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Capítulo 25 - Refugio en la Tormenta

A la mañana siguiente, la familia se reunió en el comedor para desayunar. La luz del sol entraba suavemente por las ventanas, iluminando la mesa donde se disponían los platos y tazas de café. Todo parecía normal, pero había una tensión subyacente en el aire.

Sofía estaba absorta en sus pensamientos, removiendo distraídamente su desayuno, cuando las noticias locales comenzaron a emitir su programa matutino.

—En otras noticias, el trágico incendio continúa conmocionando a la comunidad —dijo el presentador con tono solemne.

Sofía levantó la vista de su plato, mientras un mal presentimiento crecía en su interior.

—Dos personas perdieron la vida en el incendio, y un joven, identificado como Alejandro “N”, hijo de las víctimas, intentó quitarse la vida en un parque local al no poder asimilar la noticia de la muerte de sus padres.

El rostro de Sofía palideció, sus manos temblaban ligeramente mientras escuchaba cada palabra del presentador.

—Afortunadamente, Alejandro no logró su intento y fue rescatado a tiempo. Actualmente, se encuentra en estado delicado en el hospital, luchando por su vida.

La madre de Sofía apagó rápidamente el televisor, consciente del impacto que esas palabras tenían en su hija. El silencio volvió a llenar el comedor, pesado y opresivo.

—Sofía... —comenzó su madre, buscando las palabras adecuadas para consolarla.

Sofía apretó los cubiertos con fuerza, sus nudillos se pusieron blancos. Las palabras del presentador resonaban en su mente como un eco interminable. Laura, sentada a su lado, notó la tensión en el rostro de su hermana y le tomó la mano, dándole un apretón reconfortante.

—Bueno, es hora de prepararnos para el día —dijo la madre, intentando sonar optimista—. Sofía, Laura, vayan a alistarse.

Sofía asintió lentamente, todavía en estado de shock por lo que había escuchado. Se levantó de la mesa con movimientos torpes, sintiendo como si el suelo se moviera bajo sus pies. Laura la siguió de cerca, aun sujetándole la mano.

Mientras subían las escaleras, Sofía no podía dejar de pensar en Alejandro, en lo cerca que estuvo de perderlo para siempre. Su mente volvía una y otra vez a la noticia, imaginando lo que podría haber pasado si no lo hubieran encontrado a tiempo.

Cuando Sofía terminó de alistarse para la escuela, se dirigió a la sala, donde sus padres la esperaban. Su madre, con una expresión de preocupación en el rostro, la detuvo suavemente antes de que pudiera salir por la puerta.

—Sofí, ¿Qué piensas hacer hoy? —preguntó con voz suave pero ansiosa.

Sofía tomó un momento para responder, sabiendo que sus padres estaban tan preocupados como ella por Alejandro.

—Iré a la escuela, y cuando terminen las clases, iré al hospital a ver a Alejandro —respondió con firmeza y cariño—. Me quedaré con él hasta que termine el horario de visitas.

La madre de Sofía suspiró, asintiendo lentamente.

—Está bien, cariño. Cuando termine el horario de visita, llámame y pasaré a recogerte al hospital.

Sofía asintió. Se colgó la mochila al hombro y salió de la casa, tratando de mantener la cabeza en alto. Mientras caminaba hacia la escuela, sus pensamientos volvían una y otra vez a Alejandro, deseando con todas sus fuerzas que él se recuperara pronto.

El trayecto a la escuela le pareció más largo de lo habitual, cada paso resonando en su mente como un recordatorio de lo que le esperaba más tarde.

Cuando Sofía llegó al edificio escolar, sintió las miradas de las estudiantes clavadas en ella. Miradas intensas y curiosas la seguían mientras caminaba por el pasillo. Las noticias del incidente de Alejandro se habían propagado rápidamente, como el viento, y ahora todos en la escuela sabían lo que le había sucedido al compañero más animado y querido.

Sofía mantuvo la cabeza alta, aunque podía sentir el peso de los ojos sobre ella. Los murmullos se arremolinaban a su alrededor, fragmentos de conversaciones ajenas llegaban a sus oídos.

—Pobre Alejandro, ¿Te enteraste de lo que le pasó? —susurró una voz.

—Sí, intentó quitarse la vida después del incendio —respondió otra, con tono sombrío.

