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Capítulo 26 - Lágrimas Silenciosas

La noticia del incendio y la trágica situación de Alejandro se difundió rápidamente, convirtiéndose en el tema central de conversación en toda la comunidad. Los detalles del abuso y acoso que Alejandro había sufrido a manos de sus padres, revelados a través de sus publicaciones en una red social, dejaron a todos conmocionados. La gente no podía creer lo que estaban leyendo, y sus corazones se rompían al conocer la verdadera magnitud del sufrimiento de Alejandro.

En una casa, una familia estaba reunida en la sala, absorta en las noticias. Marta, la amiga más cercana de Alejandro, estaba pasando un rato agradable con su familia, pero desde que salió la noticia, se había quedado en silencio. Con el móvil en la mano, estaba leyendo las publicaciones de su mejor amigo. Cada palabra, cada frase desgarradora que Alejandro había escrito la atravesaba como un puñal.

"No puedo más. Mis padres me odian. No entiendo por qué tengo que seguir soportando esto."

Marta no pudo contener más las lágrimas y rompió en llanto, sintiendo una culpa que la abrumaba.

—¡Marta, ¿qué pasa?! —preguntó su madre, alarmada por el repentino sollozo de su hija.

Marta apenas podía hablar entre lágrimas, pero extendió su móvil hacia su madre, señalando las publicaciones de Alejandro.

—Es... Alejandro. Mi mejor amigo. Todo esto... todo lo que ha sufrido... —sollozó, con la voz quebrada.

La madre de Marta tomó el móvil y leyó en silencio, su rostro volviéndose más pálido con cada línea que leía. No había palabras para describir el dolor que sentía al descubrir lo que ese joven había tenido que soportar.

—Sabía que algo estaba mal desde hace un tiempo —dijo Marta entre lágrimas—. Lo noté. Pero fui una tonta al dejarlo pasar. ¡Debería haber hecho algo!

Su padre, que también había estado leyendo, se sentó a su lado y la abrazó fuertemente.

—No es tu culpa, Marta. A veces, las personas ocultan muy bien su dolor. No puedes culparte por no saberlo.

—¡Pero él es mi mejor amigo! —exclamó Marta—. Debería haberlo notado, debería haberle preguntado, haber insistido.

Su madre se unió al abrazo, intentando reconfortarla.

—Lo importante ahora es estar ahí para él. No podemos cambiar el pasado, pero puedes ayudarlo a superar esto. Él necesitará a sus amigos más que nunca —dijo con ternura.

Marta asintió, tratando de controlar su llanto. Sabía que sus padres tenían razón, pero la culpa seguía pesando en su corazón.

En una habitación pequeña y sombría, Daniel estaba sentado al borde de su cama, con la luz débil de su celular iluminando su rostro tenso. Con manos temblorosas, recorría cada una de las publicaciones que su mejor amigo, Alejandro, había compartido. Cada palabra, cada expresión de dolor resonaba en su mente, golpeándolo con una mezcla de tristeza y rabia.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras leía los relatos desgarradores de lo que Alejandro había soportado en silencio. La injusticia y el sufrimiento que había enfrentado en su propia familia llenaron a Daniel de una impotencia abrumadora.

—¡Carajo! —exclamó en un susurro, dejando caer el celular sobre la cama. Se llevó las manos a la cabeza, sintiendo como si el peso del mundo se le viniera encima.

La habitación parecía cerrarse sobre él, los pensamientos revoloteaban en su mente sin encontrar una salida clara. Quería hacer algo significativo para ayudar a su amigo, pero no sabía por dónde empezar. La sensación de no poder hacer nada lo consumía, haciéndolo sentir aún más frustrado.

—¿Cómo pudieron hacerle esto? —murmuró en voz baja, con indignación ardiendo en su pecho. Sentía la necesidad urgente de actuar, de estar allí para su amigo en ese momento tan difícil. Pero, al mismo tiempo, se sentía paralizado por la magnitud del problema y la incapacidad de cambiar el pasado.

Finalmente, se obligó a respirar profundamente, tratando de encontrar algo de calma en medio del caos emocional.

Tiempo después, al amanecer, con el sol asomando tímidamente en el horizonte, Sofía se despertó temprano, lista para enfrentar otro día en el hospital junto a Alejandro. Había preparado con esmero una pequeña bolsa con algunos detalles que pensó que podrían alegrarle el día, un libro que Alejandro había mencionado que quería leer y una tarjeta hecha a mano con un mensaje alentador. Aunque la preocupación seguía pesando en su corazón, se sentía reconfortada al pensar en la posibilidad de estar junto a él.

Bajó las escaleras y encontró a su madre en la sala, que ya estaba lista para partir hacia el hospital. El aroma del café recién hecho flotaba en el aire, mezclándose con el suave murmullo de la televisión que transmitía las noticias matutinas. Sofía se acercó a su madre con una sonrisa tenue.

