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Capítulo 4 – Reflejos del Corazón

El autobús serpenteaba por las congestionadas calles de la ciudad, pero a medida que avanzaba, el caos urbano quedaba atrás y daba paso a la serenidad del atardecer. Sofía, recostada con la cabeza en el fresco cristal de la ventana, contemplaba cómo el paisaje se desvanecía lentamente a medida que el vehículo se alejaba, sumiéndose en la penumbra. Los edificios, los autos, las personas... todo parecía distante e irrelevante en comparación con el mundo que se había abierto para ella esa tarde.

Sus pensamientos fluían libremente, transportándola de vuelta al encuentro que había tenido en la biblioteca. Fue un encuentro fortuito, pero que había dejado una marca indeleble en su vida. Lo que había comenzado como una simple conversación había florecido en una animada y profunda charla sobre literatura. Juntos habían explorado sus autores y géneros favoritos, compartiendo experiencias, opiniones y sueños.

Sofía se sentía completamente absorbida por la manera en que Alejandro la escuchaba con atención y respeto. Era una sensación completamente nueva para ella, como si finalmente hubiera encontrado a alguien que compartiera su pasión por los libros. La conversación fluía tan emocionante y fascinante que parecía transportarla a un mundo paralelo, donde solo existían ellos dos y los libros.

Al recordar esos momentos mágicos, una sonrisa jugueteaba en sus labios al pensar en las risas por las ocurrencias de los personajes, las emociones desatadas por los giros de la trama y la sorpresa ante las revelaciones y misterios. Alejandro había logrado hacerla sentir comprendida de una manera que nadie había hecho antes. Sus opiniones y expresiones transmitían una pasión y una inteligencia que la habían cautivado por completo.

Para Sofía, aquellos instantes con Alejandro eran como un día soleado de verano, cálido y reconfortante. Parecía haber encontrado su alma gemela, y todo lo negativo que había plagado su vida se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos. Olvidó sus preocupaciones cotidianas, su timidez y su soledad, sintiendo que había encontrado la compañía que había buscado durante tanto tiempo. Se sentía viva y plena de una manera que no había experimentado en años.

Sin duda, había sido un día excepcional para Sofía. A lo largo de su vida, se había mantenido como una chica introvertida y reservada. Los libros habían sido su refugio constante, prefiriendo la compañía de los personajes ficticios a las personas reales que la rodeaban. Sus interacciones sociales se limitaban a los profesores y su familia, sin demasiadas conexiones fuera de esos ámbitos.

El encuentro con Alejandro representó un cambio drástico en su día a día. Por primera vez en mucho tiempo, disfrutaba compartiendo risas y experiencias con alguien más allá de las páginas de sus libros. Para ella, fue una revelación descubrir a alguien tan apasionado por la literatura como ella. El simple acto de intercambiar opiniones y perspectivas hizo que su día cobrara un nuevo significado y se llenara de placer.

El autobús se movía tranquilamente hacia su destino, pero la mente de Sofía estaba en otro mundo completamente distinto. Se preguntaba, con gran ilusión y curiosidad, qué le depararía el futuro para ella y para Alejandro. ¿Sería solo el comienzo de una gran amistad, o quizás algo más profundo y especial?

—Sé que no debería emocionarme demasiado, pero ¿Qué pasa si esto es el comienzo de algo especial con Alejandro? ¿Podría ser más que una simple amistad? Me pregunto si siente lo mismo que yo. ¿Debería atreverme a preguntarle? ¡Pero qué miedo tengo de arruinar las cosas! Aunque, ¿Qué tal si él está pensando lo mismo? ¿Qué tal si compartimos la misma conexión que siento en mi corazón?

—¡Ay, Sofía! ¡No te hagas tantas ilusiones! Pero, ¿Por qué no? ¿Y si realmente estamos destinados a algo más? Imagina las aventuras que podríamos tener juntos, explorando libros y compartiendo pensamientos y emociones.

