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Capítulo 6 - Un Refugio Negado

Cuando Alejandro llegó a casa después de la escuela, el cielo oscuro y el viento fuerte le recibieron como heraldos de una tormenta próxima. Cada paso hacia la entrada de su hogar parecía cargar con un peso en su corazón, anticipando el dolor que sabía que le aguardaba dentro. La casa, que debería ser un refugio acogedor, se alzaba frente a él como una sombría fortaleza, sin ofrecer ninguna bienvenida.

Con un suspiro profundo, empujó la puerta y entró, sintiendo como si estuviera adentrándose en una pesadilla. El aire dentro era opresivo, cargado con la presencia ebria de sus padres, quienes le recibieron con miradas llenas de amargura y desdén.

—¿Así que decides aparecer ahora, holgazán? —rugió su padre, con la voz ronca y los ojos ardiendo de ira.

—¿Quién te crees que eres? ¿El rey de la escuela? —lanzó su madre con
desprecio—. Aquí dentro, no eres nada, absolutamente nada.

Alejandro optó por guardar silencio, sabiendo que cualquier intento de defenderse solo empeoraría las cosas. La mirada gélida de su madre lo recorrió, acompañada de reproches por lo que ella percibía como negligencia en las tareas del hogar.

—¿Te has quedado mudo de repente? —espetó ella con un tono cortante—. ¿Crees que puedes pasar el día en la escuela y luego ignorar tus deberes en casa?

—Lo siento, mamá —suspiró Alejandro resignado, aceptando su destino momentáneo.
Entre las palabras despectivas de sus padres y el eco de sus propios pensamientos, Alejandro estaba con la tarea de limpiar la casa, donde el desorden reinaba como un soberano indiscutible. Cada insulto, cada reproche, perforaba su ser como agujas afiladas, pero él mantenía la compostura, sumido en un silencio que gritaba su desasosiego.

El padre, en medio de su ira, arremetía contra Alejandro con palabras cargadas de frustración y desdén.

—¡Date prisa, inservible! —exclamaba con una furia desatada—. ¿Es que acaso no puedes hacer nada bien? Parece que disfrutas siendo un fracasado. ¿No sientes vergüenza de tu incompetencia?

Alejandro, en un esfuerzo por bloquear el dolor, murmuraba un débil "lo siento" que apenas se escuchaba entre el ruido del descontento.

La madre, por su parte, se unía al coro de desaprobación con su propia dosis de menosprecio.

—Es increíble que hayamos tenido un hijo como tú —añadía con desdén—. Ojalá fueras un poco más como los hijos de los vecinos. Ellos son educados, trabajadores y obedientes. No como tú, que solo eres una carga y una constante decepción.

Cada insulto caía como un golpe en el corazón de Alejandro, creando un sentimiento de abandono y desesperación en su interior. A pesar de su diligencia en la limpieza, las palabras hirientes de sus padres seguían atormentándolo, como si estuvieran grabadas a fuego en su mente.

Al terminar con las tareas del hogar, Alejandro anhelaba un momento de calma, pero su madre no le concedió ni un respiro. Con brusquedad, lo empujó hacia su habitación y cerró la puerta con llave, privándolo de cualquier posibilidad de escape. La cena, junto con la paz, se convirtió en un lujo del cual estaba excluido.

—Quédate ahí y medita sobre tu propia inutilidad —ordenó su madre con un tono despectivo—. No mereces sentarte a la mesa con nosotros.

En la penumbra de su habitación, Alejandro se encontraba solo, rodeado por la sombría quietud que parecía empeñada en abrazarlo con fuerza. Cada esquina, cada sombra, se cerraba sobre él como si las paredes mismas estuvieran cobrando vida para ahogarlo en su melancolía.

El silencio reinante solo era interrumpido por el suave sonido intermitente de su propia respiración, un recordatorio constante de su soledad. Se sentía como un náufrago en medio de un mar oscuro y sin fin, incapaz de divisar tierra firme.

Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pesadas y amargas, mientras su mente se atormentaba con preguntas sin respuesta. ¿Cuándo cambiaría su suerte? ¿Cuándo encontraría la salida de aquel laberinto de desesperación en el que parecía haberse perdido?

Cada respiración parecía más difícil, como si las paredes de su cuarto se estuvieran cerrando lentamente a su alrededor, comprimiendo su alma con su peso implacable. La oscuridad que lo rodeaba reflejaba la angustia que lo consumía por dentro, dejándolo atrapado en un mar de desesperanza.

