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Capítulo 9 - La Luz De La Luna

Caminando por las calles bañadas por la luz del atardecer, Alejandro sentía una felicidad palpable que inundaba su ser. Había dejado a Sofía en la parada del autobús, pero su presencia aún reverberaba en su corazón como un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Con cada paso hacia su hogar, su mente se llenaba de recuerdos de los momentos con ella, cada uno como una chispa que encendía la llama de su felicidad.

Recordaba cómo Sofía había entrado en su vida como un torbellino de energía positiva, disipando las sombras de sus días oscuros. Con ella, cada instante era una melodía de alegría. Su amor y apoyo incondicional le habían otorgado una fortaleza interior que nunca había conocido antes, convirtiéndolo en un hombre más completo y seguro de sí mismo.

Mientras rememoraba el beso tierno que compartieron en la biblioteca, una sonrisa juguetona se dibujaba en los labios de Alejandro. Ese momento había sellado un lazo especial entre ellos, un vínculo que trascendía las palabras y conectaba sus almas en un nivel profundo.

Sin embargo, era consciente de los desafíos que les esperaban. Los problemas en su hogar aún persistían, pero Sofía era su ancla en medio de la tormenta, la luz que guiaba su camino hacia un futuro más prometedor. Estaba decidido a luchar por su relación, a superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Con Sofía a su lado, Alejandro se sentía invencible, listo para enfrentar lo que el destino les deparara y construir juntos una historia de amor que perdurara para siempre.

Cuando Alejandro llegó a su casa, se encontró con la puerta cerrada con llave, un símbolo claro de que sus padres aún no habían regresado. El silencio que envolvía su hogar era inusual, y la ausencia de sus padres lo sumía en un estado de inquietud. La noche avanzaba lentamente, trayendo consigo una sensación de soledad y vacío que se aferraba a su corazón.

A pesar del hambre que empezaba a hacerse presente en su estómago, Alejandro decidió dar un paseo por los alrededores de su barrio para distraerse. Cada paso que daba estaba acompañado de pensamientos que revoloteaban en su mente, mientras reflexionaba sobre su relación con sus padres y el futuro con Sofía.

Mientras caminaba por las calles tranquilas, su mente se llenaba de contrastes entre su vida en la escuela y la realidad que vivía en casa. En la escuela, encontraba alegría y compañerismo, pero en su hogar, reinaba la discordia y el sufrimiento a manos de sus propios padres.

Alejandro sabía que necesitaba encontrar una solución para escapar de la pesadilla que era su hogar, pero las respuestas no llegaban con facilidad. ¿Cómo podría cambiar su destino? ¿Cómo podría construir una vida diferente lejos del dolor y el miedo que lo atormentaban en su propia casa?

A medida que la noche avanzaba, Alejandro regresó a casa, resignado a enfrentar una noche más de soledad y hambre. Sin embargo, encontraba consuelo en el pensamiento de tener a Sofía a su lado, alguien que lo apoyaba y lo hacía sentir seguro en medio de la adversidad.

Cuando se acercaba a la entrada de su casa, un sonido inesperado rompió el silencio de la noche, llenando el aire con un aura de misterio y preocupación.

Tras la puerta cerrada, la voz llena de amargura y desesperación de la madre de Alejandro resonaba en la quietud de la noche, con cada palabra como un golpe que atravesaba el corazón de Alejandro. Paralizado, sentía como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, mientras el peso de las palabras de sus padres caía sobre él como un manto oscuro.

En la sala, el ambiente se cargaba con las palabras llenas de resentimiento de sus progenitores, envolviendo el espacio en una atmósfera densa de tensión y angustia.

—¡Qué equivocada estuve al casarme contigo! —exclamaba la madre con voz temblorosa, su rostro contorsionado por la ira—. Me engañaste con falsas promesas de seguridad, pero en lugar de eso, solo has traído desdicha y pobreza a mi vida, maldito adicto. Y ahora, con este hijo, todo se ha vuelto aún más complicado. Ojalá nunca hubiera tenido que enfrentarme a estas circunstancias.

—Tú fuiste la que insistió en tener a ese hijo —replicaba el padre con odio en cada palabra—. Te dije claramente que abortaras, pero tú insististe en seguir adelante. Tú fuiste la que me engañó, apuesto a que ese maldito bastardo ni siquiera es mi hijo.