En ese momento el autobús se detuvo en la parada, sacándola de sus tumultuosos pensamientos. Con una sonrisa resplandeciente en su rostro, descendió del autobús. Había sido un día lleno de sorpresas y emociones, algo que no había experimentado en mucho tiempo. Se sentía feliz y agradecida por haber encontrado a alguien como Alejandro, con quien podía compartir su amor por la literatura y ser auténtica.

Caminando por las calles hacia su casa, su mente seguía llena de pensamientos sobre Alejandro. Se preguntaba nuevamente en silencio si había una oportunidad para que él le correspondiera. Sabía que era demasiado pronto para sacar conclusiones, pero en su corazón crecía la sensación de que entre ellos había una conexión única y especial, algo que no podía ignorar.

Llegó a casa con una sonrisa radiante en su rostro. Al abrir la puerta, fue recibida por un delicioso aroma que flotaba en el aire, invitándola a unirse a sus padres en la cocina. Recorrió el pasillo adornado con fotografías familiares hasta llegar al corazón de la casa. Allí, encontró a su madre ocupada preparando la cena, con su padre colaborando alegremente a su lado.

—¡Hola hermosa! ¿Cómo te fue hoy? —la saludó su padre con entusiasmo.

—¡Hola mi amor! —con un cálido abrazo la recibió su madre—. ¿Qué tal tu día?

—Todo bien. Pasé la tarde leyendo en la biblioteca —respondió, sintiendo cómo los recuerdos de su encuentro con Alejandro la llenaban de alegría.

—¿Y qué libro estabas leyendo? —preguntó su padre con curiosidad.

—Uno sobre historia medieval, papá —contestó de manera breve.

—¿Y estabas sola en la biblioteca? —inquirió su madre, mostrando interés y cortando sus pensamientos.

Sofía titubeó por un instante antes de decidirse a compartir una parte de la verdad.

—No estuve sola, estuve con un amigo —dijo, sabiendo que revelar demasiado podría complicar las cosas.

—¿Un amigo? ¿Quién es? ¿Lo conocemos? —insistió su madre, mostrando interés.

Sofía se mordió el labio inferior y buscó la mirada de su padre, quien le dio un leve gesto de ánimo para seguir adelante.

—No, no lo conocen. Es... es un... nuevo compañero del club de Literatura, se llama... Alejandro —respondió con cautela.

—Ah, Alejandro. Qué nombre tan bonito. ¿Y cómo es? ¿Es simpático? ¿Te trata
bien? —preguntó su madre, con ansias, mientras movía la cuchara en la salsa.

Sofía esbozó una tímida sonrisa, visualizando la imagen de Alejandro en su mente.

—Sí, es muy amable y me trata muy bien —respondió, sintiendo un latido acelerado en su pecho ante la mera mención de su nombre.

—¿Y te gusta? —preguntó su madre, curiosa, esperando una respuesta emocionante.

El rubor subió por las mejillas de Sofía hasta que parecía que el calor podría salirse de la habitación. ¿Cómo podría responder sin revelar la verdad sobre sus sentimientos?

—¡Mamá! —protestó Sofía, sintiéndose avergonzada.

—Está bien, no te preocupes, cariño. Solo bromeaba —dijo su madre entre risas, notando la incomodidad de su hija.

—Déjala estar, querida. No la presiones —intervino el padre con suavidad, deseando que su hija se sintiera cómoda.

—Gracias, papá —expresó Sofía, reconociendo el apoyo de su padre con gratitud.

—No hay de qué, hija —respondió él, envolviéndola en un abrazo
cariñoso—. Cuéntanos, ¿Cómo te va en la escuela? ¿Y tus tareas?

—Todo bien. Las tareas van saliendo bien. Estoy poniendo mucho empeño en
estudiar —contestó ella, esbozando una sonrisa.