—¿Todo listo, cariño? —preguntó su madre, con un tono cálido y preocupado. Su mirada revelaba que también había pasado una noche difícil, inquieta por el bienestar de Alejandro y por el impacto que todo esto tenía en Sofía.

—Sí, mamá. Estoy lista —respondió, ajustando el bolso sobre su hombro con cuidado. Aunque su voz era tranquila, su interior estaba lleno de emociones encontradas, la esperanza de ver a Alejandro mejorar, la angustia por todo lo que había pasado y la determinación de estar allí para él en cada momento.

Ambas salieron de la casa en silencio, cada una sumida en sus pensamientos. El camino hacia el hospital se extendía ante ellas, con el tráfico matutino y el ruido de la ciudad formando un telón de fondo constante. A través de la ventana del auto, Sofía observaba las calles familiares que parecían desdibujarse esa mañana. La rutina diaria de la ciudad continuaba su curso, mientras su propio mundo estaba momentáneamente detenido en torno a la frágil figura de Alejandro.

Llegar al hospital esa mañana resultó ser más complicado de lo habitual para Sofía y su madre. El estacionamiento estaba abarrotado de autos y personas, creando un ruido inusual en el ambiente tranquilo de la mañana. Entre la multitud, Sofía pudo percatarse de caras conocidas, compañeros de clase, vecinos y rostros de la comunidad. La presencia del reportero del noticiero local añadía una capa extra de tensión a un ambiente ya cargado de emociones.

El reportero, con micrófono en mano y expresión grave, se dirigía a la cámara con el hospital como telón de fondo. Detrás de él, se aglomeraba una multitud variada de personas, algunas conocidas y otras menos familiares, todas unidas por la preocupación por Alejandro. La voz del reportero resonaba por encima del bullicio, captando la atención tanto de los que miraban la transmisión en casa como de aquellos que estaban allí, esperando noticias.

"Estamos aquí en el hospital, donde Alejandro, el joven que intentó quitarse la vida recientemente, se encuentra actualmente en estado de coma", empezó el reportero, con un tono de solemnidad y preocupación. "Los informes médicos indican que su condición es crítica y no hay certeza sobre cuándo podrá recuperar la conciencia", continuó, sus palabras cargadas de gravedad y dejando a todos en un silencio reflexivo.

La cámara enfocaba la multitud reunida afuera del hospital, amigos, compañeros de clase y otros conocidos de Alejandro. Sus rostros llenos de tristeza y otros de esperanza, reflejando la angustia de la incertidumbre. Se podían oír susurros de ánimo y rezos, una marea de apoyo que fluía hacia el interior del edificio, donde Alejandro luchaba por su vida.

"En este momento, solo los familiares tienen acceso para visitarlo", prosiguió el reportero, con un tono grave. "Los amigos y conocidos se han congregado aquí para ofrecer su apoyo, enviando sus mejores deseos y oraciones para su pronta recuperación", añadió, mientras la cámara capturaba gestos de solidaridad y miradas de preocupación entre la multitud.

Sofía observaba la escena con un nudo en el estómago, sintiendo una mezcla profunda de dolor y gratitud por el inmenso apoyo que Alejandro estaba recibiendo. A su lado, la mano de su madre se apretaba con firmeza, transmitiéndole un consuelo silencioso. A pesar del peso de la situación.

La transmisión del reportero llegó a su fin y él comenzó a prepararse para la siguiente actualización. Mientras tanto, la multitud continuaba su vigilia silenciosa, unida en el ferviente deseo de ver a Alejandro recuperarse. Sofía y su madre, cargadas de la energía colectiva de esperanza y amor que flotaba en el aire, avanzaban entre la multitud, sintiendo el apoyo de todos a su alrededor.

Al acercarse a la entrada del hospital, Sofía y su madre fueron de repente interceptadas por Marta y Daniel, los mejores amigos de Alejandro. La angustia y la desesperación eran evidentes en sus rostros. Los ojos de Marta estaban hinchados y enrojecidos, y su voz temblaba al hablar.

—Por favor, déjanos entrar contigo —dijeron casi al unísono, con un tono de súplica palpable. Marta miraba a Sofía con una urgencia que no podía ignorarse. —Si estamos contigo, seguro nos permitirán verlo —añadió, las lágrimas asomando a sus ojos y temblando en su voz.

Sofía sintió un nudo en el corazón al ver el dolor en los rostros de Marta y Daniel. Sabía cuánto significaban para Alejandro y cuán importante era para él su presencia en este momento tan crítico. No podía negarles el deseo de estar al lado de su amigo.

—Por supuesto —respondió Sofía con firmeza, tratando de ofrecer una dosis de calma y consuelo.

Con paso apresurado pero cuidadosamente medido, se dirigieron hacia la entrada principal del hospital. La puerta automática se deslizó a su paso y fueron recibidos por los guardias de seguridad, que estaban atentos al ruido causado por la gran cantidad de visitantes y medios de comunicación.