Anhelaba desesperadamente una vía de escape, algo que rompiera las cadenas que lo mantenían prisionero de su propio tormento. Mientras sus lágrimas empapaban la almohada, sus pensamientos se hundían en las profundidades de su mente, donde la esperanza parecía un destello distante y esquivo, pero, aun así, una luz que se negaba a extinguirse por completo.

En la penumbra de su habitación, encontraba consuelo en su teléfono, su único confidente en medio de la oscuridad que lo envolvía. Las letras en la pantalla se convertían en su voz, llevando consigo el peso de su sufrimiento, un grito desesperado en el vasto espacio virtual.

—¿Por qué me tratan así? No entiendo qué hice para merecer esto. Mi hogar, que debería ser un refugio, se ha vuelto mi mayor pesadilla. No puedo soportar más este tormento —escribió en su publicación, dejando escapar las emociones que lo ahogaban.

Cada palabra escrita era un pequeño alivio, una forma de liberar la presión que oprimía su pecho. Mientras tecleaba, sentía cómo las cadenas del silencio se aflojaban, permitiéndole expresar lo que, de otra manera, quedaba atrapado en el abismo de su sufrimiento.

A medida que su mensaje se difundía, los comentarios de apoyo, solidaridad y compasión comenzaron a llegar. La pantalla de su teléfono se iluminó con muestras de aliento, formando una red virtual que, aunque no podía cambiar su realidad tangible, le brindaba un respiro momentáneo en medio de la tormenta.

Por otro lado, en el acogedor hogar de Sofía, la cena era un momento especial de unión familiar. El delicioso aroma de la cena recién cocinada llenaba la casa, envolviendo cada rincón en una fragancia reconfortante. Mientras las voces animadas llenaban el comedor, la risa contagiosa de Laura, la hermana menor de Sofía, añadía una nota de alegría al ambiente. Los padres intercambiaban historias del día con una calidez que reflejaba años de amor y compañerismo. A pesar de esta armonía, Sofía llevaba una expresión taciturna en su rostro, una preocupación que no pasó desapercibida para Laura.

—Sofí, ¿Qué te pasa? —preguntó Laura, con curiosidad en sus ojos—. Te noto distraída.

Sofía, esbozando una sonrisa forzada, intentó disimular su estado de ánimo.

—No te preocupes, solo estoy pensativa —respondió, tratando de sonar optimista.

—¿Estás segura, cariño? —intervino su madre, con preocupación en su voz—. Si algo te preocupa, siempre puedes compartirlo con nosotros.

Sofía agradeció el gesto de su madre con un leve asentimiento, pero su mente seguía abrumada por sus propias preocupaciones. A pesar del ambiente alegre en la mesa durante la cena, la sombra de sus pensamientos oscuros eclipsaba la alegría a su alrededor.

Una vez que la cena terminó, Sofía sintió la necesidad de escapar hacia el aire fresco de la noche. La brisa suave del anochecer la llamaba, invitándola a explorar los caminos del vecindario. Envuelta en una chaqueta cálida, salió a la calle, dejando atrás el calor y el ruido del hogar. Mientras paseaba por las calles solitarias, el frescor nocturno acariciaba su piel, trayendo consigo una sensación de libertad y paz.

Las farolas iluminaban su camino, disipando las sombras de la noche. A lo lejos, el murmullo constante de la ciudad llenaba el aire, recordándole que nunca estaba verdaderamente sola. En la tranquilidad de la noche, Sofía buscaba respuestas a las preguntas que la inquietaban, esperando encontrar claridad en medio de la serenidad nocturna.

Reflexionando sobre su día y la decepción de no encontrarse con Alejandro en la biblioteca, Sofía se vio envuelta en una montaña rusa emocional.

Al regresar a casa, se topó con Laura en la sala, donde reinaba una calma reconfortante. Laura, siempre atenta, notó al instante la expresión pensativa y melancólica en el rostro de su hermana mayor, algo poco común en ella. Con preocupación, decidió sondear sobre el estado de ánimo de Sofía durante la cena.

Con suavidad, Laura se aproximó a Sofía y tomó asiento a su lado en el acogedor sofá. Observó con detenimiento a su hermana, percibiendo la sombra de inquietud que oscurecía sus ojos. Sabía que algo la perturbaba y estaba decidida a averiguarlo.