—Nos alegra escuchar eso, querida. Eres muy aplicada y talentosa —replicó su padre, asegurándose de que Sofía supiera lo orgulloso que estaba de ella.

—Gracias, papá —respondió ella, sintiendo un cálido afecto en su interior.

—Exacto, cariño. Eres un verdadero orgullo para nosotros. Te queremos mucho —se unió la madre, reflejando el amor por su hija.

—Y yo a ustedes también —dijo Sofía, abrazándolos con fuerza.

—¿Por qué no vas a lavarte las manos y te unes a nosotros en la mesa? —sugirió su madre con dulzura, cambiando de tema—. La cena está casi lista.

—¡Claro! —respondió Sofía con entusiasmo, agradecida por tener una familia tan cariñosa—. ¿Qué vamos a cenar?

—Hoy preparamos una delicia, enchiladas fritas con pollo, queso y chayotes. ¿Te gustan? —preguntó su padre con una sonrisa.

—¡Me encantan! —exclamó Sofía con alegría—. Son mis favoritas.

En ese instante, Sofía llegó a un entendimiento personal, la esencia de su vida no se limitaba a estudiar y hacer tareas. Su familia, su amor y su constante presencia amorosa eran lo que la llenaba de seguridad y felicidad. Y ahora, en su mente y corazón, se colaba una persona más en su vida.

Después de lavarse las manos con cuidado, se dirigió al comedor, donde encontró a su hermana menor, Laura, ocupada preparando la mesa para la cena. Laura, la luz de Sofía, irradiaba una energía y entusiasmo que llenaban de alegría el ambiente. Al verla tan feliz, Sofía no pudo evitar sonreír y agradecer silenciosamente por la cercanía y el vínculo especial que compartían.

—Hola, Sofí —saludó Laura con una sonrisa cálida—. ¿Cómo estuvo tu día?

—Hola, Lauri —respondió Sofía con la misma sonrisa—. Muy bien, gracias. ¿Y el tuyo?

—¡Genial! —exclamó Laura emocionada—. Aprendí un montón de cosas nuevas en la escuela y me divertí un montón con mis amigos. ¡Me encanta la nueva escuela!

Sofía asintió, sintiendo un profundo amor por su hermana menor. Se sentía afortunada de tener a alguien tan dulce y divertida en su vida. Estaba orgullosa de ella y disfrutaba enormemente viendo cómo Laura disfrutaba cada día en la escuela.

Después de unos minutos, llegó la hora de la cena y la familia completa se sentó alrededor de la mesa.

Sofía se sintió tentada al ver los deliciosos platillos que su madre había preparado con esmero. No pudo evitar relamerse los labios ante el irresistible aroma de las enchiladas fritas con pollo y queso. Se sirvió una generosa porción en su plato y comenzó a saborear cada bocado con entusiasmo. Sus padres la observaron con ternura, complacidos al verla disfrutar tanto la comida.

Con una sonrisa cálida, la madre inició la conversación mientras compartían la cena.

—Sofía, quería contarte que tu papá encontró un espejo encantador para reemplazar el que se rompió mientras limpiábamos —mencionó su madre con cariño.

—¡Sí! —intervino su padre con emoción—. Lo encontré en un puesto mientras caminaba por el mercado. Creo que te encantará, tiene un toque muy elegante.

—¡Oh, qué sorpresa! —exclamó Sofía, con una sonrisa luminosa—. No esperaba que encontraran algo tan pronto.

—Sabes que no podíamos dejarlo así —dijo su madre, acariciando suavemente su cabello—. Además, este espejo es realmente hermoso. Estoy segura de que te encantará.

Sofía se sintió emocionada y agradecida. El espejo que había tenido antes era un tesoro sentimental, un regalo preciado de su abuela. Había sentido un vacío cuando se rompió accidentalmente durante la limpieza. Sin embargo, la idea de tener un espejo completamente nuevo y encantador la reconfortaba.