—¿Y Sofía? ¿Cómo estará lidiando con todo esto? —se preguntó alguien más.

A pesar de que muchos se preocupaban por ella, nadie se atrevía a acercarse. El pasillo parecía más largo de lo habitual, y cada paso resonaba en sus oídos, amplificando la tensión que sentía en su interior.

Al llegar a su casillero, trató de concentrarse en lo que necesitaba para la primera clase. Sus manos temblaban ligeramente mientras sacaba los libros y cerraba la puerta del casillero con un suave golpe. Mientras se dirigía al aula, un grupo de chicas pasó junto a ella, susurrando entre sí y lanzándole miradas furtivas.

—Es la novia de Alejandro, ¿Verdad? —murmuró una de ellas.

—Sí, debe estar devastada —respondió otra, con un tono de compasión y curiosidad.

Sofía apretó los labios y siguió caminando, sintiendo un nudo formarse en su estómago. Al entrar en el aula, todos los ojos se volvieron hacia ella por un breve momento antes de que los estudiantes desviaran la mirada, fingiendo estar ocupados con sus libros y cuadernos. Se sentó en su habitual asiento junto a la ventana, intentando ignorar la tensión palpable en el aire.

El profesor entró y comenzó la lección, pero Sofía apenas podía concentrarse. Las palabras del maestro se mezclaban con los pensamientos que inundaban su mente. Recordaba la sonrisa de Alejandro, su risa contagiosa, y cómo todo eso parecía ahora tan lejano y frágil.

Durante el receso, Sofía se dirigió al jardín de la escuela, buscando un momento de tranquilidad lejos de las miradas curiosas. Se sentó en su banco favorito, bajo un árbol que proporcionaba una sombra reconfortante. Cerró los ojos por un momento, tratando de encontrar un poco de paz en medio del torbellino de emociones que la abrumaban.

Mientras miraba al cielo, sintió una sombra acercarse. Al levantar la vista, vio a Laura, su hermana menor, caminando hacia ella con una expresión de preocupación.

—¿Estás bien, Sofí? —preguntó Laura, sentándose a su lado y tomando su mano.

Sofía suspiró, agradecida por la presencia familiar en medio del torbellino de emociones.

—No es fácil —admitió Sofía, apretando la mano de Laura—. Todos me miran como si fuera un bicho raro. No saben qué decirme, y los pocos que hablan solo empeoran las cosas.

Laura asintió, comprendiendo el dilema de su hermana.

—Es normal que estén confundidos, pero recuerda que no estás sola. Estoy aquí para ti, y Alejandro también necesita que seas fuerte. Lo estás haciendo muy bien.

Las palabras de Laura le dieron a Sofía un poco de consuelo. Sabía que la jornada sería larga y difícil, pero al menos tenía a su hermana para apoyarla. Decidió que ignoraría las miradas y los susurros, enfocándose en lo que realmente importaba, estar allí para Alejandro y para su familia.

Al finalizar el horario de clases, Sofía se dirigió a la biblioteca. Tenía la idea de encontrar un buen libro y leerle a Alejandro, pensando que podría ser una forma de sentirse más conectados. La biblioteca era su lugar favorito, un refugio de tranquilidad y calma en medio del ruido escolar. Al entrar, se dirigió directamente a la sección de literatura clásica, donde sus libros favoritos la esperaban en los estantes polvorientos.

Después de revisar varios títulos, finalmente encontró uno que sabía que a Alejandro le encantaría.
—Estoy segura de que esta historia te gustará, amor —susurró para sí misma con una sonrisa, sintiendo una oleada de ternura y emoción. Imaginó leerle el libro mientras él descansaba, con su voz llenando la habitación con aventuras y emociones.

Pero su momento de serenidad fue interrumpido rápidamente. Un grupo de estudiantes que también estaban en la biblioteca comenzaron a murmurar al verla. Aunque trató de ignorarlos, no pudo evitar escuchar fragmentos de sus conversaciones.

—No puedo creer que esté aquí como si nada hubiera pasado —dijo una chica con tono de desdén, mirando a Sofía de reojo.

—Sí, si Alejandro fuera mi novio, nunca me separaría de él —agregó otra, haciendo un gesto de desaprobación.

—Es increíble cómo algunas personas pueden seguir con su vida sin remordimientos —comentó un chico, sacudiendo la cabeza.