—Sofí, vamos, háblame, ¿Qué sucede? —instó con ternura—. Has estado diferente desde que llegaste de la escuela. ¿Hay algo que te preocupe o te moleste?

Sofía dejó escapar un suspiro, sintiendo que su hermana merecía una explicación. Aunque normalmente reservada, confiaba en Laura y sabía que podía abrirse con ella. Necesitaba desahogarse con alguien que la comprendiera y la respaldara.

—Pues, mira, hace unos días me topé con un chico en la escuela. Se llama Alejandro y es muy agradable. Compartimos almuerzo y tuvimos una charla bastante amena, pero quedamos en encontrarnos en la biblioteca después de las clases y él no
apareció —respondió Sofía con franqueza.

Laura, con una sonrisa picarona, le contestó.

—¡Ah, Alejandro! ¡Sí, claro que sé quién es! Es muy extrovertido y popular. Todos lo conocen en la escuela. Seguramente tuvo algún contratiempo. Pero cuéntame, ¿Comieron juntos? ¿Desde cuándo tienes tanta confianza con él? —replicó Laura con un brillo de curiosidad.

—¡Vamos, quiero saber todos los detalles! ¿Cómo fue eso? —preguntó nuevamente, llena de entusiasmo.

Sofía relató a Laura toda la historia de su encuentro con Alejandro, desde el accidente en la calle hasta la incipiente amistad que estaba surgiendo entre ellos. Laura escuchó cada detalle con atención, mostrando interés en la narrativa de su hermana.

—Wow, Sofí, suena como el inicio de una historia romántica. Respecto a Alejandro, seguro que hay una razón para su ausencia en la cita. ¿Planeas invitarlo nuevamente a almorzar? —preguntó Laura, intrigada.

—No estoy segura, pero me preocupa saber si está bien. Tal vez esté pasando por un momento difícil, y me gustaría ayudar si puedo —respondió Sofía, sumida en sus pensamientos.

—Lo entiendo. Estoy segura de que eventualmente descubrirás qué ocurrió. Y si necesitas ayuda, ya sabes que puedes contar conmigo —dijo Laura, ofreciendo su apoyo con una sonrisa cálida.

Después, con una chispa juguetona en los ojos, Laura lanzó una pregunta traviesa.

—Oye, Sofí, ¿Y qué pasa contigo y Alejandro? ¿Te gusta? —preguntó, con una sonrisa pícara.

Sofía sintió cómo el rubor calentaba sus mejillas y trató de evadir la pregunta.

—¿Gustarme? No, no es así. Solo somos amigos —respondió, desviando la mirada.

—Oh, vamos, Sofí, esas mejillas coloradas lo dicen todo. ¿De verdad solo son
amigos? —insistió Laura, levantando una ceja con picardía.

Entre risas nerviosas, Sofía finalmente confesó lo que Laura había estado insinuando.

—Está bien, sí, me gusta un poco. Pero no es como si… ya sabes, fuera algo
serio —admitió Sofía, notando cómo sus mejillas adquirían un tono rosado.

—¡Lo sabía! —exclamó Laura con entusiasmo, apenas conteniendo su alegría.

—Shhhhh, no le digas nada a mamá y papá, ¿Vale? —le pidió Sofía, riendo y haciendo gestos para que Laura guardara silencio.

—Mis labios están sellados. Pero, Sofí, ¡Esto es emocionante! —respondió Laura, guiñándole un ojo con complicidad.

La charla entre las hermanas siguió animada, entre risas y confidencias, mientras Sofía comenzaba a comprender que sus sentimientos por Alejandro iban más allá de una simple amistad.

Al amanecer del día siguiente, Alejandro se levantó temprano, deseando escapar del ambiente tenso que reinaba en su hogar antes de que sus padres despertaran. En la cocina, tomó las sobras de la cena de la noche anterior y las guardó en su mochila para llevarlas como lonche. La quietud de la mañana ofrecía un bálsamo a su alma, contrastando con la tensión constante que vivía en casa. Inhaló profundamente, buscando liberar su mente de las oscuridades que la atormentaban.

Cuando llegó a la escuela, el ambiente cálido y acogedor lo recibió como un abrazo confortante. Decidió aprovechar al máximo cada instante en ese entorno positivo y se dirigió a su salón con un sentimiento de entusiasmo.