—¡No me vengas con eso! —respondía la madre con vehemencia—. ¿Qué pasó con toda esa estabilidad que prometiste? Mira a nuestro alrededor, vivimos en la miseria por tu culpa.

—¡No vengas con tus mentiras! —contraatacaba el padre con ferocidad—. Parece que no has dejado atrás esa manía de buscar dinero fácil, nunca debí sacarte de ese club. Solo eras una zorra barata pidiendo dinero con tu cuerpo. Solo usaste a ese bastardo para obligarme a quedarme contigo. Deberías haberlo deshecho como te dije.

Los insultos cortaban el aire de la sala, cargados de odio y resentimiento. La madre de Alejandro, con una expresión de repugnancia en su rostro, arremetía contra su esposo con una furia desbordante, mientras este respondía con palabras llenas de ira y desprecio.

—¡Maldito miserable! ¿Cómo te atreves a hablarme así, cerdo asqueroso? —exclamaba la madre, su voz llena de veneno y desprecio—. Y si fuera cierto, ¿qué harías? ¡Solo eras una porquería con dinero! ¡Tú nunca me interesaste! ¡Puedes quedarte con tu hijo, yo me largo de esta casa!

—¿A dónde carajos crees que vas? —respondía el padre con furia desenfrenada—. Te largaste muy temprano esta mañana, seguro fuiste a ser una zorra de nuevo. ¡Y ni se te ocurra dejarme a tu porquería a mí! Si te largas, hazlo de una buena vez y llévate tu basura contigo.

Las palabras se convertían en dagas afiladas que se lanzaban de un lado a otro, cada una cargada con años de resentimiento y amargura acumulados en su matrimonio. La confrontación se volvía cada vez más violenta a medida que los oscuros secretos y rencores salían a la luz.

El corazón de Alejandro se contrajo dolorosamente en su pecho al escuchar esas palabras, como si un puñal afilado le atravesara el alma. No podía creer lo que estaba presenciando, sus propios padres, los que le habían dado la vida, se lanzaban insultos y desprecios mutuos. Sentía un dolor agudo y profundo, una herida emocional que le dejaba sin aliento.

Las lágrimas asomaban en sus ojos mientras el peso de esas palabras se abatía sobre él. Se sentía como un extraño en su propio hogar, un intruso no deseado que había interrumpido los planes y sueños de sus padres. La sensación de ser considerado un error, un obstáculo en su propia existencia, lo hacía sentir pequeño y vulnerable en el lugar que debería haber sido su refugio.

Alejandro se encontraba paralizado, incapaz de procesar la cruda realidad que acababa de estallar frente a él. Las palabras hirientes de sus padres resonaban en su mente, como espinas que se clavaban en su corazón. La puerta de su hogar se convirtió en una barrera invisible que separaba dos mundos, el de sus padres, lleno de amargura y recriminaciones, y el suyo propio, plagado de soledad y desolación. Se vio atrapado en un lugar que ya no le pertenecía.

Con el alma desgarrada, Alejandro retrocedió lentamente, apartándose de la puerta. Sabía que no podía enfrentar a sus padres después de escuchar esas palabras. Se sumergió en la oscuridad de la noche, con lágrimas empañando sus ojos y una sensación abrumadora de desamparo.

Cada paso que daba resonaba en sus oídos como un eco de su propia angustia. Sus pensamientos y emociones pesaban sobre él como un lastre, empujándolo hacia el único refugio que conocía, el mirador. Era el lugar donde tantas veces había buscado consuelo en las noches estrelladas, esperando encontrar respuestas en medio de la vastedad del cielo.

El viento fresco lo recibió con un susurro reconfortante, mientras el firmamento nocturno se extendía sobre él. La luna brillaba con su luz plateada, bañando la ciudad en una atmósfera serena. Alejandro podía sentir el suave roce del viento en su piel y escuchar el susurro de la noche.

Cerró los ojos brevemente, intentando alejar de su mente las palabras hirientes de sus padres que aún resonaban en su interior. La voz cargada de desprecio, el deseo de que nunca hubiera nacido, el dolor de una madre que lamentaba su propia existencia. Todo ello lo oprimía, como una losa sobre su pecho.

La luna, con su resplandor tranquilo, parecía ofrecerle consuelo en medio de la oscuridad. Como si le susurrara que, a pesar del dolor, aún había belleza en el mundo que lo rodeaba.

La ciudad estaba tranquila ajena a su tormento interno. Alejandro inhaló profundamente el aire nocturno, dejando que llenara sus pulmones, y luego exhaló lentamente, liberando parte de la tensión que lo consumía por dentro.