Después de la cena, se levantó de la mesa con ilusión en los ojos, ansiosa por ver el nuevo espejo. Dio a sus padres un beso y se encaminó hacia su habitación, situada al final del pasillo del segundo piso.

Mientras caminaba por el corredor, su mente estaba llena de expectativas sobre cómo sería el espejo. ¿Sería moderno o más bien antiguo?

Al abrir la puerta de su habitación, se quedó boquiabierta al ver el espejo colgado sobre la pared junto a su cama. Su belleza la dejó sin aliento por un momento. El marco de madera noble presentaba un diseño intrincado y adornos dorados exquisitos. En el cristal se reflejaba la luz del foco del techo, creando un aura brillante y acogedora en toda la habitación. Las inscripciones en un idioma desconocido añadían un toque de misterio y fascinación al conjunto.

Sofía se aproximó al espejo con cautela, examinando cada detalle con detenimiento. Su reflejo estaba allí, como siempre, mostrando su cabello corto y rebelde de un llamativo tono naranja que a menudo la hacía destacar entre la multitud. Sus rasgos faciales eran suaves y delicados, realzados por unos grandes y expresivos ojos que parecían capaces de transmitir toda la gama de emociones que habitaban en su interior.

A pesar de considerarse una chica normal, con una personalidad única y un gran corazón, el reflejo en el espejo la hizo sentir algo incómoda al principio. Había algo en la mirada de ese reflejo, como si estuviera evaluándola, que la hizo sentir vulnerable.

Mientras se observaba detenidamente en el espejo, Sofía percibió algo inusual. Parecía haber un leve movimiento detrás de su reflejo, como si hubiera otro mundo oculto tras el cristal.

Con curiosidad, se acercó aún más al espejo, como si fuera una entrada mágica a otra dimensión. Sus ojos escudriñaron cada detalle, explorando cada ángulo y buscando cualquier imperfección que pudiera descubrir.

Después de varios segundos de silencio, con un susurro apenas audible, se cuestionó cómo la vería Alejandro. Mordiéndose el labio inferior, experimentó una incomodidad desconocida. El espejo, que anteriormente le había fascinado, ahora ejercía sobre ella un extraño efecto.

Sofía inclinó la cabeza y adoptó diferentes poses frente al espejo. Sus dedos jugaban con su cabello, intentando darle diversas formas y texturas. Luego, exploró los contornos de su rostro, acentuando sus mejillas y labios con delicadeza. Con meticulosidad, probó gestos, miradas y posturas, evaluando cada detalle en busca de la pose más favorecedora.

Aunque poco habitual para ella, este proceso representaba una forma de autodescubrimiento. Era un intento por comprenderse a sí misma desde una nueva perspectiva. Por unos instantes, dejó de lado su imagen habitual y se concentró en cómo sería vista a través de los ojos de alguien por quien sentía atracción.

Sin embargo, nuevamente comenzó a surgir una pequeña voz de duda desde lo más profundo de su mente.

—¿Qué pensará de mí Alejandro? —se cuestionó, observando su reflejo en el espejo con incertidumbre—. ¿Le agradaré? ¿Le atraeré?

—No lo sé, Sofía —respondió consigo misma, con nerviosismo en la voz—. No sé qué siente por ti. No tengo idea si te ve como amiga, compañera o algo más.

—¿Y si le pregunto? —se aventuró a plantear, con un toque de audacia—. ¿Y si le confieso lo que siento?

—No, no. Sería muy arriesgado —se contestó, con un dejo de miedo en la voz—. Podría arruinarlo todo. Podría perder su amistad. Podría alejarlo de mí.

—¿Y si me quedo callada? —se preguntó, resignada—. ¿Y si acepto las cosas tal como están?

—No, eso sería muy triste —se lamentó, con pesar en la voz—. Me quedaría con la incertidumbre.

—¿Entonces qué debo hacer? —indagó, con angustia—. ¿Qué debo hacer?