Mientras recorría los pasillos de la escuela, Alejandro avistó a Sofía, quien parecía aguardar su llegada con ansias. Sus ojos brillaban al encontrarlo, como si su mera presencia trajera un alivio bienvenido en medio de la monotonía escolar.

—¡Hola, Alejandro! ¿Cómo estás? —lo saludó Sofía con una sonrisa resplandeciente, irradiando una energía contagiosa.

—Hola, Sofía. Estoy bien, ¿Y tú? —respondió Alejandro con amabilidad, reflejando su sonrisa con sinceridad.

Sofía notó el cansancio en el rostro de Alejandro, recordando que se había retirado temprano a casa el día anterior. Sin embargo, decidió no abordar el tema de inmediato, prefiriendo sumergirse en el momento presente.

—También estoy bien. Te estaba buscando para preguntarte si querías ir juntos a la biblioteca después de las clases —propuso Sofía con entusiasmo, mostrando un destello de emoción en sus ojos.

La invitación de Sofía resonó en Alejandro como un rayo de esperanza en medio de sus preocupaciones. Aceptó con gusto, agradecido por la oportunidad de pasar tiempo con ella.

—¡Claro, sería genial! —respondió Alejandro, sintiendo un destello de entusiasmo en su voz.

La jornada en la escuela tomó un rumbo diferente para Alejandro. Las clases que más disfrutaba le brindaron un respiro de motivación, y las risas con sus amigos parecían más auténticas que nunca. Durante el receso, se permitió disfrutar de momentos de relajación y diversión, dejando de lado, al menos por un tiempo, las tensiones que lo esperaban en casa.

La alegría de la jornada escolar se prolongó hasta la tarde. Con su mochila llena de libros y tareas por hacer, Alejandro se encaminó hacia la biblioteca, ansioso por sumergirse en la tranquilidad de ese espacio antes de regresar a casa.

Al entrar, la voz alegre de Sofía resonó en la tranquila atmósfera de la biblioteca, rompiendo la calma del lugar con una explosión de emoción.

—¡Alejandro! —exclamó Sofía con entusiasmo, como si su llegada fuera el punto culminante de una gran celebración.

Los estudiantes que estaban concentrados en sus libros alzaron la cabeza, sorprendidos por la inesperada interrupción. Algunos sonrieron ante la escena, disfrutando del contraste entre el silencio habitual y la energía vibrante que Sofía irradiaba. Pero ella solo tenía ojos para Alejandro.

La exuberante bienvenida de Sofía recibió a Alejandro con sorpresa y alegría, resonando en todo el recinto. Se sintió un tanto avergonzado, pero al mismo tiempo complacido, y se acercó a ella con una sonrisa.

—¡Hola, Sofía! ¿Cómo estás? —le saludó con amabilidad, dejando que su sonrisa reflejara el placer de verla.

—Mi día mejoró un 100% al verte aquí. ¿Te gustaría trabajar juntos en la tarea y luego explorar algunos libros interesantes? —propuso Sofía, con una chispa de entusiasmo en su voz.

La positividad de Sofía inundó la sala, extendiéndose como un rayo de sol en un día nublado. Las miradas curiosas se posaron en ellos, pero Sofía y Alejandro parecían sumidos en su propio universo.

Con sus palabras amables, Sofía logró suavizar la carga que Alejandro llevaba consigo, aligerando un poco el peso que se posaba sobre sus hombros. Mientras compartían pensamientos y se sumergían en la tarea, la expresión cansada de Alejandro se transformó gradualmente en una sonrisa de alivio y ligereza.

—¿Has encontrado algo interesante para leer últimamente? —preguntó Sofía con un destello de curiosidad en sus ojos, buscando abrir un espacio más íntimo de conversación.

—No mucho, la verdad. Mis días han sido un poco... complicados —respondió Alejandro con una sonrisa forzada, revelando una pizca de vulnerabilidad en su mirada.

—Qué lástima. A veces, perderse en un buen libro puede ser una excelente vía de escape, ¿No crees? —comentó Sofía con empatía, tratando de conectar con los sentimientos de Alejandro.

—Sin duda. Y hablando de escapar, ¿Tienes alguna recomendación para
mí? —preguntó, mostrando un brillo de curiosidad en sus ojos mientras esperaba ansioso las sugerencias de Sofía.