Sofía sintió que el calor se subía a su rostro. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía el libro contra su pecho. Las palabras hirientes de sus compañeros la hicieron sentir vulnerable y expuesta. Intentó respirar hondo, recordándose que estaba haciendo lo correcto. Alejandro necesitaba que ella fuera fuerte, y no podía permitirse derrumbarse ante los juicios de los demás.

Decidida a no dejar que los comentarios la afectaran, Sofía se dirigió al mostrador para pedir el libro. La bibliotecaria, le sonrió con calidez.

—¿Todo bien, Sofía? —le preguntó al notar su expresión tensa.

—Sí, todo bien. Gracias —respondió Sofía con una sonrisa forzada, agradecida por la amabilidad de la mujer.

Con el libro en la mano, salió de la biblioteca y se dirigió hacia el hospital. Aunque los comentarios de sus compañeros seguían resonando en su mente, trató de enfocarse en lo positivo.

Al llegar al hospital, pasó por el mostrador de recepción y se dirigió al ascensor. Cada paso que daba la acercaba más a Alejandro, y con cada paso, sentía que su determinación se fortalecía. Al entrar en la habitación, lo vio descansando, su rostro pálido pero tranquilo.

—Hola, amor —dijo suavemente mientras se acercaba a su cama—. Te traje algo. Pensé que podríamos disfrutar de una buena historia juntos.

Sofía se sentó a su lado y abrió el libro. Empezó a leer, su voz suave llenando la habitación con palabras y emociones. Mientras leía, sintió que todos los comentarios y miradas de desdén se desvanecían, reemplazados por la paz de estar junto a Alejandro y el amor que sentía por él. Era un pequeño escape de la realidad, un momento solo para ellos dos, y Sofía estaba decidida a aprovecharlo al máximo.

Las palabras fluían con naturalidad, creando un ambiente de tranquilidad y consuelo. Alejandro, aunque aún débil, parecía relajado, sus ojos cerrados, pero con una ligera sonrisa en los labios, como si la historia que Sofía le contaba llegaran a lo más profundo de su ser.

La puerta de la habitación se abrió lentamente, y una enfermera entró con pasos silenciosos. Era una mujer de mediana edad, con una mirada amable y una sonrisa cálida que parecía iluminar el espacio. Al ver la escena frente a ella, se detuvo en seco, conmovida por lo que presenciaba. Sofía estaba tan absorta en su lectura que no notó la presencia de la enfermera.

La enfermera se quedó quieta en la entrada, observando con ternura y admiración. Era evidente que el amor y la dedicación de Sofía hacia Alejandro eran profundos y genuinos. La forma en que leía, con tanto cuidado y emoción, era una muestra clara de su devoción.

Sofía levantó la vista por un momento y se encontró con los ojos de la enfermera. Sorprendida, se quedó en silencio, preocupada por haber sido una molestia.

—Oh, lo siento —murmuró Sofía, cerrando el libro rápidamente—. No me di cuenta de que había alguien aquí.

La enfermera sonrió y levantó una mano, indicándole que no se preocupara.

—No, querida, no te disculpes. No quise interrumpir —dijo con voz suave—. Es un momento hermoso. Continúa, por favor.

Sofía sonrió tímidamente y volvió a abrir el libro, retomando la lectura donde la había dejado. La enfermera, aún conmovida, decidió quedarse un poco más, escuchando la historia que Sofía leía. Se acercó silenciosamente y comenzó a revisar los equipos médicos de Alejandro, asegurándose de no hacer ruido para no interrumpir el relato.

Mientras Sofía leía, la enfermera notó cómo la atmósfera de la habitación estaba cargada de cariño y esperanza. Alejandro parecía responder al amor de Sofía, su respiración era más tranquila y su semblante más relajado. Era como si las palabras de Sofía tuvieran un efecto curativo, llenando el espacio de una energía positiva y reconfortante.

Después de unos segundos, la enfermera terminó su revisión y se dirigió nuevamente hacia la puerta. Antes de salir, se volvió hacia Sofía con una sonrisa de aprobación.

—Eres una chica muy especial. Alejandro es muy afortunado de tenerte —dijo suavemente.