—No lo sé —se respondió a sí misma, con desesperación—. Simplemente no lo sé.

Entonces, con valentía, Sofía decidió profundizar en el asunto. ¿Y si Alejandro compartía sus sentimientos? ¿Y si esperaba que ella tomara la iniciativa antes de dar el siguiente paso? Miró nuevamente su reflejo en el espejo y notó un destello diferente en sus ojos. Una chispa de deseo y atracción. Un indicio que le sugería que tal vez, solo tal vez, Alejandro sentía lo mismo por ella.

Con una sonrisa en sus labios, Sofía permaneció allí, sintiendo una mezcla de emociones nuevas. Decidió dejar de lado sus dudas y temores, y confiar en su intuición.

Entonces, optó por seguir su corazón y descubrir qué deparaba el destino. Sabía que, al expresar sus sentimientos, existía el riesgo de ser rechazada. Pero también entendía que, si no lo hacía, nunca sabría qué podría haber sido. En un instante, se sintió valiente y decidida, lista para dar el primer paso hacia su propio futuro.

Estaba tan absorta en sus pensamientos cuando Laura irrumpió en su habitación. Siempre curiosa y encantadora la pequeña Laura, pero a veces, tenía la costumbre de entrometerse en asuntos ajenos.

—Sofí, ¿Qué estás haciendo? —preguntó Laura, inclinando la cabeza con curiosidad.

Sofía sintió cómo el rubor subía por sus mejillas al ser sorprendida en medio de sus reflexiones. No sabía cómo explicarle a Laura lo que había estado pensando, ni siquiera estaba segura de entenderlo completamente. Intentó disimular su turbación con una sonrisa forzada.

—Oh, eh... nada—respondió, nerviosa—. Solo estaba... bueno, mirándome un poco.

Laura la observó con inocencia, sin darse cuenta de la incomodidad de Sofía. Pensó que quizás su hermana no se sentía bien.

—¿Por qué? ¿Te sientes mal? —preguntó Laura, mostrando una cara de preocupación.

Sofía luchó por encontrar las palabras adecuadas, pero la vergüenza la invadió. No quería revelar la verdad, que estaba pensando en cómo podría lucir si quisiera impresionar a alguien. Especialmente a alguien como Alejandro. Sin embargo, no quería que Laura se enterara, temiendo que se burlara de ella o que contara todo a sus padres.

—Bueno, es que... —Sofía titubeó, tratando de encontrar una excusa—. Estaba pensando en cómo me vería si... si quisiera causar una buena impresión.

Los ojos de Laura se iluminaron con entusiasmo ante las palabras de su hermana mayor. No podía resistir la curiosidad y quería saber más sobre el tema.

—¡Eso suena emocionante! —exclamó, saltando de alegría—. ¿Puedo intentarlo también?

Sofía respondió con una sonrisa tímida ante la pregunta de su hermana. Aunque se sentía un poco incómoda y avergonzada en ese momento, no quería decepcionarla. Consideró que quizás podrían disfrutar de un momento de diversión juntas y olvidarse de todo lo demás.

—¡Claro que sí! —respondió con cariño.

Las dos hermanas se colocaron frente al espejo y comenzaron a hacer poses y gestos, como si fueran modelos profesionales. Se rieron y se divirtieron mucho, dejando de lado todas sus preocupaciones. Con la alegría que Sofía contagió a Laura, esta última comenzó a experimentar con diferentes peinados y accesorios de moda. Por su parte, Sofía se animó a explorar su guardarropa y encontró un atuendo que nunca había usado. Se lo puso con una gran sonrisa en su rostro y se miró en el espejo.

Mientras tanto, Laura capturó fotos divertidas de Sofía en cada nueva pose, inmortalizando cada momento de alegría de su hermana mayor. Juntas se elogiaron mutuamente, compartiendo risas y sonrisas en cada oportunidad. El tiempo que pasaron jugando y divirtiéndose voló, convirtiéndose en uno de los recuerdos más felices y divertidos que compartieron juntas.