Sofía compartió con Alejandro algunas recomendaciones de libros, y pronto ambos se sumergieron en una animada charla sobre mundos imaginarios, personajes inolvidables y los tesoros que esconde la literatura. A pesar de las preocupaciones que Alejandro llevaba consigo, Sofía logró convertir ese momento en la biblioteca en un refugio de calma y conexión.

—Oye… ¿Qué te parece si intercambiamos nuestros números? Así podríamos seguir conversando fuera de aquí —propuso Sofía, demostrando una valentía que sorprendió gratamente a Alejandro.

—¡Por supuesto! Me parece genial. Aquí tienes mi número —respondió Alejandro con entusiasmo, deslizándole discretamente una nota de papel.

—¡Fantástico! Ya te he enviado un mensaje. ¡Asegúrate de guardarlo! —exclamó Sofía con alegría, sintiendo la emoción vibrar en el aire.

—¡Hecho! Ahora tienes tu lugar especial en mi lista de contactos —bromeó Alejandro, mirando su teléfono y enviándole un emoji sonriente como confirmación.

—¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor compañero de estudio que he
tenido? —confesó Sofía con una sonrisa amistosa, notando cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente.

—Bueno, quizás deberían contratarme como asesor de la biblioteca. Creo que lo estoy haciendo bastante bien —respondió Alejandro con una risa contagiosa, disfrutando del intercambio de palabras.

Sofía y Alejandro pasaron una tarde agradable en la biblioteca, revisando sus tareas y compartiendo sus intereses. A medida que pasaban las horas, la conexión entre ellos se hacía más fuerte, pero ninguno se atrevía a expresar lo que sentía. La tarde pareció esfumarse en un abrir y cerrar de ojos, y llegó el momento de despedirse cuando Sofía tuvo que tomar su autobús de regreso a casa. Como era habitual, Alejandro la acompañó hasta la parada, mostrándole su interés y cortesía.

—Gracias por acompañarme, Alejandro. Fue una tarde encantadora —agradeció Sofía, con una sonrisa sincera.

—No tienes que agradecer. Disfruté mucho pasar tiempo contigo. Cuídate, ¿De acuerdo? —respondió Alejandro, mirándola con cariño.

—Claro, lo haré. Nos vemos mañana —se despidió Sofía, subiendo al autobús.

—Hasta mañana, Sofía. Que tengas una noche bonita —le deseó Alejandro, despidiéndose con un gesto de la mano.

Desde la ventanilla del autobús, Sofía le hizo un gesto a Alejandro, quien la observó alejarse con un atisbo de melancolía. Mientras tanto, Sofía se acomodó en su asiento, perdida en sus pensamientos sobre la maravillosa tarde que habían compartido juntos.

Unos minutos más tarde, Alejandro caminaba hacia su casa con una sonrisa en los labios, rememorando cada instante con Sofía. Se sentía contento y lleno de esperanza, contemplando la posibilidad de profundizar su relación con ella. Sin embargo, al llegar a casa, su felicidad se vio repentinamente empañada por el terror. La puerta estaba cerrada con llave, y por más que golpeaba y forcejeaba, no lograba abrirla. Desde el interior de la casa, la voz enfurecida de su madre resonó con intensidad.

—¡Así que te gusta pasar el día fuera, ¿Verdad?! —gritó su madre, cargada de ira—. Si tanto te gusta, entonces ahí es donde dormirás.

Un escalofrío recorrió la espalda de Alejandro al escuchar las palabras de su madre. Sabía que significaba que no le permitirían entrar en casa, y tendría que enfrentarse a una noche fría y peligrosa en la calle. La actitud sarcástica de su padre solo exacerbó la situación.

—Espero que estés bien abrigado, porque parece que la noche se pondrá muy
fría —bromeó su padre, con desprecio—. Y no te quedes cerca de la puerta, no quiero verte cerca de la casa.

Atrapado y desamparado, Alejandro se sintió como si el mundo se le viniera encima. No había planeado pasar la noche fuera de casa y ahora se enfrentaba a la dura realidad de no tener a dónde ir. Sabía que la noche sería cruel y que este castigo era solo por su deseo de buscar un poco de refugio y amistad en la escuela.

Con un nudo en la garganta y el corazón hecho pedazos, se alejó de la puerta de su casa, buscando en su mente alguna opción para sobrevivir la noche en un mundo que de repente le parecía hostil y despiadado.