—Soy Sofía familiar del paciente en la sala 303, y ellos son mis acompañantes —dijo rápidamente Sofía, señalándolos con un gesto. —Son amigos cercanos de Alejandro.

El guardia revisó su lista con atención. Él ya había visto a Sofía anterior mente y tras unos momentos de consideración, asintió con comprensión.

—Está bien, pueden pasar —respondió, con un tono serio, mientras abría el paso al grupo.

Sofía asintió en señal de agradecimiento y condujo a Marta y Daniel a través de los pasillos del hospital. Cada paso parecía resonar con la tensión y la ansiedad que llenaban el ambiente. Los muros blancos y el zumbido constante de los monitores en las salas aledañas sólo acentuaban el peso de la situación.

Finalmente, llegaron a la puerta marcada con el número de habitación de Alejandro. Sofía tomó una respiración profunda y la sostuvo unos segundos, tratando de calmar el torbellino de emociones que sentía. Marta y Daniel hicieron lo mismo, sabiendo que este momento era crucial para ellos.

Con un suspiro tembloroso, Sofía giró el pomo y abrió la puerta con cuidado. Al entrar, el suave pitido de los monitores y el ruido de las máquinas eran los únicos sonidos que rompían el silencio. Alejandro yacía en la cama, su rostro pálido y tranquilo en el sueño del coma. Los monitores parpadeaban suavemente, marcando el ritmo de su respiración. A pesar de la calma aparente, Sofía sintió un nudo en la garganta al verlo nuevamente en esa condición, pero se mantuvo firme, decidida a brindarle el apoyo que tanto necesitaba.

Marta y Daniel entraron detrás de ella, sus rostros reflejando una profunda tristeza. Se acercaron a la cama de Alejandro con sumo cuidado, como si temieran que cualquier movimiento pudiera interrumpir el frágil equilibrio del momento. Marta tomó la mano de Alejandro con delicadeza, sintiendo la fría superficie de su piel y apretándola suavemente. Daniel se quedó de pie al lado de la cama, observando a su amigo con preocupación y esperanza.

—Estamos aquí, Alejandro —susurró Marta, con voz temblorosa pero llena de
cariño. —Todos estamos aquí. Vamos a estar contigo.

Sofía observó con atención cómo Marta, con una ternura visible, tomó la mano de Alejandro. A medida que Marta la acariciaba, un torrente de ira comenzó a agitarse dentro de Sofía, sus emociones se enredaban como un mar embravecido. Sin embargo, se obligó a mantener la calma, reconociendo que este no era el momento para conflictos internos.

Marta, con una expresión de profunda preocupación, fijó su mirada en el cuello de Alejandro. Al hacerlo, sus ojos se encontraron con unas marcas horribles que adornaban la piel de su amigo. La vista de esas cicatrices le provocó un sobresalto, y un grito ahogado escapó de sus labios. Su estómago se retorció ante la crueldad de las marcas.

En ese instante, el mundo pareció detenerse. Marta, atrapada entre el horror y la angustia, se desplomó en el suelo frío y estéril de la habitación del hospital. Daniel, al escuchar el grito y ver el movimiento repentino, se apresuró a su lado y la sostuvo antes de que cayera completamente.

—Sofía —murmuró Daniel, su voz estaba llena de preocupación mientras ayudaba a Marta—. ¿Puedes ayudarme a llevarla a una silla?

Sofía, dejando a un lado cualquier resentimiento anterior hacia Marta, se movió. Juntos, guiaron a Marta hacia una silla cercana. Ella, aún tambaleándose, se dejó caer en el asiento mientras intentaba asimilar la terrible realidad que acababa de ver. Las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas, sintiendo dolor por el estado de Alejandro y devastación por lo que acababa de ver.

Mientras tanto, Alejandro seguía en su mundo de sueños inducidos por el coma, completamente ajeno a la tormenta emocional que se desataba a su alrededor. El monitor cardíaco mantenía su ritmo constante, un recordatorio silencioso de la vida que aún persistía. La luz tenue de la habitación hospitalaria creaba un ambiente a la vez sereno y sombrío, envolviendo todo en una atmósfera de calma inquietante.

Sofía, arrodillada al lado de Marta, posó una mano reconfortante sobre su espalda. Su voz, suave y calmada, intentaba ofrecer algo de consuelo en medio del caos emocional.

—Marta, todo estará bien — le dijo Sofía, con palabras cargadas de empatía.

Marta, con lágrimas aún en sus mejillas, asintió lentamente. Su cuerpo temblaba ligeramente, y a pesar del intento de Sofía de brindarle alivio, la angustia seguía grabada en su rostro. Daniel se quedó a su lado, sosteniéndola con una firmeza tranquilizadora. Su presencia constante le daba a Marta el espacio necesario para enfrentar la dolorosa realidad que acababa de ver.

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