El espejo reflejaba la felicidad que irradiaba desde sus rostros. A pesar de que Sofía se sentía tímida e insegura en medio de sus dilemas internos, el momento de diversión que había compartido con su hermana la llenó de alegría y le permitió olvidar temporalmente sus preocupaciones.

Mientras la sala de la casa de Alejandro estaba llena de alboroto y risas de los invitados, creando un ambiente festivo, en su habitación reinaba un silencio pesado. Alejandro suspiraba profundamente, intentando concentrarse en las tareas pendientes que había decidido abordar para distraerse.

A pesar del ruido proveniente de la sala, el joven se sentía aislado en su cuarto. Las risas eufóricas se filtraban debajo de la puerta, aumentado más su sentimiento de soledad mientras luchaba por concentrarse.

Suspiró de nuevo, sintiendo que las tareas eran más una excusa que una verdadera motivación para trabajar. La llamada suave de su madre lo sacó de su ensimismamiento, su tono aparentemente amable resonando en la habitación.

—Alejandro, los invitados han decidido quedarse más tiempo de lo esperado. No habrá sobras esta noche, así que mejor quédate en tu habitación y ocúpate con tus
cosas —dijo su madre, con un tono que no admitía réplica.

Un nudo se formó en el estómago de Alejandro. La orden de su madre era clara, mantenerse alejado de la reunión. Pero el aroma tentador de la comida flotaba en el aire, intensificando su sensación de soledad y abandono. Con el estómago retumbando de hambre, se preguntaba cuánto tiempo más tendría que soportar la incómoda espera en su habitación.

Los puños de Alejandro se cerraron con fuerza, su mandíbula apretada y sus dientes rechinando. Una oleada de dolor y soledad lo invadió, haciéndolo sentir insignificante y desdichado. ¿Por qué siempre parecía ser él el dejado de lado, el ignorado, el que no tenía derecho a saborear las dulzuras de la vida?

Su mirada se posó con envidia en la puerta cerrada de la habitación, símbolo de la felicidad y la unión familiar que siempre le habían negado. El latido acelerado de su corazón resonaba en sus oídos mientras sus ojos se humedecían, inundados por la desesperación. La tristeza lo envolvió, sembrando dudas sobre si el futuro realmente traería algún cambio.

—¿Por qué me castigan de esta manera? ¿Qué he hecho para merecer este trato? —murmuró entre dientes, sintiendo la furia y la angustia arder en su pecho. Cerró los ojos, tratando de contener la ira que lo invadía.

—No es justo que me encierren aquí mientras todos se divierten y disfrutan de la cena. ¿No soy acaso parte de esta familia? ¿No merezco también gozar de esos
momentos? —se preguntó, incapaz de comprender por qué siempre era él quien debía enfrentar las consecuencias.

—Nadie me comprende. Nadie se preocupa por mí —susurró, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas. La amargura lo inundó, preguntándose si algún día tendría la oportunidad de ser parte de algo más que su propia melancolía.

El tic tac del reloj en la pared parecía resonar con una intensidad perturbadora, marcando cada segundo en una espera que se extendía eternamente. Entre la desesperación y la resignación, se preguntaba si alguna vez tendría la oportunidad de compartir una cena familiar.

Se dejó caer en la silla, luchando por controlar su respiración agitada. Los minutos transcurrían lentamente, envueltos en una atmósfera pesada que parecía aplastarlo.

Finalmente, se puso de pie con un esfuerzo lento. Inhaló profundamente, tratando de despejar su mente. Se dejó caer en la cama con un suspiro profundo, observando el techo mientras intentaba concentrarse en la sensación reconfortante de las sábanas sobre su piel. Con la mente en blanco, se entregó a la monotonía del momento, sintiendo que la soledad y la frustración eran sus únicas compañeras en ese instante. 

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