Mientras tanto, en la casa de Sofía, ella estaba ayudando a su madre a preparar la cena, pero su mente estaba en otro lugar. Su madre notó su expresión distraída y juguetonamente le preguntó qué le pasaba.

—¿Qué te sucede, cariño? —preguntó su madre, con una sonrisa—. Parece que estás pensando en algo muy importante.

Sofía se sonrojó ante la curiosidad de su madre, intentando disimular su nerviosismo.

—No es nada importante, mamá. Solo estaba pensando en algunas
cosas —respondió, tratando de desviar la conversación.

—¿Solo algunas cosas o alguien especial? —insistió su madre con una sonrisa pícara—. Creo que hay más detrás de esa sonrisa tuya.

Sofía se sonrojó aún más, pero decidió confiar un poco en su madre y compartir un poco de su emoción.

—Bueno, mamá, te contaré algo, pero no se lo digas a papá. Hay un chico en la escuela que me gusta mucho. Se llama Alejandro, ya te había hablado de él antes, y hoy intercambiamos números de teléfono —confesó Sofía, con timidez.

—Oh, eso suena… emocionante… —exclamó su madre, observando con ternura la expresión inocente de su hija—. ¿Cómo lo conociste? Cuéntame más.

—Fue hace unos días, cuando iba a la escuela. Tropecé con un bache en el suelo y terminé cayéndome. En ese momento, apareció Alejandro y me ayudó a levantarme. Se aseguró de que estuviera bien y me ayudó a recoger todas mis cosas que se habían esparcido por el suelo. Fue muy amable y considerado —relató Sofía, recordando aquel encuentro con una sonrisa.

—Qué atento, ¿Y qué pasó después? —preguntó su madre, fascinada por la emoción de su hija.

—Sí, hablamos de muchas cosas y nos dimos cuenta de que compartimos muchos intereses. A ambos nos encanta la lectura y las historias fantásticas. Me contó que le apasiona leer y escribir, y que sueña con ser escritor algún día —continuó Sofía, con una sonrisa iluminando su rostro.

—¡Qué interesante! ¿Y luego qué? —animó su madre, totalmente cautivada.

—Después decidimos encontrarnos en la biblioteca después de clases para seguir charlando y compartir nuestros libros favoritos. Y eso fue exactamente lo que hicimos. Pasamos horas en la biblioteca, leyendo, comentando y riendo juntos. Me sentí tan cómoda y feliz a su lado. Siempre me escuchaba con atención y realmente se interesaba en lo que tenía que decir. No se aburría cuando hablaba de mis libros y las historias que me fascinan. Al contrario, mostraba un gran interés y me hacía preguntas y sugerencias. Fue una tarde maravillosa —concluyó Sofía, con un brillo de felicidad en los ojos.

La madre de Sofía escuchó atentamente cada palabra de su hija y, al terminar su relato, le ofreció un consejo lleno de amor y calidez.

—Es maravilloso que hayas encontrado a alguien especial, querida —le dijo con una sonrisa sincera—. Solo sé tú misma y disfruta de cada momento. El amor puede llegar de formas inesperadas.

Sofía asintió, sintiéndose reconfortada por las palabras alentadoras de su madre. Después de la cena familiar, se retiró a su habitación, con el corazón palpitando con fuerza y emoción. Miró su teléfono, con las manos temblorosas, y le envió un mensaje a Alejandro, esperando ansiosamente una respuesta. Sin embargo, pasaron varios minutos y la pantalla seguía vacía de mensajes, lo que comenzó a sembrar la preocupación en su mente.

La incertidumbre crecía mientras se preguntaba qué podría estar pasando por la mente de Alejandro. ¿Habría olvidado responder? ¿Estaría ocupado con alguna tarea importante? Las dudas y los temores se agolpaban en su cabeza, haciendo que cada minuto sin respuesta pareciera una eternidad.

Intentó ocupar su mente con otras actividades, pero constantemente su atención volvía al teléfono, esperando ansiosamente cualquier señal de que Alejandro le hubiera respondido. El silencio era ensordecedor y Sofía comenzaba a sentirse desalentada por la falta de comunicación.

Finalmente, decidió que era hora de intentar conciliar el sueño, aunque la preocupación todavía pesaba en su pecho. Se envolvió en las mantas, aferrándose a la esperanza de que el nuevo día trajera consigo respuestas y claridad a su inquieto corazón.

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