desbocado, y cada respiración era un esfuerzo consciente. Miró alrededor de la habitación, esperando que el familiar entorno la tranquilizara, pero las sombras seguían pareciéndole amenazadoras.

Se levantó lentamente, caminando hacia la ventana. Abrió las cortinas para dejar que la luz inundara el cuarto. La luz suave y pálida bañó la habitación, disipando un poco de la oscuridad que la envolvía.

—No fue mi culpa —murmuró para sí misma, tratando de convencerse—. No fue mi culpa.

Sin embargo, las dudas y el miedo seguían allí, arraigados en lo más profundo de su mente. La voz de su pesadilla resonaba en sus oídos, acusándola, recordándole los eventos que habían llevado a la tragedia.

Sofía se dejó caer en el suelo, abrazando sus rodillas contra su pecho. Cerró los ojos, intentando calmarse, pero las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera levantarse de nuevo. Caminó lentamente hacia el baño y se lavó la cara con agua fría, esperando que eso la ayudara a despejar su mente. Se miró en el espejo, viendo sus propios ojos rojos e hinchados.

—Tienes que ser fuerte, Sofía —se dijo a sí misma en voz baja—. Tienes que ser fuerte por él, por nuestro futuro.

Con una nueva determinación, aunque frágil, volvió a su cuarto. Se recostó, intentando relajarse, sabiendo que el día traería nuevos desafíos. Cerró los ojos, deseando poder encontrar algo de paz en medio de su tormenta interna.

Unos minutos después de que Sofía se volviera a acostar en su cama, escuchó un suave toque en la puerta de su habitación.

—Sofí, es hora de levantarse —se oyó la voz dulce y clara de su madre desde el otro lado.

Sofía se levantó rápidamente, sintiendo una sensación de ansiedad. Sabía que pronto irían de visita al hospital para ver a Alejandro. Mientras se vestía, trató de mantener sus pensamientos positivos, aunque el miedo seguía presente en su corazón.

Cuando estuvo lista, bajó las escaleras, encontrándose con el aroma del café recién hecho y del desayuno que su madre había preparado.

En la cocina, su madre estaba sirviendo el desayuno. Al verla, sonrió con ternura, aunque sus ojos todavía reflejaban el cansancio y la preocupación.

—Buenos días, cariño. ¿Dormiste algo? —preguntó su madre, tratando de sonar animada.

—Un poco, mamá—respondió Sofía, sentándose a la mesa.

Laura ya estaba allí, jugueteando con su taza de café. Levantó la vista y le dedicó a Sofía una sonrisa de apoyo.

—Hoy será un día importante —dijo Laura, tratando de infundir algo de esperanza en el ambiente.

Su padre entró a la cocina en ese momento, luciendo más compuesto, pero aún preocupado. Se sentó junto a ellas y tomó un sorbo de su café.

—Vamos a necesitar toda nuestra fuerza hoy. Alejandro nos necesita —dijo con firmeza.

Cuando todos estaban presentes, la madre llamó su atención con una voz suave pero firme.

—Tengo algo que decirles —anunció, con una tensión que resonó en el aire.

Todos se volvieron hacia ella, prestándole atención mientras continuaba.

—Estaba viendo las noticias hace un rato y pasaron el caso del incendio —dijo, con voz tensa—. Por el momento, los resultados indican que fue causado por un olvido en la estufa, y declararon a los padres de Alejandro muertos por el incendio.

Las palabras resonaron en el comedor, creando un silencio pesado y cargado de emociones. Sofía se quedó pasmada al escuchar la noticia, pero en su interior, una mezcla de emociones la invadió.

Por un lado, sentía una tristeza profunda por la pérdida de vidas humanas. Pero al mismo tiempo, una sensación de alivio y, sí, incluso felicidad, la invadía. Una justicia silenciosa y cruel había sido servida, y aunque luchaba por aceptar sus propios sentimientos, no podía negar la sensación de que, de alguna manera, se había alcanzado un tipo de equilibrio.

—Les dije que me las pagarían, nunca más lo volverán a lastimar—pensó Sofía para sí misma, sintiendo una liberación que había deseado durante mucho tiempo—. Ahora es solo mío.

Pero sabía que debía mantener sus sentimientos ocultos. No era apropiado celebrar la desgracia de otros, especialmente en un momento tan delicado. Guardó sus pensamientos para sí misma, manteniendo una expresión neutral mientras procesaba la información que acababa de recibir.

 

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