Abrió los ojos y se encontró con el resplandor plateado de la luna, iluminando la noche con su suave luz. Sus pensamientos, tumultuosos y llenos de emociones encontradas, se aquietaron momentáneamente ante la tranquilidad que emanaba del firmamento.

Con manos temblorosas, sacó su celular del bolsillo y deslizó el dedo sobre la pantalla, buscando la conversación con Sofía. Con cada tecla pulsada, la certeza de sus sentimientos se fortalecía. Con serenidad, escribió.

“Te Amo”

Mientras tanto, Sofía disfrutaba de una cena familiar en un ambiente cálido y acogedor. La mesa rebosaba de manjares preparados con esmero, y las risas animadas llenaban el espacio. Cada miembro de la familia compartía anécdotas del día, sumergidos en la felicidad del momento. La televisión transmitía el programa de noticias local como telón de fondo, pero ninguno de los presentes le prestaba atención.

De repente, la normalidad se vio interrumpida por un anuncio urgente en el noticiero, que capturó la atención de todos en la habitación. El presentador, con voz grave y solemne, dio paso a una noticia impactante que dejó a todos boquiabiertos.

Los ojos de la familia se clavaron en la pantalla, con expresiones de sorpresa y horror, mientras el presentador relataba los detalles de un evento trágico.

Alejandro “N”, un estudiante de preparatoria de solo 17 años, se había arrojado al vacío desde el mirador en lo alto de la ciudad, en lo que parecía ser un caso de suicidio. Las evidencias apuntaban a un entorno familiar marcado por la toxicidad y la violencia, factores que habrían contribuido a esta devastadora decisión.

En la pantalla, se mostraba la imagen de Alejandro, una sonrisa radiante adornaba su rostro, contrastando con la cruel realidad de su destino. Los subtítulos lo identificaban como “Víctima de Acoso Familiar”, una etiqueta que arrojaba luz sobre los oscuros rincones de su vida interior.

La revelación de las pruebas dejó al descubierto un ambiente insalubre, saturado de abuso emocional y crueldad. Los mensajes hallados en su dispositivo móvil, en una plataforma de redes sociales, ofrecían un escalofriante testimonio del tormento que Alejandro soportaba en el seno familiar.

El caso de Alejandro resonó como una alarma sobre la urgente necesidad de prevenir el acoso y la violencia doméstica. Los espectadores quedaron en vilo, ávidos por actualizaciones sobre el caso en desarrollo.

El impacto de la noticia reverberó en la sala, dejando a la familia de Sofía sumida en un silencio cargado de estupor. La angustia y el asombro se reflejaron en cada rostro mientras absorbían los detalles de la tragedia. La conclusión de las investigaciones confirmaba la sombría decisión de Alejandro de lanzarse al vacío por propia voluntad.

—Qué triste, todo lo que debió sufrir... —susurró la madre de Sofía, deteniéndose abruptamente al sentir un estremecimiento en el aire.

Un grito desgarrador rompió el silencio, haciendo eco en la habitación. Sofía, presa de una desesperación incontrolable, se desplomó en un torrente de lágrimas. Sus sollozos, intensos y angustiados, llenaron el espacio, envolviendo a la familia en una atmósfera de duelo y consternación.

—¡NO, NO PUEDE SER VERDAD! ¡ALEJANDRO, NO! —clamó Sofía, con el corazón destrozado.

Su voz resonó con fuerza, cargada de dolor y negación. Los miembros de su familia la observaron con desconcierto y preocupación, incapaces de comprender la magnitud de su angustia.

Las lágrimas seguían cayendo por las mejillas de Sofía, sus sollozos se hicieron eco en toda la estancia, su voz temblaba bajo el peso de la desesperación.

—Sofía, cariño, por favor, cálmate. ¿Qué sucede? —preguntó su madre, con voz entrecortada por la emoción.

—¿POR QUÉ? ¡¿POR QUÉ TENÍA QUE PASARLE ESTO A ÉL?! —exclamó Sofía, entre lágrimas y gritos de angustia.

La confusión se apoderó de la sala cuando los padres de Sofía comenzaron a conectar los puntos, recordando el nombre del chico por el que su hija se había enamorado.

—Sofía, cariño, aún no conocemos todos los detalles, pero parece que Alejandro estaba pasando por momentos muy difíciles —dijo el padre, con un nudo en la garganta al ver el dolor de su hija.