Sofía asintió con una sonrisa, sintiendo un calor reconfortante en su pecho. La enfermera salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido. Sofía continuó leyendo, con una voz suave y constante.

La tarde pasó rápidamente, y aunque Alejandro no podía responder, Sofía sintió que estaban más conectados que nunca. Cada palabra que leía era un puente entre ellos, un vínculo que los unía a pesar de las circunstancias difíciles.

Cuando finalmente llegó la hora de irse, Sofía cerró el libro con cuidado y lo dejó en la mesita junto a la cama de Alejandro. Se inclinó hacia él y le dio un beso en la frente, susurrando.

—Te veré mañana, amor. Que descanses.

Al salir del hospital, Sofía encontró a su madre esperándola en el estacionamiento. La tarde se estaba transformando en noche, y las luces del hospital brillaban con una cálida luminiscencia. La madre de Sofía sonrió al verla, aliviada de que su hija finalmente saliera después de una larga visita.

—Hola, Sofí. ¿Lista para ir a casa? —preguntó su madre con una voz suave y llena de cariño.

—Sí, mamá. Estoy lista —respondió Sofía, intentando mantener una expresión tranquila, aunque su corazón estaba lleno de emociones encontradas.

Subieron al auto y pronto estuvieron en camino. Las luces de la ciudad pasaban rápidamente a través de las ventanas del coche, creando un juego de sombras y luces en el interior. Durante unos minutos, ambas permanecieron en silencio, cada una sumida en sus propios pensamientos. Finalmente, su madre rompió el silencio.

—¿Cómo te fue hoy, querida? —preguntó, su voz era suave pero llena de curiosidad y preocupación.

Sofía suspiró ligeramente antes de responder.

—Fue... fue un día complicado, mamá. Pero me alegra poder estar con Alejandro. Son cosas nuevas y difíciles, pero deseo estar a su lado siempre —respondió, sus palabras estaban llenas de tristeza.

Su madre asintió comprensivamente.

—Ya veo, querida. Es comprensible que te sientas así. Lo importante es que estás ahí para él —respondió su madre, alcanzando a tocar suavemente la mano de Sofía para brindarle apoyo.

Sofía apretó la mano de su madre en respuesta, agradecida por el gesto. El viaje continuó en un silencio cómodo por unos momentos más, hasta que su madre decidió cambiar de tema para aliviar un poco la tensión.

—¿Y qué tal la escuela hoy? ¿Alguna novedad? —preguntó, intentando distraer a Sofía de sus pensamientos preocupantes.

Sofía sonrió ligeramente, agradecida por el intento de su madre de levantarle el ánimo.

—Bueno, todos están hablando sobre lo que pasó. Es un poco incómodo, pero trato de no prestarles atención. Fui a la biblioteca a buscar un libro para leerle a Alejandro, creo que le gustará —dijo, su voz animándose un poco al hablar de su plan para Alejandro.

Su madre sonrió, sintiéndose orgullosa de la fuerza y el amor que su hija mostraba.

—Eso suena como una idea maravillosa, Sofí. Estoy segura de que Alejandro apreciará mucho tu esfuerzo y dedicación —dijo su madre, con el tono lleno de admiración.

Sofía se sintió reconfortada por las palabras de su madre. Sabía que los días venideros serían difíciles, pero también sabía que no estaba sola en esto. Tenía el apoyo de su familia y la determinación de estar junto a Alejandro en cada paso de su recuperación.

El resto del viaje estuvo lleno de una amena plática sobre temas más ligeros.

Al llegar a casa, Sofía subió a su habitación para cambiarse. Se puso ropa cómoda y bajó a la cocina, donde el aroma de la cena ya empezaba a llenar la casa. Toda la familia estaba reunida y ayudando con los preparativos. Su padre estaba colocando los platos en la mesa cuando se dirigió a ella.

—¿Cómo sigue Alejandro? —preguntó, mirándola con interés mientras alineaba los cubiertos.

Sofía, que estaba sirviendo las porciones de comida, se detuvo un momento para responder.

—Está estable. Vi a la enfermera tomar sus signos vitales y todo parecía estar bien —respondió con calma, tratando de transmitir la tranquilidad que había sentido al ver las lecturas normales en los monitores de Alejandro.

Laura, que estaba ayudando con la ensalada, se unió a la conversación.