—¡¿Difíciles?! ¡Eso no justifica lo que hizo! Era tan dulce, tan bondadoso... —sollozaba Sofía, sin poder contener el torrente de lágrimas.

—Sofía, nadie pudo percibir su sufrimiento, querida. A veces, las personas pueden ocultar tanto su dolor que ni siquiera los que están cerca de ellos lo notan —trató de consolarla su madre, acariciando su cabello con ternura.

—¡No lo entiendo! —exclamó Sofía, con la voz entrecortada por la pena.

Sus lágrimas seguían fluyendo, su cuerpo temblaba por la intensidad de sus emociones desbordadas.

—Lo sé, mi niña. Es difícil de aceptar —le dijo su madre, con compasión.

—Yo quería... todo lo que sentía... lo importante que era para mí... un futuro
juntos —susurró Sofía, con el corazón desgarrado.

—Lo importante es que él sabía cuánto lo querías —respondió su padre, tratando de infundir un poco de calma en la tormenta emocional de su hija.

—Pero... podría haber hecho más... Tal vez si hubiera... —se lamentó Sofía, sumida en la tristeza y el remordimiento.

—No te culpes, querida. Nadie podría haber previsto esto —le aseguró su madre, envolviéndola en un abrazo.

—¡¿POR QUÉ ALEJANDRO?! ¡NO LO ENTIENDO! —gritó Sofía, su voz temblaba mientras observaba la pantalla de la televisión, donde seguían transmitiendo sobre la trágica noticia.

—Es complicado, mi amor. A veces, las personas están luchando contra demonios internos que no comparten con los demás —le explicó su madre, mientras la llevaba a la sala.

—Pero... ¿Por qué no buscó ayuda? Si tan solo hubiera sabido lo que
pasaba... —replicó Sofía, desesperada por encontrar respuestas.

—Algunas personas se sienten atrapadas en su propio sufrimiento, querida. No debes cargar con la culpa —le aseguró su padre, compartiendo su dolor.
Sofía se sumergió en un torrente de lágrimas, su llanto desgarrador llenaba la habitación mientras sus padres la rodeaban con brazos protectores, tratando de calmar su dolor con gestos de consuelo.

El agotamiento se apoderaba de ella, sus sollozos se desvanecían gradualmente, dejando solo un eco de tristeza en el aire. La intensidad de sus emociones había consumido toda su energía, y su cuerpo, exhausto, cedió ante la fatiga. En un giro repentino, Sofía perdió el conocimiento, su cuerpo se desplomó en un estado de inconsciencia, como si el peso de la noticia hubiera sido demasiado para soportar.

El silencio reinó en la sala, solo interrumpido por el murmullo lejano de la televisión que continuaba transmitiendo la trágica noticia. La familia observaba con preocupación a Sofía, sin saber qué hacer ante su vulnerabilidad.

Los padres de Sofía, con delicadeza la llevaron a su habitación en brazos para que pudiera descansar.

Laura, abrumada por la situación, se sentó en el sofá, tratando de procesar lo que acababa de suceder. El ambiente estaba cargado de pesar y confusión, mientras el llanto de Sofía resonaba débilmente en la habitación contigua.

—No puedo entenderlo... todo estaba bien. Sofía estaba tan feliz... y
ahora... —murmuraba Laura para sí misma, tratando de encontrar sentido en medio del caos emocional.

Sus pensamientos eran un laberinto de preguntas sin respuesta, buscando desesperadamente una explicación a lo inexplicable.

La puerta de la habitación se abrió lentamente y la madre de Laura salió, con los ojos enrojecidos por el llanto, y se sentó a su lado con un suspiro pesado.

—Laura, mi niña... —empezó su madre, su voz quebrada por la tristeza —. Nadie podría haber anticipado esto. Es difícil de comprender.

—Pero... Sofía estaba tan emocionada de presentarnos a Alejandro. Estábamos todos tan felices... y ahora... —respondió Laura, mirando a su madre con ojos llenos de lágrimas.

—Laura, querida... —la madre la abrazó con ternura —. A veces, la vida nos presenta desafíos que simplemente no podemos entender. No sé qué llevó a Alejandro a tomar esta decisión, pero ahora debemos estar ahí para Sofía más que nunca.

Laura asintió con tristeza, pero la confusión seguía reflejada en su rostro, junto con la profunda tristeza por lo ocurrido.

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