—Qué bueno escuchar eso. Además, hoy en la escuela escuché rumores de que algunos conocidos de él planean visitarlo mañana —dijo Laura, aportando un poco de esperanza al ambiente.

—Es normal, mañana ya es sábado y tienen tiempo —comentó su madre mientras removía una olla en la estufa. Luego, se volvió hacia las chicas con una sonrisa—. Es bueno saber que tiene compañeros que se preocupan por él.

Sofía asintió, sintiéndose aliviada al saber que Alejandro no estaba solo en su recuperación.

—Sí, será bueno para él sentir a más personas que se preocupan por su bienestar —añadió Sofía, terminando de servir las porciones de comida en la mesa.

La cena fue una actividad colaborativa. Todos estaban involucrados, desde la preparación hasta la puesta de la mesa. Había algo reconfortante en trabajar juntos como familia, especialmente en tiempos difíciles. Sofía sentía que esos momentos de unidad les daban fuerza para enfrentar cualquier adversidad.

Una vez que todo estuvo listo, se sentaron a la mesa. La conversación continuó fluyendo mientras comían.

Mientras cenaban, el sonido del televisor llenaba la habitación. Aunque no estaban prestando mucha atención, el ruido de fondo proporcionaba una compañía constante. Sin embargo, cuando el reportero en la pantalla mencionó el nombre de Alejandro, el ambiente cambió bruscamente. Sofía frunció el ceño y su humor se ensombreció de inmediato.

—No puedo creer que sigan hablando de Alejandro —dijo con desdén en su voz, empujando su plato ligeramente hacia adelante.

El reportero, con la mirada fija en la cámara, se ajustó el micrófono y continuó su relato.

—En un giro inesperado de los acontecimientos, las autoridades han desenterrado nuevos detalles en la investigación sobre el intento de suicidio de Alejandro "N". El joven, cuyos padres perdieron la vida en el devastador incendio que conmocionó a la comunidad, ha sido el centro de atención en las últimas horas.

El reportero hizo una pausa, permitiendo que la gravedad de sus palabras se asentara en la mente de los espectadores.

—Los investigadores, al revisar las pertenencias personales de Alejandro, encontraron su teléfono móvil. En él, descubrieron una cuenta de una red social donde el joven publicaba de manera anónima. Las publicaciones, escritas con una mezcla de dolor y desesperación, revelan un oscuro panorama.

—Alejandro describía con detalle el acoso constante que sufría en su hogar. Las palabras, crudas y sinceras, pintaban un cuadro de maltrato físico y emocional por parte de sus padres. Las noches eran un campo de batalla, y las palabras afiladas cortaban más profundamente que cualquier cuchillo

El reportero miró directamente a la cámara, su voz firme pero cargada de emoción.

—Los expertos sugieren que estas condiciones, este ambiente hostil y tóxico, pudieron haber contribuido significativamente a la desesperación que llevó a Alejandro a intentar quitarse la vida.

La madre de Sofía apagó el televisor con un movimiento rápido, interrumpiendo el reportaje.

—Eso es suficiente por hoy —dijo, su voz cargada de preocupación mientras se volvía hacia Sofía.

—No entiendo por qué siguen indagando en su vida privada así —murmuró Sofía, aún molesta.

—Querida, la gente siempre busca respuestas cuando algo así ocurre. Pero lo importante ahora es que Alejandro reciba el apoyo que necesita —dijo su madre con suavidad, tratando de calmar a su hija.

—Lo sé, mamá, pero... simplemente no puedo soportar cómo lo están exponiendo —respondió Sofía, su voz quebrándose un poco.

Su padre, que había estado escuchando en silencio, intervino.

—Sofía, sabemos lo difícil que es esto para ti. Pero recuerda, nosotros estamos aquí para ayudar a Alejandro. Él necesita nuestro apoyo más que nunca.

Laura, que había estado observando en silencio, también añadió su voz.

—Sí, Sofí. Ahora más que nunca, Alejandro necesita sentirse amado y seguro. Y sé que tú puedes darle eso.

Sofía tomó una respiración profunda y asintió lentamente. Las palabras de su familia, aunque reconfortantes, no podían borrar la angustia que sentía por la situación de Alejandro.

—Tienes razón. Solo quiero que todo esto termine y que él pueda estar bien —dijo Sofía, tratando de recuperar la calma.

 

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